domingo, 13 de octubre de 2019

El proceso (1962)

Omitir la pregunta realizada y reducir la respuesta de Orson Welles a los <<John Ford, John Ford y John Ford>> entra dentro de lo anecdótico, e incluso del mito, y no refleja la realidad del contexto. Fue en la década de 1960, le preguntaban sobre los cineastas americanos contemporáneos y él contestó que <<Stanley Kubrick y Richard Lester son los que más me atraen, dejando aparte a los viejos maestros. Con esto quiero decir John Ford, John Ford y John Ford>>1, de quien había visto La diligencia (Stagecoach, 1939) <<cuarenta veces>>2 antes de iniciar el rodaje de Ciudadano Kane (Citizen Kane, 1941). A su vez, en el contexto ni se ve ni se escucha el pensamiento silenciado por las palabras, que lo suavizan, lo agudizan, lo ocultan o tergiversan. No considero que haya que tomar las anécdotas en serio, y menos fuera de su contexto, ni que las respuestas a una entrevista sean absolutas o definitivas, ya que viven en el momento en el que se producen y transmiten, aunque nunca, o casi nunca, dicen todo lo que a uno se le pasa por la cabeza, o aquello que permanece inconsciente. Dejo lo anecdótico y entro en la especulación, de la cual tampoco me fío, pero la empleo para introducir la sospecha de que lo expresado solo desvela parte de un pensamiento más complejo y que, antes de su triple Ford -en otra ocasión dijo <<Mi cineasta preferido es De Sica. Ya sé que los estoy decepcionando. Y John Ford, pero el Ford de hace veinte años, el De Sica de hace doce>>3-, Welles bien pudo haber pensado otros nombres. Quizá, si le hubiesen preguntado por los directores más grandes, una respuesta omitida podría haber sido "Orson, Welles, Orson Welles". Pero ¿quién podría decir qué se escondía en la mente de este iluminado cinematográfico? Desde su irrupción en el cine, era consciente de su valía y de que había llegado para revolucionarlo, para ponerlo a sus pies y ser admirado por ello. Pero, por muy grande que fuese su maestría, otros poderes ajenos lo eran aún más. Y así, el genio, se vio repudiado en Hollywood, donde no comprendieron ni quisieron a Welles, quizá porque pocos fueron capaces de aceptar y comprender a un genio. De modo que el cineasta tuvo que alimentarse de papeles en películas ajenas, la mayoría los aceptaba para obtener el capital necesario para mantener su tren de vida y levantar proyectos propios lejos de imposiciones e intromisiones ajenas. Welles encontró, buscó, más bien, en Europa la libertad creativa que se le negaba en casa; y desde entonces, su deambular fue una de sus constantes vitales. En definitiva, se convirtió en un personaje de sí mismo, un personaje que buscaba financiación, recibía rechazo, encontraba tiempo, pero no lo tenía, de nuevo buscaba y viajaba de aquí para allá donde recibía un sí, un tal vez, un quizá, y vuelta a empezar. Lo que pudo dar de sí, nunca lo sabremos con certeza, pues los obstáculos fueron muchos, algunos insuperables, y no pudo llevar a cabo todas las intenciones y trucos de magia que rondaban por su fértil creatividad. Aún así, resulta innegable que ofreció brillantes destellos de su maestría, muestras de la grandeza cinematográfica de un Orson quijotesco y, como tal, quiso adaptar El Quijote de Cervantes; de un Welles shakespeariano y, como tal, trasladó a Shakespeare a la pantalla; de un Orson Welles kafkiano y, como tal, adaptó a Kafka en El proceso (Le procès, 1962). Pero esta producción no brilla como el resto de la obra del responsable de Mister Arkadin (1954). En su acercamiento al universo kafkiano, Welles se adentra en un laberinto del que nadie sale ni nadie entra, donde la desorientación indica el camino a la negación del individuo frente al sistema. Al inicio del film, su voz narra, mientras se suceden varias láminas dibujadas, el cuento de Franz Kafka Ante la ley. La moraleja parece clara, si la puerta está abierta no esperes: entra, pues si esperas, será demasiado tarde. Eso hace K. (Anthony Perkins), entrar y descubrirse dentro de la pesadilla donde la alucinación y sus encuentros con distintos personajes, a cada cual más extraño e igual de perdidos y atrapados dentro del sistema que vanamente intentan explicar o justificar, van dando paso a la certeza de que jamás podrá escapar de su influencia, ni encontrar explicación lógica a su ilógica experiencia existencial. Como personaje kafkiano, K vive atrapado en el sinsentido y en la negación, en su caso, las que acompañan al proceso legal que no se aclara, ni está nada claro. Ignora por qué tres policías irrumpen en su habitación y lo detienen sin decirle cuál es su delito, aunque sí le comentan sobre sus camisas y acerca de una de las inquilinas. Así, sin haber desayunado y viendo su intimidad invadida por extraños y por tres compañeros de oficina, da inicio el imposible recorrido cinematográfico del K wellesiano, un recorrido salpicado de altibajos que ni los recursos del gran cineasta, ni su magia de cuentacuentos, logran evitar. Contemplo El proceso, pero no las supuestas indefensión y humillación sufridas por el protagonista en su enfrentamiento con el sistema que lo engulle, quizá porque no descubro en su metraje la angustia existencial ni el humor negro que sí existen en Kafka, de ahí que ni el reparto ni los trucos del gran ilusionista cinematográfico -cámara, iluminación, uso del espacio y de los objetos, montaje,...- me ilusionen como sí lo hacen otras de sus propuestas fílmicas.

1.Orson Welles. Kenneth Tynan. Playboy Interviews, 1967
2,3.Orson Welles en André Bazin. Orson Welles (traducción Gemma Andújar). Paidós Ibérica, 2002

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