lunes, 14 de octubre de 2019

Showgirls (1995)


Dicen que la distancia temporal posibilita nuevos enfoques de las películas, de lo que no se quiso o no pudo verse en su momento. Dicen que pueden descubrirse más adelante. Lo que no suele decirse es el por qué de la ceguera del instante. En el ámbito cinematográfico, los cambios de perspectivas son constantes y, con el paso de los años, películas que fueron éxitos se descubren sin el brillo que se les atribuyó en su presente; y fracasos del ayer, pueden sorprender en el hoy. Aunque fue un sonado fracaso comercial, vapuleada por la mayoría,
Showgirls (1995) se encuentra entre estas últimas. Mejor y más compleja de lo que se dijo entonces, en ella, Paul Verhoeven no negoció su perspectiva crítica ni su afán de molestar, señalando la falsedad que se oculta tras la máscara. Si sus películas europeas no necesitan tanto maquillaje, sus films estadounidenses se disfrazan de ciencia-ficción o de thriller, pero Verhoeven es el mismo y no renuncia a sacar la inmundicia. Y en Showgirls hay mucha entre neones, en los locales y en los espectáculos. Una de las posibles causas de su fracaso residió en la incomprensión que generó. Se quiso ver como un thriller erótico, quizá a la estela de la exitosa Instinto básico (Basic Instinc, 1992) —más si cabe al contar ambas con la presencia del mismo guionista, Joe Eszterhas—, cuando, en realidad, lo que ofrece es una cruda radiografía de un espacio deshumanizado y un musical para adultos, perverso y con moraleja, sobre la inmoralidad y la podredumbre reinantes en el mundo del espectáculo, sea este en Las Vegas, Hollywood o en Marte. Lo de menos es su aspecto erótico, si se puede llamar erótico a la comercialización del sexo que el cineasta holandés expone como parte del medio que desenmascara. Lo importante es como lo emplea y lo introduce como parte del juego y de la inmundicia en la que Nomi (Elizabeth Berkley) se adentra mientras huye de su pasado y, en su ingenuidad y desorientación, accede a un presente más oscuro con la creencia de que puede triunfar como bailarina sin ensuciarse las manos, sin vender su cuerpo y su alma a cualquier diablo con influencia y dinero.


Nomi llega a Las Vegas sin posesiones materiales, salvo la maleta que le roban en su primer contacto con la realidad que le aguarda, pero sí con la impresión de estar dejando atrás su mochila de recuerdos. Quiere ser bailarina, pero ¿qué precio está dispuesta a pagar? Salvo su amistad con Molly (
Gina Ravera) (personaje inocente, íntegro y positivo, y como tal, sufrirá la mayor agresión), cuanto experimenta y observa guarda relación con el sexo y el poder, alfa y omega del espacio que comercializa con lo primero y protege y admira lo segundo, pues todo se vende y se compra, todo se prostituye en el "business". En su presentación en la carretera, cuando es recogida por un conductor que pretende aprovecharse, Nomi saca su navaja. Lo hace para protegerse y advertir, pues no dudará en usarla. Esta escena la define. Por un lado, es una superviviente, es visceral e impulsiva y no se asusta ni permitirá que abusen de ella, porque ya ha sido víctima de miedos y de abusos. Por otro lado, su deambular remite a su desorientación, a su existencia errante. Vive huyendo, vive a la defensiva, aunque, a medida que avanza y danza, pasará al ataque, aun a riesgo de convertirse en objeto o en depredadora en un espacio donde a mayor esplendor en la imagen, más basura acumula.


Al inicio, expresé que
Verhoeven no negocia su crítica, ni su intención de despojar de su máscara a un entorno donde cualquier tipo de valor que no sea monetario o sexual ha desaparecido. Todo se comercializa, el sueño se pierde o se vende al mejor postor, a las bailarinas se las utiliza como objetos, a su vez ellas mismas acaban por emplear todo tipo de recursos para alcanzar sus objetivos, el sexo es moneda de cambio e imán que atrae compradores y negocios. El dinero es el principio y fin del espectáculo en el que Nomi aprende y observa rivalidades, y sufre la propia con Cristal (Gina Gershon), la estrella del show, que no deja de ser un posible reflejo del futuro de la protagonista —igual que esta lo es del pasado de Cristal. Se atraen y se rechazan, y solo cuando se reencuentran y se reconcilian consigo mismas logran reconocerse y aceptar quienes son. Lo escrito no cambia que Showgirls fuese un fracaso que llevó a Verhoeven a replantearse su situación en Hollywood y a su actriz, que defendió su papel igual de bien que Nomi se defiende entre alimañas, a las críticas negativas y al posterior ostracismo, pero sí pretende reconocer la valentía de un film que despoja de su brillo al espectáculo y desvela el rostro oculto —miserias, abusos de poder, engaños, depravación, comercialización y un largo etcétera— que Nomi descubre durante su camino hacia el éxito, hacia el auténtico éxito: encontrase a sí misma.

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