domingo, 24 de enero de 2021

El compadre Mendoza (1933)


La historia ha demostrado que toda revolución violenta está condenada al fracaso posrevolucionario. Cierto que depone un régimen y pone otro, pero no se produce revolución, al no cambiar las normas del juego, pues este siempre es el mismo, solo cambian los jugadores. Se dan algunas concesiones que calmen o equilibren ánimos y, a veces, se ponen nuevos nombres a las “costumbres” y a los puestos que ocupan en el viejo tablero, pero, más allá, los avances lo son en apariencia o se producen de modo progresivo, lentamente. En esto, la Revolución Mexicana no fue diferente, ni fue un proceso de combustión instantánea, como no lo es ninguna revuelta histórica. Hubo intentos anteriores, sofocados por la intervención militar, pero siempre quedaban las ascuas y la esperanza de un México mejor. Tras la muerte de Madero, el general Victoriano Huerta se hizo con el poder en un país dividido en intereses y bandos. Apenas año y medio después, los constitucionalistas lograron deponer a Huerta y su puesto lo ocupó Vetustiano Carranza, pero los líderes agraristas, Pancho Villa y Emiliano Zapata, no estuvieron de acuerdo. La lucha continuó y la sangre siguió corriendo. El compadre Mendoza (1933) se ambienta durante la Revolución y tiene el honor de ser una de las primeras grandes películas del cine mexicano sonoro. Basada en el cuento homónimo de Mauricio Magdaleno, Fernando De Fuentes, con la colaboración de Juan Bustillo Oro, filmó un instante revolucionario, de lucha de clases, de la lealtad y traición, del oportunismo y de la sangre que se derrama, pero lo hizo en la intimidad del triángulo amoroso que forman el general zapatista Felipe Nieto (Antonio R. Frausto), Dolores (Carmen Guerrero) y Rosalío Mendoza (Alfredo del Diestro) y en la sombra de las tres posturas que chocan a lo largo del film: Nieto, Mendoza (que asume una neutralidad que se comprende falsa) y los dos coroneles que representan respectivamente a los gobiernos de Huerta y de Carranza.



Es un momento de la inestabilidad entre las fuerzas que chocan en cualquier espacio y revolución, aunque también es un periodo en el que parece que los terratenientes (individualizados en Mendoza) y el campesinado se acercan y se igualan. Pero Mendoza no juega a dos bandas, en realidad, es una cacique que juega para beneficio de su estatus socioeconómico, que no quiere perder, gane quien gane; de ahí que halague y abra las puertas de su hacienda a las distintas fuerzas o tenga negocios (venta de armas y de alimentos) con los bandos enfrentados: revolucionarios y gubernamentales de Huertas y, depuesto este, carrancistas. En apariencia, Mendoza consigue mantenerse ajeno al conflicto, pero nada más lejos de la realidad, pues se aprovecha de él para ganar dinero. Cierto que no mira ideologías, salvo la suya: el dinero, pero dudo que a eso se le pueda calificar de neutral, ya que siempre se posiciona, aunque solo una vez debe hacerlo entre bandos y lealtades. Hasta entonces, a Rosalío la vida le sonríe, se casa, tiene un hijo y su amistad con Felipe Nieto le ofrece garantías de que será respetado por los zapatistas, como demuestra que el día de su boda con Dolores, Nieto le salve de morir ahorcado. Mendoza tiene una deuda con su compadre, a quien ofrece ser el padrino de su hijo, también le da su nombre, y nada apunta a la ruptura de una amistad que obliga al general revolucionario a mantener en secreto su amor por Dolores. En las posturas de ambos amigos, existe una diferencia clara, más a allá de que uno luche y el otro se mantenga al margen de la lucha. Se trata de una diferencia en relación a la lealtad —una que marcará el trágico destino de los protagonistas—, como se observa cuando uno de sus revolucionarios propone a Felipe acabar con Mendoza y quedarse con la mujer. El general ni se lo plantea, habla de su amistad, mientras que Mendoza, cuando se encuentra en una situación en la que ve peligrar su comodidad y su fortuna, escucha las palabras del coronel carrancista, palabras que sabemos implican traición y muerte. La siguiente escena muestra un primer plano del reloj que marca las dos de la madrugada. La cámara se mueve unos centímetros y nos deja ver a Mendoza. No logra conciliar el sueño, fuma y decide, mientras su mujer duerme a su lado sin saber que su marido está pensando entregar a su compadre (y posiblemente al hombre que ella ama) a cambio de unas monedas que le permitan mantener su posición de privilegio y salvar su fortuna, que peligra tras el incendio de su última cosecha.

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