Al contrario que su amiga Rosalía de Castro, que lloró su temprana muerte en un poema que puede leerse al final de este texto, Aurelio Aguirre, el otro romántico nacido en Santiago de Compostela, cayó en el olvido de sus paisanos poco después de ahogarse en las aguas del Atlántico, en la playa de San Amaro; hay quien dice que por accidente y quien por voluntad propia. En todo caso, se cumplía la “maldición” del poeta romántico: morir joven y dejar una obra poética llena de sentimientos y emociones. La de alguien en quien vida y pasión se funden, en quien lo racional y lo irracional se confunden…
<<¡Pobre Aurelio, —se lamenta a Murguía en Los precursores—, de haber vivido, qué de desencantos hubieras experimentado! ¡Ah, más te vale dormir medio olvidado en tu sepulcro, que no ver lo que hemos hemos visto otros menos afortunados, puesto que vivimos y sabemos por experiencia hasta dónde alcanza el agradecimiento de los pueblos! ¿Qué hubieras hecho en el mundo, tú que no conocías más plantas que aquellas que dicen francamente lo que con toda franqueza pensamos en el interior de nuestra alma?>>
Habrían de pasar décadas hasta que su memoria fuese rescatada del limbo donde aguardaba junto a sus versos. Hoy, su nombre luce en la placa del edificio de la rua do Vilar donde nació, en una plaza del barrio de Conxo y en su centro sociocultural. Así le rinde “homenaje” Santiago; las comillas es para recalcar que, tanto en esta ciudad como en cualquier otra localidad, el reconocimiento y los homenajes a sus hijos e hijas llegan tarde. Para la mayoría de los artistas, ni siquiera llega en vida. Ejemplos que lo corroboren hay más que suficientes, hay casi todos, incluso aquí y en la propia Rosalía, a quien, supongo que no en pocas ocasiones, en Santiago y en Galicia (ya no digo en Castilla) la atrapó una sensación de rechazo, entre otras circunstancias, fruto de la mojigatería moral de la época, la que la señalaba como hija natural. Pero ese es otro cantar, igual que también son los homenajes póstumos, que solo sirven a los vivos y obedecen a cuestiones, a menudo, ajenas a la admiración y al conocimiento de la obra del homenajeado, que ya nunca podrá saber que se le celebra ni por qué. ¿Politiqueo? ¿Lavado de conciencia? ¿Memoria? No voy a ponerme en plan melodramático y sonrío porque Santiago ya recuerda a Aurelio, aunque ¿por cuánto tiempo? ¿Y quien de entre mis contemporáneos sabe quien era el muchacho que se ilusionaba y sufría al que alude el nombre que luce en el callejero?
La mayoría de nuestros vecinos nada saben de sus versos, pero tal vez conozcan que un día brindó junto a Eduardo Pondal, Luis Rodríguez Seoane y tantos otros en Conxo. Por eso se reivindica su figura en ese lugar también recuperado, tras la deforestación que sufrió después de que el Cardenal Payà i Rico construyese (no con sus manos, que para eso estaban algunos de los obreros del bosque) el hospital psiquiátrico, en su género, el primero de Galicia. Ahora un bosque renace en ese mismo lugar, y una memoria le imita. Los árboles dan sombra y nos acoge en nuestros paseos, con la corriente fluvial amenizando, tal vez similar a la que acompasaba aquel brindis: el de vuestro sueño. Y Aurelio entre los líderes estudiantiles y entre los obreros compostelanos, brindando por la libertad y la hermandad en el aquel bosque tan rosaliano, un domingo en el que las mentes bienpensantes de la localidad temían un levantamiento, aquella comunión entre el intelecto y la habilidad. Allí acuden emparejados y unidos por los brazos a la carballeira donde Rosalía ubica su novela El primer loco. Allí, la poetisa pasó días soñando agua y tierra, anhelando la misma libertad que aquellos jóvenes del liceo con quienes también guardaba amistad. ¿Os acordáis? Era 1856, Aurelio fue protagonista y testigo, declamó su brindis democrático y fraternal, pero ya poco después las aguas atlánticas lo acogieron y mataron. Ya no supo la suerte que corrió el bosque, ni que desde 2019 existe un mosaico que representa aquel extraordinario evento. En él, los responsables incluyen a Rosalía, de quien no hay la menor constancia de su presencia física, pero sí espiritual, pues era una más entre ellos, quien puede precisar el porqué no acudió a tan sonado evento fraternal y libertario…
