jueves, 27 de abril de 2023

Jerry Maguire (1996)

En varios momentos de Jerry Maguire (Cameron Crowe, 1996), Avery (Kelly Preston) concede importancia a ganar o perder, en realidad, llama perdedor a Jerry (Tom Cruise), pero, al igual que en la realidad, más allá del dinero o la posición social, no dice qué se gana o se pierde. Me refiero a si la interioridad siente propia la superficialidad a la que se refiere la ex, y la sociedad en general, cuando habla de perdedores y ganadores. Lo cierto es que el individuo, en este caso Jerry, sí lo siente, pero lo siente más por una imposición externa (de prestigio social) que por natural al ser íntimo que es. En ningún caso, es un perdedor por perder su empleo, tampoco un ganador por la firma de un contrato. ¿Existen, realmente? De existir ¿no seríamos todos ganadores y perdedores, pues, por ilusión, soñamos ganar y, por naturaleza, estamos destinados finalmente a perder? La existencia del perdedor no deja de ser fruto de la inmadurez de una sociedad que necesita creer en ganadores, pero ganadores de qué. ¿De un premio? ¿De una palmadita en la espalda? ¿De popularidad? ¿De un viaje con los gastos pagados? No estaría mal, pero no es lo que ahora necesito, quizá por la tarde. En este momento, lo que quiero es apropiarme de una idea de Lao Tsé, reinterpretándola para el caso y en beneficio de lo que quiero exponer (menudo tramposo, se lo digo al reflejo que imagino en un espejo), y decir que quien menos necesita y quien menos tiene, es el ganador, pues poco sería mucho y mucho, poco. Pero en una sociedad alienada, absorbida, entregada al ritmo salvaje y deshumanizado del <<enséñame la pasta>> hay quien se empeña en señalar que ganador es quien tiene dinero e imagen, pero Jerry Maguire se encargará de desmentirlo cuando le despierte la conciencia y dé el paso hacia su completo despertar, aunque, al final, su victoria (pues el film de Crowe cree en ganar y perder dentro del orden establecido) no deje de ser la admirada por la propia sociedad de consumo que idolatra a los ganadores y al dinero. No obstante, Crowe ofrece a su protagonista la posibilidad de recuperar los buenos sentimientos en los que tanto insistía Frank Capra y a nosotros la de creer en los “fínales felices” (esos que, sin contar con lo material, serían los que determinan el ganador). Y ahora, enséñame la “pasta”…

Lo bueno es que “Jerry Maguire” funciona no solo como comedia para lucimiento de sus estrellas y para transmitir un mensaje amable, o de amabilidad aparente, o de lo que se entiende por buenos deseos. Sobre todo, funciona como ventana a un mundo que se ha vendido al dinero (al marketing, a la publicidad, a la imagen…) y ha perdido valores como la amistad, la lealtad y la cercanía entre las personas. Esa intención de objetivos escrita por Jerry en un arrebato de conciencia, que le cuesta el empleo, también le sitúa ante su renacer como persona y como parte de algo más que de la compra-venta en el que se ha convertido su cotidianidad laboral. La filosofía “menos clientes, mayor trato humano” le cuesta el empleo, sí, pero le acerca un paso a quien puede ser, a su potencial yo, el que admira y enamora a Dorothy (Renee Zellweger) y por quien apuesta Rod Tidwell (Cuba Gooding, Jr.), el único de los clientes de Jerry que sigue con él. Un “yo” que empieza y se hace en la interioridad del uno, en su relación consigo mismo y con el resto. Pero un mundo como el de Jerry, exige a los individuos la pérdida de dicha interioridad, de valores y, si se descuidan, de sí mismos. Ahí, en estas situaciones que se sustituye el “ser” por el “conseguir material”, sí se puede hablar de perdedor: aquel que pierde su relación íntima en beneficio de una externa que le aparta de unos aspectos y lo acerca a otros más materiales. Lo que sucede en el mundo del deporte profesional se puede extrapolar al del cine, la literatura, la música,… cualquier espacio donde se pueda obtener beneficios económicos, todo es empresa e industria. El dinero es principio y fin y el resto apenas es secundario, lo que resulta patético pero rentable para quienes se venden y para quienes compran, en definitiva, para quienes juegan por la “pasta” y entonces pierde y ganan por la “pasta”.



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