La aparente facilidad con la que el ejército alemán había avanzado hacia Francia y obligando a rendirse al ejército francés y al ejército británico a replegarse y a evacuar sus tropas del continente, durante el llamado milagro de Dunkerque, precipitó el optimismo suficiente para que, a mediados de 1940, Mussolini decidiese hacer su propia guerra en África contra el tocado Imperio Británico, a quien quiso arrebatar Egipto, para engrandecer su ego de “ducce” y crear su imperio mediterráneo. Pero lo que parecía un camino fácil, resultó no serlo, puesto que los británicos ni estaban derrotados ni tenían la intención de dejarse vencer. Esto se observa en la ficción de Nine Men (1943), un bélico rodado por Harry Watt con una precisión y detalle envidiable, quizá por su experiencia de documentalista en la GPO Film Unit —venía de realizar los documentales bélicos The First Days (Alberto Cavalcanti, Peter Jackson, Humphrey Jennings y Harry Watt, 1939), London Can Take It (Humphrey Jennings y Harry Watt, 1940), Target for Tonight (1941)— o porque así lo exigía el tiempo de guerra; puede que una combinación de ambas. La propuesta bélica de Watt se desarrolla en pasado para decir a su público que lo peor ha quedado atrás y, aunque la lucha continúe, ya no será a la defensiva, como sí acontece en el pretérito que, salvo la introducción, engloba la totalidad de una historia que tiene como protagonistas a nueve soldados británicos que se ven obligados a enfrentarse a más de sesenta italianos en el desierto.
Espléndida en su ritmo, Nine Men se inicia en el presente inglés, cuando el sargento Watson (Jack Lambert) adiestra a un nuevo grupo de reclutas y les detalla aquel momento excepcional durante el cual sobrevivió al enemigo. Las imágenes se trasladan al pasado, acompañadas por la voz del suboficial, la cual, a lo largo del metraje, hará de guía para informar de la situación y de las sensaciones que les generaba en instante: sin apenas municiones, con escasez de agua, obviamente una de sus mayores preocupaciones, nada de comida y un oficial muerto y un soldado moribundo que no tarda en hacer compañía a la tumba del primero. El realizador de Night Mail (1938) expone la acotación espacial y la situación de cerco como si estuviese sucediendo en ese preciso instante, y no en la memoria del narrador; en todo caso resulta un bélico que, más allá de la propaganda y de la capacidad de síntesis de Wyatt, me trae a la memoria el gusto de Howard Hawks por retratar a hombres atrapados en una situación que asumen sin quejas, la encaran y luchan, y La patrulla perdida (The Lost Patrol, John Ford, 1933), pero Nine Men no es un film fantasmal donde el enemigo se intuye, pero no se deja ver. En este bélico de la Ealing, el enemigo es reconocible: son esos soldados italiano contra quienes combaten los británicos en el desierto de Libia y en otras zonas del continente africano; más adelante, cuando la situación pinte de cara para los anglosajones, los latinos solicitarán ayuda a su aliado germano, recrudeciéndose el conflicto, pero también obligando al ejército alemán a destinar tropas y recursos al norte de Africa y a Grecia, divisiones y logística que necesitaba para la Operación Barbarroja.
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