El cine de Hollywood mitificó desde sus orígenes el viejo oeste, fantaseando un espacio habitado por pistoleros más rápidos que el viento y héroes que, entre otros objetivos, pretendían vengar las injusticias cometidas por villanos menos ágiles en el uso del colt. Ese mismo espacio, adulterado por el celuloide, sería caricaturizado más si cabe por Sergio Leone, cuya irrupción en el western coincide con (y acabará por agudizar) la crisis de un género que, crepuscular, agonizaba en su propia leyenda. Pero, en realidad, nunca llegó su exhalar su último suspiro y, a principios de la década de 1990, como consecuencia de los éxitos comerciales de Bailando con lobos (Dancing with Wolves; Kevin Costner, 1990) y Sin perdón (Unforgiven; Clint Eastwood, 1992), se produjo el enésimo renacimiento de un género tantas veces dado por fallecido y tantas otras resucitado. Antes del triunfo mediático de los films de Costner y Eastwood, más que muerto, el western se arrastraba moribundo, aunque con algunos momentos puntuales de lucidez o divertimento tanto en la década de 1970 como en los años ochenta -Silverado (Lawrence Kasdan, 1985) y El jinete pálido (Pale Rider; Clint Eastwood, 1985)-. Lo cierto es que nunca había dejado de respirar en la pantalla, no obstante, sí vivió en la agonía del sinvivir (sin los inimitables Ford, Mann, Boetticher, Walsh, Hawks,...), hasta que recobró bríos durante la primera mitad de los noventa. Por aquel entonces, resurgió en una serie de títulos -Wyatt Earp (Lawrence Kasdan, 1994), Tombstone (George Pan Cosmatos, 1994) o Gerónimo (Geronimo: An American Legend, Walter Hill, 1993)- que no obtuvieron la acogida esperada, pero señalaban que el género por excelencia de Hollywood no se rendía y que buscaba adaptarse. Entre aquellos films que regresaban a los espacios del Far West, aunque acercando su propuesta a los tiempos, encontramos también westerns protagonizados por mujeres, entre ellos Cuatro mujeres y un destino (Bad Girls, Jonathan Kaplan, 1994) y Rápida y mortal (The Quick and the Death, 1995). De la primera quizá hable en otro momento; de la segunda, obra de Sam Raimi, hablaré ahora y diré que no tiene historia, ni trama ni drama, que es una caricatura de instantes y de tópicos del género, pero que falla en su intención caricaturesca. Raimi toma como referencia las película del oeste de Sergio Leone interpretadas por Clint Eastwood. Del primero asume el tono grotesco, la apariencia, y del segundo el aspecto fantasmagórico, así como el personaje sin nombre que el actor inmortalizó a las órdenes del realizador italiano en la trilogía del dólar. En Rápida y mortal, ese personaje anónimo, rápido con el revolver, parco en palabras, asume rasgos femeninos en la dama anónima (Sharon Stone) -de quien se escuchará su nombre una única vez durante el metraje- que llega a un pueblo similar al de Infierno de cobardes (Clint Eastwood, 1974) con una cuenta pendiente que espera cobrar durante su estancia. La mujer fuma su cigarro mientras cabalga sobre su caballo por las calles de una población dominada por Herod (Gene Hackman), el villano que organiza el concurso de pistolas rápidas para demostrar que nadie puede desafiarle, ni evitar que imponga su orden en el lugar: su reino. Lo mejor de Rápida y mortal reside en no tomarse en serio, lo peor que puede llegar a saturar en su caricatura del western de Leone, que en sí, ya era una caricatura del género. Consciente de ello, Raimi intenta solucionarlo dotando de ritmo a las escenas, moviendo la cámara, acercándose y alejándose de sus personajes, dotando a las imágenes de su estilo visual, también de su humor y su descaro, pero quizá sea la presencia y el enfrentamiento de Sharon Stone y de Gene Hackman, que asume un rol similar al de Sin Perdón, donde se encuentra el mayor atractivo (comercial) de un film a mayor gloria de la actriz protagonista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario