Aunque en su seno se desarrolló el liberalismo, la británica ha sido de las sociedades más conservadoras de la historia, ejerciendo un control silencioso, incluso por medio de sus propios sometidos, para mantener el orden de las cosas, un orden contra el cual se rebelarán los jóvenes airados del free cinema, pero no las protagonistas de Dance Hall (1950), quienes en su conformismo heredado, y veintisiete años antes que Toni Manero sufra la Fiebre del sábado noche (Saturday Night Fever, John Badham, 1977), buscan su liberación momentánea en la pista de baile. El salón de baile es la vía de escape para la cotidianidad de estas jóvenes trabajadoras fabriles que carecen de oportunidades de futuro, al menos de uno diferente al que les aguarda siendo esposas y madres de familia o continuando su labor de operarias, en caso de soltería. Pero no piensan en ello, lo han aceptado o se lo han impuesto para que lo acepten sin plantearse su situación más allá de la desesperación emocional que, en momentos puntuales del film de Charles Crichton, pueda descubrirse en Eve (Natasha Perry). Ella es una de esas muchachas que los fines de semana llegan al Palais para bailar y escapar de su monotonía laboral y de la familiar en hogares de apenas dos habitaciones, una de las cuales ella comparte con dos hermanas pequeñas.
Puede que no sea de sus películas más brillantes, para mí, esas son sus comedias, pero Dance Hall no decepciona en su ritmo. Más bien, invita a acompañarlo, lejos del acelere del cine actual; acelerado respecto al expuesto por Crichton en este melodrama producido por la Ealing. Hoy, la trama puede pecar de ingenua, ya que el tiempo que nos distancia de 1950 se han roto cadenas y liberado condenas como las sufridas, sin saberlo conscientemente, por las jóvenes como Eve y sus amigas; aunque quizá el hoy nos condene a todos a otro tipo de cadenas. Pero la impresión de ese acelere parece precipitar que ya no se viva el tiempo existencial, sino que se consuma a alta velocidad, aunque, como les sucede a las protagonistas de la película, no se vaya a parte alguna. Esto puede apreciarse en las imágenes de Crichton, que envuelve a sus personajes y les hace danzar, también les da tiempo para que desarrollen su conflicto y les concede importancia, aunque no las libera de su condena, siendo cualquier final feliz el retorno al orden. Se trata de un relato fílmico humano que viene a reflejar una situación que se comprende en mayor dimensión cuando Eve, después de su desengaño con Alec (Bonar Colleano), se casa con Phil (Donald Huston), su antiguo novio y deja su trabajo en la fábrica y sus veladas de baile los sábados noche. Pero la historia planteada por Crichton, que parte de un guion original de E. V. H. Emmett, Diane Morgan y Alexander Mackendrick, obviamente destaca fuera de la pista de baile, en espacios clandestinos, hogareños y fabriles y en breves instantes laborales y ociosos que hacia finales de la década de 1950 ganarían protagonismo en los films del free cinema.
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