Como apunto arriba, Aurelio Aguirre fallecía en las aguas atlánticas, en la costa coruñesa, cuando apenas contaba veinticinco años de edad. También que la poetisa lamentó su muerte en la intimidad, en llantos y en versos que dedicó a aquel querido muchacho de talante romántico, liberal y democrático, a quien le unió amistad más allá de las jornadas compostelanas compartidas no solo en ritmas, también en ideas, tal vez en metas. Pero Aurelio se ahogaba aquel 30 de julio de 1858 y su voz se apagó para siempre. Tras de sí, dejaba una obra poética que, aunque desconocida para la mayoría de lectores posteriores, lo sitúa entre los grandes poetas románticos españoles del siglo XIX. Si la poetisa cantó su perdida, el historiador recordó al amigo en Los precursores, dedicándole un capítulo. No cabe duda del afecto que el matrimonio sentía por aquel joven poeta que despertaba admiración y devoción entre sus compañeros universitarios y los obreros compostelanos. Aunque haya perdido su valor de entonces y para muchos quede la anécdota, la festividad o la vía para fines propios, todavía hoy se recuerda la reunión que congregó en el bosque de Conxo (Santiago de Compostela) para celebrar un banquete de hermanamiento entre trabajadores e intelectuales, en el que los presentes brindaron con sus copas alzadas y llenas de versos de fraternidad, igualdad y libertad, brindis, versos e intenciones que no serían posibles sin <<el delicadísimo Aguirre, un Chesterton que no encontró en su país ni el amparo de una superior cultura, ni el escenario de su dolor, un puro romántico, que murió ahogado en las bravas rocas de la península herculina proyectada al mar como una aspiración plástica de Galicia>> [<<O delicadísimo Aguirre, un Chesterton que non achou no seu país nin o amparo dunha superior cultura, nin o escenario da súa dor, un puro romántico, morreu afogado nas bravas rocas da península herculina proyectada ó mar como unha aspiración plástica de Galicia>>] (Otero Pedrayo: Ensaio histórico da cultura galega)
<<Por aquel viejo camino de San Lorenzo, mal empedrado, solitario y lleno de plantas silvestres, una mañana del mes de julio, bajábamos Aurelio y yo hablando de los sueños y esperanzas que alimentábamos, de las penas prematuras que nos afligían, y de los vagos delirios que llenaban la ardiente imaginación del poeta.
El sol se ocultaba bajo pesadas nubes, el viento traía en sus alas los perfumes y los rumores de la campiña, y el ruido de la corriente que alimentaba los molinos aumentaba la monotonía y tristeza del paisaje, sobre el cual arrojaban una sombra más las altas torres compostelanas. Por aquellos tiempos no se abría aún paso por entre los sembrados la blanca línea de la carretera, ni rompía y costeaba, como al presente, las pequeñas colinas que se oponen a su paso. Un álamo blanco, alto y delgado, levantándose en la hondonada, semejante a la aguda flecha de una catedral gótica, servía de guía a los que nos aventurábamos por aquellos agrestes senderos.
—He aquí —me dijo cuando llegamos al pie del árbol—, el lugar más grato a mi corazón y más propicio a mi musa. Ya sé —añadió—, que a ti te agrada más el pinar de San Lorenzo —¡poco tardó en desaparecer como todo lo que yo he amado!—, porque su olor áspero y su largo gemido te recuerda el mar; pero yo te confieso que sin saber por qué, prefiero este triste rincón y este árbol solitario, oculto tras de ese ribazo, y que parece ajeno a cuanto sucede a dos pasos de él. A su sombra he escrito los pocos versos de que me siento orgulloso; aquí he derramado algunas lágrimas, aquí, en fin, tuvo principio la triste historia de que tanto has oído hablar, como generalmente se habla de lo que no importa o no se comprende.
Y fue entonces cuando, abriendo su corazón a un verdadero amigo, me habló de sus pesares domésticos, de la mujer que le inspiró las bellas y ardientes estrofas “A una huérfana”, tal vez las más sentidas y hermosas que brotaron de su pluma; de su pasado, de su porvenir; de la poesía de Galicia hacia la cual empezaba a volver la vista, de la libertad, de todo, en fin, porque aquella alma apasionada tenía hambre y sed de hacer a otro como él, partícipe de sus inagotables ilusiones.
En aquella mañana y gracias a sus grandes confidencias, pude comprender los misterios de una vida tan corta y tan llena ya: conocer su obra poética y penetrar los secretos de su producción. No hablo de las poesías que fueron escritas en medio del bullicio y para satisfacer los deseos de un compañero o de un amigo; no de aquellas otras que en su calidad de poeta oficial, digámoslo así, le arrancaban a todas horas las exigencias del momento, sino de todas cuantas, hijas de la emoción interior, y respondiendo a un estado de su alma, produjo el poeta más fácil, más espontáneo, más abundante que conoció Galicia en el presente siglo>>
Manuel Murguía: fragmento de Los precursores.
A la memoria del poeta gallego Aurelio Aguirre
Lágrima triste en mi dolor vertida,
perla del corazón que entre tormentas
fue en largas horas de pesar nacida,
en fúnebre memoria convertida
la flor será que a tu corona enlace;
las horas de la vida turbulentas
ajan las flores y el laurel marchitan;
pero lágrimas, ¡ay!, que el alma esconde,
llanto de duelo que el dolor fecunda,
si el triste hueco de una tumba anega
y sus húmedos hálitos inunda,
ni el sol de fuego que en Oriente nace
seco su manantial a dejar llega
ni en sutiles vapores le deshace,
¡y es manantial fecundo el llanto mío
para verter sobre un sepulcro amado
de mil recuerdos caudaloso río!
Rosalía de Castro.
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