domingo, 27 de octubre de 2019

El barón rojo (1971)



Educado para ser oficial de caballería, Manfred von Richthofen cambió su caballo por el aeroplano y, en las alturas, asumió su periplo bélico como una etapa noble y heroica, la ilusión de nobleza y de heroísmo inculcados junto al militarismo, a la idea de patria y a la tradición aristocrática y familiar que dieron forma a su interpretación tanto del conflicto armado como de sí mismo. De ahí que no resulte extraño que, en sus memorias, recordase que <<una de las satisfacciones más grandes de mi vida fue cuando me llamaron por primera vez "mi teniente"; no cabía en mí de orgullo>>1. Tampoco sorprende que, ante la falta de acción en la retaguardia y el hastío que esto le provocaba, solicitase su traslado allí donde se encontrase la acción. <<Mi petición tuvo efecto y a finales de mayo de 1915 ingresé en el cuerpo de Aviación. Por fin mis deseos se veían satisfechos>>2. Sus deseos, relacionados con su visión romántica del enfrentamiento, honor, gloria, imperio, se vieron satisfechos, aunque, a medida que avanzaba la guerra, lo convertirían en un anacronismo en un presente durante el cual ni el romanticismo, ni la caballerosidad ni la heroicidad tenían cabida. Las transformaciones sociales amenazaban al antiguo régimen, y solo era cuestión de tiempo que se llevasen a cabo en los Imperios Austrohúngaro, Ruso y Alemán, que, sin posibilidad de cura, agonizaban hacia el final de la Gran Guerra (1914-1918) —como se dio a conocer entre sus contemporáneos. A pesar de que pervivían vestigios del pasado, la contienda fue la primera guerra moderna, el empujón que la revolución bolchevique necesitaba para imponerse, y la primera en la que la aviación jugó un papel que, si bien no fue determinante en el devenir del resultado final, apuntaba la transformación tecnológica que, entre otros adelantos militares, supuso el avión. Lejos de los campos de batalla, de las trincheras, de las alambradas y del barro de la tierra de nadie y de los sacrificados por ambos bandos, los aviadores formaban un microcosmos con características propias. La guerra aérea apenas guardaba relación con la sufrida por los soldados de infantería. De hecho, en sus primeros compases, los aparatos ni siquiera llevaban armas de fuego, lo cual reducía riesgos. Era algo nuevo —solo cabe recordar que apenas una década atrás, en 1903, los hermanos Wright probaban con éxito su aeroplano— y al tiempo permitía la supervivencia de los valores representados en oficiales como Richthofen. La batalla aérea le proporcionaba la ilusión de practicar la caza, su pasatiempo favorito, y de vivir en un constante duelo, entre deportivo y mortal, con sus oponentes, pero la Gran Guerra no era un juego, era la realidad que, además de pérdidas humanas y materiales, supuso el cambio social que Jean Renoir dejó entrever en La gran ilusión (La grande illusion, 1937). Las diferencias de clases, la obligatoria coexistencia del antiguo y del nuevo orden, se apunta en los aviadores que protagonizan el magistral film de Renoir, tema que, entre otros como la creación de héroes con fines propagandísticos, retomó John Guillermin en la destacada Las águilas azules (The Blue Max, 1966) y que cobró nuevos bríos en El barón rojo (Von Richthofen and Brown, 1971), el film más ambicioso de Roger Corman y el fracaso comercial que lo alejó de la dirección —no volvería a dirigir hasta 1990— para dedicarse en exclusiva a la distribución y producción cinematográfica. Aunque carece de la gracia del ciclo Poe, se trata de uno de los largometrajes más complejos y logrados del realizador de La caída de la casa Usher (House of Usher, 1960), tanto desde su perspectiva formal y técnica, en la que destaca sus enfrentamientos aéreos, como en su exposición de la lucha que ya introduce su título original: Von Richthofen, símbolo de la época condenada a desaparecer, y Brown, la imagen del hombre llamado a imponerse al final del conflicto.


En su biopic sobre el personaje, Corman juega con el mito y la realidad, trastoca esta e introduce aquel, y desde ambas desarrolla el enfrentamiento, constante durante todo el metraje, más allá de la lucha en el aire. El duelo adquiere sustancia en la oposición Richthofen (John Philip Law), arrogante, orgulloso y apasionado de los cazas de combate —hay una escena en la que Corman insinúa la pasión sexual que su nuevo Fökker despierta en él—, Brown (Don Stroud), mundano y práctico, los aviones son su herramienta, sus palabras y la sinceridad de sus opiniones resultan hirientes para sus compañeros de escuadrilla. Durante la hora y media de duración de El barón rojo se observa a los dos personajes en su cotidianidad, en sus combates, o en sus disputas internas: el noble alemán con Göerin (Barry Primus), terrenal, aunque vuele, y pragmático como el aviador canadiense que sirve en la RAF y que nunca llega conectar con Hawker (Corin Redgrave), que recela de su procedencia americana, el nuevo mundo, y, aunque no lo diga, del nuevo orden que descubre en Brown. A diferencia de Richthofen, caballero que vive entre el honor y la egolatría, el canadiense se define por su rudeza, por su escepticismo y por tener los pies en el suelo. No idealiza la contienda, ni a sus oponentes, como sí hacen los oficiales británicos que se levantan y elevan sus copas para brindar por el rival alemán. Él no es un romántico, es realista y cree en lo que ve; y ve un enemigo contra quien luchar y a quien derrotar, no por quien brindar. De modo que permanece en su asiento y, ante las recriminaciones, responde que guardará su vino para rendir tributo al <<próximo camarada que ese alemán mate en el aire>>. Mal que le pese, no tardará en cumplir su palabra, cuando Richthofen abata al mayor Hawker, el mismo que había propuesto el brindis en su honor. La muerte de este oficial, imagen británica que conecta con la de Manfred, inicia la agonía de los de su clase, hecho que se confirma definitivamente en el ataque sorpresa inglés al aeródromo alemán. <<Ellos han traído las trincheras a nosotros>>, dice uno de los soldados, afirmación que inevitablemente conlleva la desaparición de la caballerosidad deportiva, de los Hawker y los Richthofen, del mito y de la imagen heroica que el viejo orden alemán emplea como parte de su propaganda bélica, como parte de su esperanza para no perecer y desaparecer.



1,2.Manfred von Richthofen. El barón rojo: Autografía de sus hazañas. Almena Ediciones, Madrid, 2000

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