Jungla de cristal (1988)
¿Quién es el tipo que nos está fastidiando la fiesta en el edificio Nakatomi?, se preguntan los asaltantes liderados por Hans Gruber (Alan Rickman). Pues nada, tío, el grano que te ha salido en el culo es ni más ni menos que John McClane (Bruce Willis), un poli de Nueva York que se ha acercado hasta Los Ángeles por cuestiones de índole personal. La verdad, Hans, lo tuyo es mala suerte, porque justo el día de vuestro golpe se presenta en la fiesta de Navidad el héroe de acción más desenfadado, sucio y cañero que mejor soporta una situación de encierro cinematográfico en la década de 1980, superando en este aspecto a John Rambo, Martin Riggs y similares. Una de las consecuencias del éxito comercial de Jungla de cristal (Die Hard, 1988) fue poner en marcha una secuela, otra, que Bruce Willis se convirtió en estrella del celuloide, algo que no había conseguido hasta entonces, a pesar de su participación en la serie Luz de Luna (Moonlighting, 1985-1989) y de su protagonismo en la comedia Cita a ciegas (Blind Date, Blake Edwards, 1987). El secreto del éxito de este film dirigido por John McTiernan, quien ya había exhibido su buena mano para la acción en Depredador (Predator, 1987), residió en sus dosis de humor y en el ritmo trepidante con el que se suceden las escenas de acción por las que atraviesa ese héroe cercano y solitario que sangra, suelta tacos a diestro y siniestro mientras soporta y sufre una presión mortal que no lograr arrebatarle su sentido del humor. El personaje de John McClane parecía hecho a medida de Bruce Willis, ¿o fue al revés? Fuera como fuese, en pocas ocasiones un actor estuvo tan brillante y divertido a la hora de enfrentarse a una situación límite, en la que debe actuar sin más recursos que su ironía, su mala leche y su capacidad individual para estropear los planes de un grupo de terroristas armados hasta los dientes, que no dudarían en ejecutar a sus rehenes, entre quienes se encuentra Holly Gennero (Bonnie Bedelia), nombre de soltera de la mujer de McClane.
La llegada a Los Angeles de John McClane se produce porque éste desea reconciliarse con Holly, de quien se ha separado por razones profesionales que han afectado a su relación personal. John no busca pelea, sólo un acercamiento que le permita regresar con su familia, pero antes de alcanzar su objetivo tiene que asistir a una fiesta en ese edificio de cristal, donde se desata una lucha contra el reloj, marcada por la soledad de un individuo consciente de que la ayuda externa no le sirve de mucho, más bien todo lo contrario, pues los refuerzos que se encuentran fuera del recinto muestran una incompetencia que juega en contra de los intereses de un héroe a la fuerza. Gracias a la combinación de situaciones extremas y a la actitud del héroe, Jungla de cristal resulta trepidante y gamberra como también lo es la personalidad de su personaje principal, ya que, a pesar de ser consciente de encontrase metido en un buen lío, McCleane nunca abandona el buen humor que le ayuda a resolver una situación extrema en la que no cuenta con ningún apoyo, salvo el moral que descubre en sus conversaciones por radio con el sargento Powell (Reginald VelJohnson), el único que parece confiar en él. A lo largo del film, John McClane no tiene ni un momento de respiro, ni siquiera cuando pretende fumarse un cigarrillo, porque la sucesión de encuentros con los malos de turno se produce sin descanso, lo que le obliga a eliminarlos, empleando cualquier recurso a su alcance, al tiempo que reconoce que la experiencia por la que está pasando no invita al optimismo, aún así no pierde ni su arrogancia ni su capacidad para sacar de quicio a unos asaltantes que hubiesen hecho mejor quedándose en casa y celebrar la Navidad en familia. Pero ya se sabe, los villanos de este tipo no aprenden, cuestión que el policía comprobará en sus siguientes vacaciones navideñas, cuando agüe la fiesta de los malos en el aeropuerto.
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