miércoles, 27 de enero de 2021

Pánico en la escena (1950)


En Pánico en la escena (Stage Fright, 1950), Alfred Hitchcock se parodia a sí mismo, se burla de su juego de engaño y de su falso culpable e ironiza sobre las apariencias, la familia y el amor de pareja. Consigue una comedia en la que las obsesiones y el suspense se mitigan respecto a otras de sus películas, dejando que el humor británico domine sobre el escenario que se abre ante nosotros cuando se alza el telón. Estamos en Londres, en sus calles, en el interior de un descapotable que huye. Escuchamos la conversación de la pareja, la confesión de Jonathan Cooper (Richard Todd) a Eva Gill (Jane Wyman), que nos confirma que Pánico en la escena será una intriga. Escoge el teatro, un pub o el hogar de los Gill para representar su mascarada y, aunque no se trate de uno de sus mejores films, más bien lo contrario, encaja en su imaginario: el falso culpable, las apariencias y engaños, la relación materno-filial, el romance y la ironía, la manipulación y la fina línea que separa verdad y mentira —sin ir más lejos, cuando el padre de Eva es sincero, la madre no le cree, pero es algo que por otra parte no resulta descabellado, pues la verdad suena a invención— y otras características que reaparecen en los films del británico. Pero a Pánico en la escena le faltan la tensión, el peligro, la represión oculta y la obsesión que campan a sus anchas en otras producciones hitchcockianas; aquí es como si Hitchcock nos llevase de paseo por su cine, pero a distancia de su cine. Quiero decir que está el cuerpo, pero le falta la esencia obsesiva que le da sustancia, la que atrapa al espectador en un juego deformante, a menudo macabro e incómodo, en el que lo correcto, su apariencia, resulta esconder aspectos terroríficos ante los que preferimos cerrar los ojos. Hitchcock obligaba a abrirlos con dosis de entretenimiento, tensión y burla, pero en Pánico en la escena elimina la tensión y no logra generar ambigüedad, ni sensaciones malsanas, priorizando el humor que recae en costumbres y en el señor y señora Gill, los padres de la ingenua aspirante a actriz que se embarca en una investigación particular para demostrar que el joven de quien, inicialmente, se cree enamorada es inocente de asesinato. Después de escuchar y nosotros ver los hechos narrados por Jonathan, Eva asume que la culpable es Charlotte Inwood (Marlene Dietrich) y que es su deber demostrar la inocencia del joven; y, para lograrlo, pone en juego su talento de actriz, asumiendo distintas identidades, engañando y mintiendo, pero también descubriendo que incluso los sentimientos que creía verdaderos pueden no serlo, del mismo modo que aquello que aparenta no siempre es lo que parece ser.

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