sábado, 5 de octubre de 2019

Wichita (1955)


El traslado de ganado por los espacios abiertos era una realidad del viejo oeste, como también lo eran la importancia de engordarlo tras el largo recorrido, la amenaza de cuatreros o el avance que supuso la llegada del ferrocarril. Progreso y prosperidad para muchos, el tren significó el fin de las grandes distancias, el aumento de población en las ciudades, el incremento del desorden y de violencia. Esto supuso un problema, aunque no el único, y en Wichita (1955) encuentra solución en la figura legendaria que un grupo de vaqueros descubre en la distancia, sin saber quién es, ni a qué atenerse. Dice llamarse <<Earp, Wyatt Earp>> (Joel McCrea), parece amable y no busca problemas, solo la hospitalidad que acepta de buen grado. Durante semanas, quizá meses, esos hombres con quienes comparte hoguera han recorrido una gran extensión guiando las cabezas de vacuno que pesarán y venderán en Wichita. La meta está cerca, lo saben, es la civilización a la que ya no pertenecen y a la que desean regresar a toda costa, como demuestra que los hermanos Clemence intenten robar a Wyatt su dinero, para gastarlo en los bares y salones de la gran ciudad. Por primera vez se rompe el orden en este espléndido western de Jacques Tourneur, pero su protagonista logra reponerlo. Una vez se ubique la acción en espacio urbano, la lucha contra el desorden será la tónica del héroe. Pero la tónica más sobresaliente la encuentro en lo mucho que cuenta Tourneur en poco tiempo y sin hacer hincapié en ello, lo expone como parte de las circunstancias, aunque consciente de su importancia. Esta "sencillez" forma parte de la riqueza y de la precisión de un cineasta que nos acerca a la realidad a través del mito; nos habla de intereses enfrentados, de la ambigüedad del progreso y de la civilización, y de un hombre que, una vez dentro, antepone la idea de justicia a cualquier razón y emoción. Wyatt no busca el peligro, ni es amigo de emplear la fuerza, pero lo primero siempre lo encuentra y le obliga a lo segundo. Un ejemplo: su enfrentamiento con los Clemence, pero, a su llegada a la ciudad, de nuevo se ve obligado a recurrir a métodos expeditivos. Así evita el atraco al banco donde su temple llama la atención del alcalde (Carl Benton Reid) y de Sam McCoy (Walter Coy), el ciudadano más ilustre de la localidad, a quien en una escena previa se observa celebrando la llegada de tren. El momento del banco resulta crucial, porque desvela el miedo y la necesidad de la ciudad ante el desorden y la violencia que traen consigo los hombres de Wallace (Walter Sande), los mismos vaqueros con quienes Earp compartió hoguera. No es casual que la aparición de la leyenda en Wichita coincida con la inauguración del ferrocarril, resulta necesaria para que Tourneur enfrente las dos posturas que habitan en McCoy: admira al hombre a quien ofrece el puesto de sheriff y lo rechaza porque precisa a los ganaderos que emplearán el transporte. Al tiempo, McCoy es empresario y ciudadano. Por un lado desea el orden que Wyatt establece en la nocturnidad donde su intervención se produce después de que una mujer sea herida y un niño de cinco años muera por una bala perdida; pero por otro necesita el desorden que le garantiza que el dinero continuará entrando en las cajas de los distintos negocios locales (salones y bares sobre todo). La ambigüedad de este personaje aumenta el atractivo de Wichita, porque su postura encierra una realidad que no es exclusiva del pasado expuesto en la pantalla, ni de los días durante los cuales Tourneur realizó su película. Es la contradicción; el preciso esto, pero no quiero prescindir de aquello, de modo que McCoy se contraría ante la negativa del héroe a escuchar sus razones, contrariedad que traslada al resto de prohombres locales, que deciden barajar alternativas para su supervivencia comercial. Wichita no es un western convencional, de ninguno de su realizador podría decirse; es el acercamiento a un hombre que no solo lucha contra delincuentes o vaqueros sedientos de alcohol, diversión, violencia y mujeres, lucha contra el rechazo de quienes le ven como la amenaza para sus intereses, para su progreso económico, hombres como McCoy, que al tiempo que condena el desorden, hace la vista gorda porque teme perder su mayor fuente de ingresos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario