viernes, 22 de enero de 2021

El hombre de las mil caras (2016)



Somos testigos de la única época de la que podemos serlo. Es nuestra época, la que nos toca vivir y en la que, aparte de testigos, podemos ser secundarios, cómicos y dramáticos, activos y pasitos, víctimas y victimarios, y en algún momento puntual creernos los protagonistas o los héroes y heroínas de la historia. En cierta medida también somos quienes nos sorprendemos y quienes reaccionamos airados cuando no somos los que mienten u ocultan, los que manipulan o quienes aceptan la corrupción como medio para alcanzar comodidades que dentro de la legalidad sería difícil conseguir. Pero tampoco nos escandaliza tanto como aparentamos, puesto que somos conscientes de que todo eso resulta innato al ámbito político, económico y social en el que nos encontramos, lejos de nuestros orígenes naturales. Al evolucionar, desarrollamos estrategias y capacidades que posibilitan alcanzar posiciones de poder y privilegio por vías no siempre honestas o legales. Pero no hay arrepentimiento, no hasta que uno se ve señalado, acusado, acorralado, perseguido, pero ¿cuándo si no, se arrepiente quien hasta entonces no ha sufrido las consecuencias de sus acciones?


Seguramente, hubo, hay y habrá numerosas historias de hombres que engañaron a países enteros, pero la propuesta por Alberto Rodríguez en El hombre de las mil caras (2016) apunta hacia un momento, un país y un individuo concreto. <<Esta es la historia de un hombre que engañó a un país entero>> nos introduce en un engaño entre tantos que se han sucedido en cualquier país y en cualquier época a lo largo de la Historia, pero el suyo se ubica en España hacia finales de la década de 1980 y primera mitad de la siguiente. Siguiendo la estela de Jesús Camoes (Jose Coronado), alias “el piloto” —encargado de conducirnos por la trama y el engaño y llevarnos a donde quiere ir—, es la historia de un hombre y también la historia de una sociedad que abría los ojos a la corrupción política en la figura de Luis Roldán, el prófugo a quien Paco Paesa (Eduard Fernández) saca de España antes de que la justicia actúe. Paesa es el hombre que engañó a un país entero y por ello es el protagonista de la narración propuesta en El hombre de las mil caras, un film cuyo ritmo se posiciona en las antípodas del escogido por Rodríguez para la espléndida e inquietantemente pausada La isla mínima (2014), su anterior trabajo. El ritmo de esta atractiva reconstrucción de una época cobra velocidad en su montaje, en los numerosos saltos temporales y geográficos que se suceden al tiempo que lo hacen las palabras del piloto que nos guía por los hechos que conoce de antemano, pues su narración es una analepsis que retrocede a 1995 para, de ahí, viajar a un pasado anterior e iniciar la historia de Paesa, a quien nos presenta trabajando para los servicios secretos españoles durante la lucha antiterrorista. Poco después, se apunta que su vida personal se desmorona, pero no su capacidad para el engaño, como se comprueba cuando Roldán (Carlos Santos) y su mujer (Marta Etura) entran en escena, buscando en Paco un imposible: salir airosos de una fuga que aísla al prófugo en una soledad que quiebra su resistencia, y que ella también sufre en prisión.

 


La elección de iniciar la historia por lo que se supone el final, uno previo al posterior, y retroceder hasta un inicio y que la voz del “piloto” guíe señala la posibilidad de estar presenciando un engaño, de hecho somos quienes estamos siendo engañados con una intriga que nos lleva por donde quiere el narrador. Poco importa que los hechos en los que se inspira El hombre de las mil caras sean verídicos, pues lo que interesa es recrear la <<historia de un engaño>> y dar ritmo a la mascarada que reconstruye un rompecabezas cuyas piezas encajan de tal manera que nada queda al azar. ¿Beneficia a la historia y al engaño? Rodríguez emplea tomas cortas, salta continuamente de localización, de tiempo y de personajes como si de ese modo aumentase la velocidad y el suspense, pero todo responde a la necesidad de generar la intriga, esa mascarada que oculta qué. ¿El cine como juego y como medio de representar la realidad?

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