lunes, 17 de agosto de 2020

Garbo: el espía (2008)


Actores, actrices, magos, ilusionistas, políticos, cuentacuentos, cuentistas, timadores, espías... encuentran en la mentira y en el engaño herramientas básicas para ejercer su oficio, ya que, a grandes rasgos, todos actúan; y actuar consiste en hacer creer situaciones, palabras, promesas, sensaciones o emociones que, a pesar de su falsedad, su público tomará por reales, cómplice o inocente de lo que ve y escucha. Algo similar sucede con los dioses y diosas mitológicas, que cobran formas y apariencias distintas según capricho, y a menudo con el fin de engañar a los mortales. Los manipulan, los enfrentan o los seducen para su provecho y su placer, pero olvidan que los humanos no son ajenos a la mentira, la asumen como algo natural y son capaces de emplearla con maestría para idear engaños superiores o mejor elaborados que los divinos. Ahí queda el legendario ejemplo de Odiseo para corroborarlo. Paisano de la isla de Ítaca, este embustero, el mayor entre las huestes aqueas que asolan Ilión, se vale de un caballo de madera para engañar a los troyanos y poner fin al asedio a la ciudad bien amurallada. Concluida la guerra, este mismo héroe homérico se entretiene de regreso a casa, pues, aunque culpe a dioses y diosas, quizá se niegue a volver porque no ha sentido (hasta una década después de la derrota troyana) la imperante necesidad de ocupar de nuevo el lecho de donde salió corriendo años atrás. Aunque exprese su deseo de retornar a Ítaca, me cuesta confiar en el rico en ardides que vence al cíclope Polifemo, el mismo truhan que no duda en asesinar a un puñado de pretendientes gorrones, ni teme escuchar cantos de sirena. Lo cierto es que derrota al primero con ingenio y mentiras, se carga a los okupas tras ganarse su confianza y no sucumbe al encanto que pierde a los marineros porque ordena que lo aten a un mástil, aunque también es posible que las sirenas sean fruto de su invención, pues solo él permanece con los oídos alerta para corroborar la atrayente fatalidad musical de tan fantásticos seres marinos. Parece verdad lo que nos cuenta Homero, queremos creerlo porque forma parte de la fantasía, de la poesía y de la épica. Pero la fantasía no es exclusividad del mito, ni de Homero, ni de Quijotes, ni de señores con o sin anillo, como la mentira tampoco es exclusiva de Odiseo, puesto que forma parte de la realidad mundana, una realidad en la que cualquiera de nosotros puede engañar o puede dejarse engañar.



En ocasiones, se presentan historias que escapan a la norma y se aproximan a la fantasía. No me refiero a esas historias de las que dicen que la realidad supera a la ficción, sino a otro tipo de "película", en la que la realidad y la ficción se funden y confunden, sin saber donde está el límite que las separa. Cual Odiseo en su leyenda, Juan Pujol García abandonó su tierra natal para adentrarse en la aventura y en la batalla. Y, al igual que el héroe griego, sus armas más efectivas fueron la invención y el jugar con la credulidad y con el deseo ajeno. Pujol no ideó un caballo gigante, pero sí veintidós subagentes ficticios, que tuvo a su servicio durante la II Guerra Mundial, contienda en la que participó como agente doble. Este espía barcelonés se valió del engaño e hizo creer al servicio de inteligencia alemán que era su agente estrella, cuando, en realidad, la información que les suministraba carecía de valor o llegaba a destiempo. Garbo, así llamado por los británicos que lo enrolaron en sus filas secretas, es y no es un personaje de leyenda, un actor y un espía, un hombre real e inventado (por sí mismo). Según nos cuenta Edmond Roch en su documental sobre el personaje, queda claro que Pujol no era uno hombre corriente, ni solo un espía: era dos y muchos, era un tipo con inventiva y con la ingenuidad que le permitió engañar a los alemanes mucho antes de que los británicos lo fichasen y entrenasen como agente de contrainteligencia. De la nada, creó una red de espionaje inexistente, compuesta por veintidós hombres y mujeres que nunca existieron, aunque sí lo hicieron para lo británicos que se valieron de ellos para engañar a los alemanes. Arabel, así conocido por estos últimos, tuvo su importancia en el éxito del desembarco de Normandía, pero cuánta o por qué decidió convertirse en espía y ofrecer sus servicios como si nada son cuestiones que Garbo: el espía (2008) plantea y contesta a medias, dejando que el mito se imponga. Tras luchar en la Guerra Civil española en el bando republicano, y pretender pasarse al nacional, el personaje central del film de Roch acudió a la embajada británica y ofreció sus servicios como espía. No obstante, los ingleses fueron precavidos y, educadamente, como buenos gentlemen, le dieron la patada. Pero, igual que el héroe de mitología homérica, Pujol no desesperó y decidió engañar. Lo hizo con los alemanes, a quienes ofreció sus servicios, pero sin la intención de ayudarles, solo para lograr sus fines. De hecho, solo pretendía ganarse la confianza germana y utilizarla para llamar la atención de los británicos, como explica Garbo, el espía mediante la combinación de imágenes de archivo, de películas bélicas y de espionaje, y en las entrevistas que apuntan aspectos de la época y de este misterioso pícaro condecorado por ambos bandos.

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