Lacombe Lucien (1974)
La ocupación de Francia durante la Segunda Guerra Mundial ha dado pie a un buen número de producciones que indagan en los diversos aspectos que condicionaron el comportamiento de los afectados, que actuarían según su ideología, sus intereses o sus necesidades provocadas por la imposición a la que se vieron sometidos. A partir de su guion escritor junto al escritor Patrick Modiano, Louis Malle propuso en Lacombe Lucien (1974) un descarnado estudio psicológico, más que ideológico, de algunos de los comportamientos que se produjeron en aquella época, para ello se centró en la figura de un adolescente que no actúa por cuestiones ideológicas, probablemente ni siquiera sepa qué significa ideología o cual es el verdadero significado de lo que ocurre a su alrededor. Corre el año 1944, y el sur de Francia se encuentra controlado por el régimen colaboracionista que apoya la presencia alemana y su política de terror, pero también existe un grupo de resistencia al que el joven Lucien (Pierre Blaise) se ofrece antes de ser rechazado, precisamente por ser joven. Lucien no se plantea cuestiones éticas, su pensamiento resulta demasiado simple para ello, tampoco se pregunta cuál es la naturaleza de la lucha entre fuerzas opuestas, simplemente desea medrar para satisfacer su ego, simplón y ambicioso, por eso no duda en denunciar a quien le ha negado la entrada en la resistencia. Como consecuencia de la delación se convierte en parte de un engranaje de represión que detiene, tortura y ejecuta a todos aquellos que atentan (o no) contra el orden que se pretende imponer a la fuerza; dicho sistema ataca a las libertades colectivas e individuales, como se descubre en la figura de Albert Horn (Holger Lowenadler), a quien Lucien conoce cuando acompaña a Jean-Bernard (Stéphane Bouy), y observa como éste ejerce su control sobre Albert, quien no tiene más opción que asumir su situación para protegerse y proteger a su hija France (Aurore Clément). No cabe la menor duda de que a Lucien le gusta sentirse importante; al fin siente que le respetan y le temen, gracias a posicionarse del lado de quien ostenta el control; el sentimiento de ser valorado y respaldado le impulsa a actuar con impunidad, comportamiento que satisface sus necesidades básicas. La sensación de poder que descubre en su relación de dominio sobre Albert y France, a quien pretende hacer suya, le resulta atractiva; en ningún momento, salvo hacia el final del film, muestra una actitud positiva ni con ellos ni con nadie, sin plantearse si su comportamiento es o no negativo, ya que no se juzga, sólo disfruta de la invulnerabilidad y del poder que le confiere su condición de agente al servicio del sistema. Se podría definir al personaje central de Lacombe Lucien como un ser amoral que no es consciente de serlo, al menos no en el sentido estricto de la palabra, puesto que su escasa educación y sus complejos apartan de su mente cualquier cuestión que no sea la de sentirse importante o sentir el respeto que no habría experimentado anteriormente. Lucien llena sus carencias convirtiéndose en un joven resentido, sin remordimientos y sin buenas intenciones; y aunque intenta mostrarse amable con Albert o France les somete utilizando el miedo que implica su condición profesional, la misma que le provoca la falsa ilusión de ser importante, cuando en realidad no es más que una marioneta del sistema opresivo que se vale de su ignorancia y de su ambición para mantener su dominio.
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