lunes, 10 de abril de 2023

Rilke, el poeta va por dentro

Nacido en Praga en 1875, Rainer Maria Rilke se formó en la Academia Militar Elemental de Sankt Pölten (Austria), marcialidad de la que logró escapar —detestaba la ropa militar, le confiesa a Stefan Zweig (1), cuado la Gran Guerra amenazó con vestirle de soldado y enviarle al frente—; en la Academia de Comercio de Linz y, posteriormente, inició estudios de arte, filosofía y literatura en la Universidad de Praga, donde se pasó a Derecho. Pero el estudio de las leyes políticas no le motivaba lo suficiente, así que decidió emprender un camino que le perteneciese y le permitiese conocerse. De complejidad mayor a como suena al leerlo, Rilke quería ser él. Para lograrlo, buscó en su interior y descubrió al creador sensible que se habla a sí mismo al tiempo que lo hace del “individuo universal”, de la vida y la muerte, de la soledad, de la intimidad, de la naturaleza, del amor. En él se hace fuerte la necesidad de aislarse, el recuerdo, el caminar por el mundo sin rumbo fijo, sin hogar, sin mas patria que la infancia como la única posible. Ni abogado, ni comerciante, ni militar ni profesor, Rilke no podía ser nada más que conciencia de sí y del poeta que llevaba dentro, nunca tendría un hogar permanente, viviría en diferentes lugares, sin más oficio que la escritura que no le proporcionaba independencia económica, una escritura que todavía hoy se admira; al menos por quienes no han olvidado su poesía, la que lo convierte en uno de los más grandes poetas del primer cuarto del siglo XX. En su interiorización del mundo enlaza con otros grandes de la literatura alemana que le precedieron, como Hölderlin o Goethe. Y como estos, Rilke no vivía hacia afuera, era dentro de sí mismo donde se encontraba; quizá de ahí su timidez y su reserva, pero también la belleza y la sensibilidad de su arte, y su vida de trotamundos recorriendo su alma, desde la luminosidad hasta las rincones más sombríos, y deambulando por diversos espacios geográficos de Europa.

Rilke era un poeta introspectivo, un creador que buscaba dentro de sí. ¿Dónde sino encontrar qué sentir y qué expresar? <<El creador debe ser un mundo en sí mismo y tiene que poder encontrar todo en él y en la naturaleza a la que se ha unido>>. (2) Necesitaba y valoraba la soledad, pues esta le permitía hablar consigo mismo, reconocerse, debatirse y luego ofrecerse en versos como los recogidos en El libro de horas, Elegías de Duino o Sonetos a Orfeo. Acerca del poeta, Zweig escribió en su memorias que <<el carácter a la vez mortecino y retraído cautivaba a todos los que lo conocían íntimamente>> y que <<tras una conversación con él, uno era incapaz de cualquier vulgaridad durante horas e incluso días>>, pero que <<la temperancia constante de su carácter […], de entrada ponía límites a una cordialidad más efusiva>>. (3)

<<Oh árboles de la vida, ¿cuándo os llegará el invierno. No estamos acompasados. No recibimos avisos como las aves migratorias. Superados y tardíos, los vientos nos impulsan de repente y acabamos cayendo en un estanque indiferente. Florecer y marchitarse suceden al mismo tiempo en nuestra consciencia. Y en algún lugar corren leones aún y desconocen la debilidad mientras dura su magnificencia.

Nosotros, sin embargo, allí donde pensamos una cosa, por completo, ya se puede sentir la opuesta desplegándose. La hostilidad es lo más cercano a nosotros. ¿Acaso los amantes no tropiezan constantemente con las fronteras del otro incluso habiéndose prometido espacios amplios, caza y hogar?

Con el retrato de un instante se prepara un fondo que representa lo contrario, con esfuerzo, para que lo veamos, pues se es muy claro con nosotros. No conocemos el contorno del sentir: solo lo que lo forma desde fuera.

¿Quien no se sentó aterrado ante el telón de su corazón? Se abrió: el escenario representaba una despedida. Fácil de entender. El jardín conocido, y oscilando en silencio: fue entonces cuando apareció el bailarín. No es él. ¡Basta! Y por sutil que sea se ve que está disfrazado y representa un ciudadano y entra en su casa a través de la cocina.

No quiero estas máscaras a medio llenar, prefiero la marioneta, que es plena. Quiero soportar la marioneta y el hilo y el rostro hecho de apariencias. Aquí. Estoy delante. Incluso cuando las lámparas se apaguen, cuando a mí también me digan: ya no hay más… Cuando el humo gris también descienda del escenario vacío, cuando ya no se siente conmigo ninguno de mis silenciosos predecesores, ninguna mujer, ni siquiera el muchacho bizco de ojos pardos: me quedaré de todas maneras. Siempre hay algo que ver…>> (4)


<<Ven, tú, el último, a quien reconozco,

dolor incurable que se adentra en la carne:

igual que yo ardía en el espíritu, mira:

ardo ahora en ti; la leña ha resistido

largamente la llama que encendías,

pero ahora te alimento, y en ti ardo.

Mi calma se hace furia en tu furia, se hace infierno,

subo a la confusa cima del dolor,

sabiendo que nada del futuro valdrá

para mi corazón. Que guardaré en silencio

todo lo que ha atesorado. ¿Soy yo aún

quien arde, ya irreconocible?

No puedo adentrarme en los recuerdos.

Oh vida, vida: tendría que estar fuera.

Pero estoy dentro, en llamas. Ya nadie me conoce.>> (5)


(1) Stefan Zweig recuerda en El mundo de ayer, su admiración y su relación con Rilke. En una de sus páginas, evoca una conversación que mantuvo con el poeta, cuando a este contaba con cuarenta años y fue reclutado para combatir en la Gran Guerra. En ese momento, Zweig reproduce, recrea o representa el diálogo en el que Rilke le comenta su rechazo a los uniformes militares. 

(2) Rainer Maria Rilke: Cartas a un joven poeta.

(3) Stefan Zweig: El mundo de ayer.

(4) Rainer Maria Rilke: Elegías de Duino (texto extraído de la “cuarta elegía”)

(5) Último poema de Rainer Maria Rilke, escrito en 1926, año de su fallecimiento.

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