lunes, 10 de julio de 2023

El gran momento (1944)


Retorciendo la línea de ejemplaridad y seriedad establecida (en la vida y obra de grandes nombres de la ciencia llevadas al cine) por William Dieterle en La tragedia de Louis Pasteur (The Story of Louis Pasteur, 1937) y La bala mágica (Dr. Ehrlich’s Magic Bullet, 1940), Preston Sturges realizó El gran momento (The Great Moment, 1944) sin la solemnidad de aquellas; contando con un protagonista olvidado, como recuerda al inicio la leyenda que introduce a William Thomas Green Morton (Joel McCrea), un dentista de Boston a quien Sturges considera el padre de la odontología moderna, al ser el primero en mostrar públicamente el uso del éter como anestésico, así como por ser el primero en desarrollar un aparato para suministrarlo. Lo hizo en 1846. Resulta curioso que la película se filmase justo cien años después de que <<en 1844, durante una feria en la ciudad de Hartfort, el dentista estadounidense Horace Wells>> presenciase <<cómo un hombre se levantaba riendo después de golpearse la rodilla en una caída>> y decidiese <<investigar las posibles aplicaciones médicas del óxido nitroso. Al día siguiente, le sacaron una muela mientras lo inhalaba y no sintió ningún dolor. Acababa de descubrir las propiedades anestésicas de los gases, que probó con éxito en sus pacientes, aunque también hay que decir que le arruinaron la vida: Wells se volvió adicto al cloroformo, cuya efectividad como anestésico fue probada por el médico escocés James Young Simpson en 1847, hasta que su mente se deterioró y se acabó suicidando.>> (1) Wells no había sido el único ni el primero en investigar las posibles aplicaciones médicas del anhídrido nitroso, tampoco Morton lo había sido con el éter —muchos jóvenes lo usaban para su divertimento—, pero Morton sí fue el primero en demostrar su utilidad anestésica en público, dando inicio a anestesiología moderna. Faraday y otros científicos habían investigado las aplicaciones de distintos vapores, pero sin lograr lo que Sturges expone en una película que no pretendía ni glorificar al científico ni alabar su desinteresada entrega, que no lo es, sino acercarse de puntillas, sin iluminar los hechos que llevan al descubrimiento, planteando luces y sombras, añadiendo un tono satírico y concediendo el protagonismo a un héroe de “segunda”, un científico que no lo es, salvo cuando se ve obligado a buscar soluciones para su negocio, que se vacía como consecuencia del terror que sus pacientes sienten hacia el dolor que imaginan cada vez que acuden a la sala de espera de Morton. Para nada altruista, el odontólogo se mueve por ambición material; es decir, para ganarse la vida y poder mantener dignamente a su familia. Pero aun siendo productor, director y guionista de El gran momento, Sturges no tuvo el control sobre el montaje de la película, lo que implicó que la estrenada por el estudio acabase siendo diferente a la pretendida por este gran cineasta.


Pero el Horace Wells (Louis Jean Heydt) de El gran momento no es el antihéroe escogido por Preston Sturges para protagonizar su único largometraje que se aleja de la comedia cinematográfica, de la que este mítico director y guionista fue maestro, para asentarse en la biopic, aunque en una que no renuncia a la idea que vertebra su obra. El realizador de Los viajes de Sullivan (Sullivan’s Travels, 1941) no abandona su crítica social, ni prescinde de su ironía, para realizar la biografía cinematográfica del doctor Morton, a quien el film (y la obra de René Fülöp-Miller en el que se basa) considera el descubridor de la anestesia. La narración en pasado, que nace del reencuentro de Lizzie Morton (Betty Field), la mujer del protagonista, y Eben Frost (William Demarest), su amigo, su ayudante y un personaje impagable —véase la escena en la que ambos se conocen: comedia y slapstick en estado puro—, iba a ser no lineal, compuesta por varios momentos que se sucederían sin orden cronológico lineal. Sturges pretendía romper con la linealidad temporal, como ya había hecho en El poder y la gloria (The Power and the Glory, William K. Howard, 1933), un espléndido drama del que fue su guionista y cuya ruptura narrativa antecede (y posiblemente inspirase) a la expuesta por Orson Welles en Ciudadano Kane (Citizen Kane, 1940), pero el montaje de la Paramount dio al traste con su intención. Salvo en los primeros minutos, esa narración en pasado acabó siendo lineal y confirma dos cuestiones: la primera, que el protagonista ha muerto; la segunda, que ha caído en el olvido después de haber sido atacado por quienes primero le aplaudieron. A Morton no se le reconoce su aportación a la medicina, comentan su viuda y su amigo, una aportación que surgió como consecuencia del pánico de los pacientes que se negaban a acudir al odontólogo, por entonces desprestigiado y vulgarmente conocido como “sacamuelas”. Morton fue dentista por la sencilla razón de carecer del dinero suficiente para pagar sus estudios de Medicina. Esto lo dice en un par de ocasiones, como si tuviese que justificar el ejercer un oficio que no estaría bien visto por sus clientes (ni por la familia de su mujer), debido al dolor que se le atribuye y al miedo y el rechazo que Sturges muestra en varias escenas cómicas. El terror que genera en los pacientes que aguardan su turno vacía su consulta y le lleva a buscar un anestésico que evite el dolor de sus escasos clientes y en dicha búsqueda se encuentran los momentos más cómicos de un film amargo que señala el éxito, las trabas, la generosidad y el olvido del que es víctima su protagonista, que en nada se parece a los grandes personajes de las biopics de Dieterle, y la entrega de este, así como la ilusión, la decepción, la ambición y el humanitarismo final que forman su camino hacia la anestesia que permita intervenciones quirúrgicas indoloras y eleve el prestigio del oficio, que ya no será practicado por el temible “sacamuelas” de herramientas de mecánico sino el amable doctor odontólogo de “blanca sonrisa”…


(1) Extracto del artículo de Anabel Herrera, publicado en Historia y vida.

https://www.lavanguardia.com/historiayvida/historia-contemporanea/20201210/6105460/cirugia-inventos-medicina.html

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