Más que terrorífico, el fantaterror es un género de lo más optimista, que exige predisposición a creerlo posible. Sus historias se desarrollan en la ilusión y en imposibilidad de la realidad mundana, y exigen dejarse llevar fuera de dicha realidad. Con actores de la talla de Peter Cushing y Christopher Lee, el viaje resulta más sencillo; también lo resulta el aceptar ser cómplices y víctimas del misterio y de la fantasía que nos proponen, aunque sepamos que todo cuanto sucede en la pantalla es mentira, fruto de un guion y de una intención preparada y detallada para condicionarnos y llevarnos allí donde la realidad física no nos permite ir. Pero ese engaño o fantasía gana las simpatías de quien se deja embaucar y se embarca en un recorrido durante el cual la presencia de ambos británicos invita a que aceptemos y compartamos las distintas situaciones que viven. Con ellos, todo parece más sencillo. Son elegantes y ambiguos. Despiertan nuestra inquietud y avivan inseguridades; y con ellos se engrandece el conjunto del que forman parte. Ambos actores alcanzaron su plenitud artística en las producciones Hammer, en las que dieron rienda suelta a su talento y lo pusieron al servicio de la fantasía y del terror. Inolvidables son sus interpretaciones para Terence Fisher y otros realizadores. Dráculas, Van Helsing, momias, Frankenstein o su criatura forman parte de la galería de ilustres e iconos más representativos del cine de terror. Pero también se dejaron ver lejos de la productora londinense, por ejemplo en esta coproducción hispano-británica que nos traslada a la lejana Siberia, a un tren donde el miedo y el suspense se desatan de la mano de Eugenio Martín, junto Jesús Franco y Jacinto Molina, uno de los máximos representantes del fantaterror español, aunque menos reconocido que los dos protagonistas de Pánico en el Transiberiano (1972). Con esto ya poco me queda por escribir, salvo que habrá quien disfrute o se asuste, quien sienta horror o rechazo hacia la película, pero lo cierto es que el fantaterror de antes resultaba más simpático y honesto que el de hoy, aunque quizá esto apenas importe en una época en la que al género del terror se le exige otro tipo de fantástico, quizá uno que carezca de la fantasía y la desvergüenza de este film que Martín desarrolla, en su práctica totalidad, en el interior de un tren en el que viaja una criatura de otro planeta.
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