miércoles, 30 de octubre de 2019

El peral salvaje (2018)


En La rebelión de las masas, Ortega y Gasset escribió que <<para formar una minoría, sea la que sea, es preciso que antes cada cual se separe de la muchedumbre por razones especiales, relativamente personales. Su coincidencia con los otros que forman la minoría es, pues, secundaria, posterior a haberse cada cual singularizado.>> (1) Nuri Bilge Ceylan se singulariza a lo largo de su obra cinematográfica, lo cual la aleja de multitudes y la convierte en minoritaria, afín a un grupo de individuos que, sin premeditación, coinciden en la búsqueda de sustancia en las películas; y que por muy numerosos que sean, nunca dejarán de ser una minoría frente a la masa que mueve el cine más comercial. La singularidad de Ceylan, la conciencia de ser testigo del presente y de realizar un cine donde prima sus razones especiales para hacer este y no otro tipo, la hereda Sinan Karasu (Dogu Demirkol) en El peral salvaje (Ahlat Agaci, 2018), cuyos encuentros y entrevistas, con distintos personajes, van completando la descomposición de su ilusión y la radiografía humana del entorno por donde transita en compañía de su disconformidad y de las diferencias que señalan su individualidad, que no individualismo. Dicho espacio se muestra reacio a la autocrítica y, por tanto, a cualquier posibilidad de cambio. El protagonista lo recorre creyendo conocerlo, lo que depara su rechazo, sus juicios y sus criticas sobre aquello que al tiempo conoce y desconoce. Sus inquietudes, sus ilusiones, su frustración creciente y su relación paterno-filial lo aíslan, lo mismo hacen sus reflexiones y su comprensión de los distintos temas que aborda en compañía o en su libro "El peral salvaje", el cual desea publicar y nadie, salvo que sea él mismo, publicará; no por cuestiones de calidad, simplemente porque a nadie importa, como demuestra que solo el padre (Murat Cemcir) lo lea.


Quizá se trate de un joven enfadado, como aquellos Angry Men del free cinema, perdido por un paraje donde, más que solitario, se convierte en un inadaptado, en un peral salvaje como él mismo asume, al compararse con los árboles y compartir con su padre que ambos son <<solitarios, deformes, no encajamos>>. Entre lo que se espera de él, conseguir un trabajo tras concluir sus estudios universitarios, y lo que él espera: publicar su novela sobre las gentes y el entorno donde interpreta la vida, su experiencia vital lo lleva de la ilusión a la derrota, a una realidad que se presenta ante él sin aparente salida, sin posibilidad de ubicarse y que le obliga a perder su juventud y sus ilusiones; quizás en este aspecto sea más parecido a su padre de lo que él pueda pensar. A su regreso de la universidad, se reencuentra con su familia, uno de los ejes principales del film, con viejos conocidos y con nuevos personajes como Suleyman (Derkan Keskin), el escritor local de mayor éxito. Con todos mantiene conversaciones, casi disputas dialécticas; hablan de literatura, de la religión, de moral o de dinero desde las distintas perspectivas que cada quien asume, aunque Sinan solo concede validez a la propia. Mirada social y aprendizaje de su protagonista, El peral salvaje continúa el tránsito de Nuri Bilge Ceylan por Anatolia, por espacios deprimidos, anclados en costumbres y en el tiempo, donde la capacidad de observación y de reflexión del cineasta turco van de la mano para mostrar a ese personaje que, a pesar o precisamente debido a su juventud, a su vocación literaria y crítica y a su formación universitaria, asume que su pensamiento, su manera de rebelarse contra la monotonía intemporal, lo distancia de la muchedumbre y lo posiciona en un lugar solitario, donde se siente minoría, un lugar que acabará por enfrentarlo a la disyuntiva de rendirse, y poner fin a su existencia, o continuar su lucha existencial, la cual, al final de su deambular, sabe que no puede ganar, aunque también comprende que esa misma lucha forma parte de sus razones especiales y, por tanto, de su identidad individual.



(1) José Ortega y Gasset. La rebelión de las masas. Diario El País, S. L., Madrid, 2002

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