domingo, 17 de enero de 2021

Ausencia de malicia (1981)

Una noticia imprecisa no sería noticia, sería cualquier otra cosa, y no debería ser tomada como tal, pero cómo saber si es o no verídica. Para el público es difícil, ya que cree en los medios, confía en su honradez, los considera o consideraba supuestos defensores de la verdad en las democracias. Una noticia imprecisa no beneficia a ninguna de las partes, aunque alguna de las partes crea lo contrario. Sería poco menos que una especulación, una intención que falsea en su negligencia o en su propósito de causar un efecto con acusaciones que no verifica. Cualquiera de los casos anteriores puede hacer un daño irreparable a la imagen de los señalados, e incluso podría acarrearles opresión y destierro comunitario. Da igual que más adelante el medio se desdiga y que se pidan disculpas públicas por la equivocación; y da igual porque cualquier titular expresado o publicado condiciona a la opinión pública. Si un medio asegura que ha intentado comprobar la veracidad de lo que publica y no hay conocimiento de que la historia sea falsa (ni pruebas de que sea verdadera), ni intención de dañar la imagen pública del personaje a quien se alude, entonces se presupone ausencia de malicia en cualquier artículo que publique. Esta condición legal da manga ancha a los periodistas y a los medios. Ya no hay más límites que los autoimpuestos, de modo que se puede mentir sobre alguien, difamarlo o señalar una culpabilidad inexistente sin que ningún límite legal proteja al referido. Sobre este asunto gira Ausencia de malicia (Absence of Malice, 1981), una de las películas más atractivas y precisas —probablemente, en esto tuvo parte de culpa Kurt Luedtke, ex-reportero, que basó su guion en hechos que conocía de su etapa periodística—, también de las menos pretenciosas de Sydney Pollack. Dos años antes, Pollack había rodado El jinete eléctrico (The Electric Horseman, 1979) —quizá su mejor película, junto Las aventuras de Jeremiah Johnson (Jeremiah Johnson, 1972) y Yakuza (1974)— y ya apuntaba el sensacionalismo y la ambigüedad de los medios de comunicación, aunque, finalmente, la periodista interpretada por Jane Fonda se ganase las simpatías del público y el amor de su víctima mediática. Algo similar sucede con el personaje de Sally Field, la reportera que escribe el artículo que señala a Michael Gallagher (Paul Newman) como principal sospechoso en la desaparición de un sindicalista (que las autoridades creen) asesinado por una organización criminal.

La primera noticia que se publica condiciona la rutina de Gallagher y hunde su negocio de importación, pero es la segunda, la que Megan escribe para subsanar el error cometido en la primera, la que se cobra una víctima: Teresa (Melinda Dillon), amiga de Michael y católica practicante cuyo sentimiento de culpa llega al límite cuando ve publicada la historia de su aborto, una confidencia que le contó a la periodista para señalar la inocencia de Michael.

<<Los lunes son siempre distintos a los martes. No hay que mentir demasiado y de vez en cuando descubres al malo...Yo sé publicar la verdad y sé cómo no hacer daño a nadie. Lo que no sé, ni tú tampoco, es cómo compaginar las dos cosas>>. Con esta palabras, el editor jefe (Josef Sommers) pretende consolar a Megan, después de que el artículo desequilibrase definitivamente a la mujer que se suicida, superada por su educación católica (su complejo de culpa) y el que dirá la comunidad. El problema de Megan no es una cuestión de remordimiento, sino, como apunta su jefe, de falta de equilibrio entre la ética y la ambición profesional, pues todavía no posee la ética periodística que le permitiría sopesar pros y contras antes de publicar un artículo como el que inicia el drama. Megan ha pasado por alto su obligación de comprobar y verificar fuentes y noticias, y a volver a verificar y comprobar antes de publicar un artículo como el que señala a Gallagher sin más pruebas que la filtración que Elliot Rosen (Bob Balaban) realiza porque desea coaccionar al señalado, para que le dé información o se la consiga porque su padre fue contrabandista durante la ley seca. Lo cierto es que la periodista solo es un instrumento en una trama que ignora, pero lo es porque acepta serlo. Rosen lo da por sentado, por eso la recibe en su despacho y la deja a solas con el dossier de Gallagher sobre la mesa, porque sabe que ella lo leerá y publicará un artículo que señala culpable a un hombre inocente, o sin pruebas de su culpabilidad, basándose en circunstancias como su parentesco con uno de los jefes de la mafia local.

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