En la vida prima la suerte, viene a decir el protagonista (Jonathan Rhys Meyers) de Match Point (2005), por encima del talento. Ese es uno de los factores que determina la ausencia de control a la que también se refiere. Es un hecho que la vida se descontrola en apenas unos segundos, incluso sin ser conscientes de ello, de ahí que la compare con un partido de tenis en el que la pelota golpea la red sin saber de qué lado caerá; creando un instante de suspense, de posibilidad de derrota o victoria, que se resuelve en décimas de segundos físicas pero que se sienten como una eternidad de espera. No es capricho que el protagonista lea Crimen y Castigo ni los once ensayos recogidos en el libro The Cambridge Comparation to Dostoevskii —ni que en determinados momentos del film suenen fragmentos de “La traviata” y otras óperas de Verdi—, ya que el autor ruso es un punto de partida inmejorable para introducir este drama psicológico de Woody Allen y alejarlo de la comedia. Mas no por tratarse de un drama, con dosis de suspense y de pasión que pasará factura, Allen deja de insistir en temas propios, que también son universales, que aparecen una y otra vez en su obra fílmica: la suerte, la inexistencia divina, la superficialidad y la complejidad, las relaciones de pareja, con la familia y con uno mismo, la imposibilidad de controlarlas, la infidelidad y, salvo la certeza del nacimiento y de la muerte, lo imprevisible de lo que llamamos existencia. Irlandés de origen pobre (pobreza que le ha marcado) y católico, el protagonista, Chris, antiguo jugador profesional de tenis, se gana la vida como profesor de este deporte, pero, más que nada, se le descubre intruso en un mundo elitista: la alta sociedad londinense a la que accede de la mano de Chloe Hewett (Emily Mortimer) y su hermano Tom (Matthew Goode).
Teniendo en cuenta su éxito comercial y artístico, suena lógico que Allen se mostrase entusiasmado por el resultado de Match Point. Se trata de una de sus grandes películas, que a estas alturas no son pocas, ajena a la comedia, pero no a su universo, en el que el crimen no sería un extraño, como queda claro con la existencia de Delitos y faltas (Crimes and Misdemeanors, 1989), otro de sus grandes dramas, con su buena dosis de comedia negra, y de mayores y más evidentes influencias de Dostoievski, y Misterioso asesinato en Manhattan (Manhattan Murder Mystery, 1993), una comedia de influencias de Hitchcock en la que el crimen se erige en la excusa narrativa; de ahí que no alcance el intimismo psicológico de Match Point y Delitos y faltas, ambas influenciadas por la complejidad del conflicto humano, digamos el querer y el poder hacer, la elección entre lo moral y lo amoral, el obtener o no los resultados deseados. Por ejemplo, en el caso de Chris, no le gusta su vida cotidiana al lado de Chleo (pero sí lo que materialmente le supone). Dice amar a Nola (Scarlett Johansson), quizá porque ella despierta su lado más pasional; pero los hechos, lo que el ex-tenista hace, señalan algo diferente: que le gusta la comodidad y el lujo. En un universo como el de Allen, donde la inexistencia de Dios y el sin sentido son determinantes, la suerte, en el caos de la vida, y la moral (o su ausencia) determinan el resultado. El comportamiento humano ya no se rige por el miedo o la recompensa de una divinidad suprema, la promesa del cielo o del infierno. De modo que, en el desamparo, los humanos, según palabras de Allen <<tenemos que aceptar que vivimos en un universo sin Dios y que la vida carece de sentido y que a menudo es una experiencia terrible, brutal y sin esperanza, y que las relaciones amorosas son durísimas, y que aun así tenemos que encontrar la manera, no solo de hacer frente, sino de llevar una vida decente y moral.>> (1) Lo que vendría a decir el cineasta lo expone en la película, señalando que está en nuestras decisiones el escoger el modo de actuar, otra cosa son los resultados, a menudo imprevisibles, ajenos a nuestro control. Chris elige priorizando su comodidad y no los valores que se suponen correctos, heredados de una sociedad anterior, cristiana creyente. La del tenista es una sociedad descreída, por eso decide, al no esperar castigo o recompensa en un más allá en el que no cree, como hombre material; es decir, posiciona por delante de la moral los bienes de consumo, el lujo y su bienestar…
(1) Woody Allen, en Eric Lax: Conversaciones con Woody Allen (traducción de Ángeles Leiva Morales). DeBolsillo, Barcelona, 2009.
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