Sus labores diplomáticas en Washington no impidieron que Edgar Neville tuviese vacaciones y viajase hasta Hollywood para comprobar qué se cocía por allí, quizá un buen cocido madrileño. Lo cierto es que por allí se cocía mucho, por ejemplo su amistad con Chaplin, Pickford y Fairbanks y, tras un breve regreso a España, su experiencia como supervisor (director en la práctica) de la versión castellana de El presidio (The Big House, George Hill, 1930), así como un cameo en la magistral Luces de ciudad (City Lights; Charles Chaplin, 1931). Pero, además, observó que los estudios cinematográficos necesitaban escritores, actrices, actores y cualquiera que, conociendo la lengua materna de Conchita Montenegro -que también andaba por allí-, contribuyese en la elaboración de las versiones en castellano de sus películas habladas. Por aquel entonces el doblaje no entraba en los planes de los Mayer y compañía, y los subtítulos, o cansaban o no se leían, pues ni todo el público tenía el aguante de un corredor de fondo ni todos los presentes del fondo sabían interpretar las letras que, junto a decenas de cabezas, impedían ver la parte baja de la pantalla. Lo que había era la costumbre de realizar primero el film en inglés con actores y actrices que empleaban desde la cuna (puede que ya en la cuna) el idioma de Harpo Marx, a quien algunos creían mudo, y después, según las posibilidades y la importancia del mercado, enviarlas tal cual al resto del mundo o rodar las respectivas versiones en los idiomas que algún señor de arriba creyese oportuno. Con este panorama, Neville hizo lo que haría cualquier buen amigo, disfrutar de su estancia y preparar el desembarco de sus compañeros de la "otra generación", a quienes les había comentado que allí habría oportunidad para hacer cine, o al menos para recibir un buen sueldo simulando que lo hacían. Los destinatarios de sus consejos, agradecidos e igual de buenos compañeros que el aristócrata, allá fueron en tropel. Entre estos se contaba Antonio de Lara "Tono", incluso Buñuel, pero no Miguel Mihura, que no pudo seguir al resto debido a problemas de salud, aunque también él se interesaba por el cine, como demuestra su coqueteo cinematográfico en los diálogos para La hija del penal (Eduardo García Maroto,1936) y el guión de Don Viudo de Rodríguez (1936), el cortometraje que realizó su hermano Jerónimo. Estas fueron dos colaboraciones previas a su primer y único largometraje como director, aunque, más que dirigir, lo suyo, en compañía de Tono, fue otra cosa. Durante los nueve meses que Tono vivió en Hollywood apenas hizo más que cocinar, pero su contacto culinario con la industria posiblemente agudizó su apetito cinematográfico. El humorista, cartelista y dibujante regresó a Europa con esas ganas, pues solo había participado, al menos solo acreditado, en la versión de Fruta amarga (Min and Bill, George Hill, 1930) realizada por José Luis López Rubio, otro de la "otra", aunque no sería hasta después de la Guerra Civil cuando Mihura y él realizaron Un bigote para dos (1940). Como apuntaba arriba, más que dirigir, lo que hicieron fue otra cosa. Pero ¿qué se podía esperar de esta innovadora e irrepetible pareja de humoristas llamados a renovar el humor en España? Lo que hicieron fue tomar una película filmada, la austriaca Melodías inmortales (Unsterbliche melodien; Heinz Paul, 1935), y reinventarla sin tocar una sola imagen. Si en el Hollywood de los primeros años del sonoro se realizaban diferentes versiones de una misma película y años después se puso de moda el doblaje de voz, ¿por qué no "estupidarizar" una película ya filmada, sin más intención que hacerla estúpida empleando un doblaje en las antípodas de lo expuesto en alemán? En su descabellado proyecto, producido por CIFESA, introdujeron diálogos, canciones y la voz de una conciencia en castellano, totalmente infieles a la trama, y se liberaron de cualquier responsabilidad que no fuese introducir chistes y el humor que habían desarrollado en publicaciones como La Ametralladora, incluso se liberaron de pedir permiso a la productora del film de Paul. El resultado fue <<una película estúpida>> -que hace referencia a <<los diálogos estúpidos>> publicados en la revista- que enfrenta la imagen con el absurdo pretendido, perseguido y alcanzado por sus ilustres "irresponsables", algo similar a lo propuesto por Jardiel Poncela en sus <<celuloides rancios>>. Y ahí residió la gracia, en ver una cosa e interpretarla desde el humorismo con el que Tono y Mihura toman el film austriaco, que se centra en la figura de Johann Strauss hijo, para hacer una película original en el que el dúo rebautiza al compositor, que pasa a ser Enriqueto o el tío del bigote. Lo hacen suyo, es su protagonista, sin más recurso que introducir el desternillante sinsentido que libera a las imágenes de su cursilería melodramática. Así juegan con la imagen y la palabra, provocando las risas, pero también sincronizando la una y la otra en el doblaje -que adultera los diálogos y la música del biopic sobre el compositor- hasta lograr un todo que funciona con la personalidad de los autores de Ni pobre ni rico, sino todo lo contrario.
Nota: la versión original de Un bigote para dos no ha llegado a nuestros días, pero, en 2015, Santiago Aguilar y Felipe Cabrerizo realizaron una reconstrucción aproximada de la misma.
Nota: la versión original de Un bigote para dos no ha llegado a nuestros días, pero, en 2015, Santiago Aguilar y Felipe Cabrerizo realizaron una reconstrucción aproximada de la misma.
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