Nunca me pregunto nada porque carezco de crítica y de más inquietudes que la curiosidad por esos colores que me llaman, por las texturas que me llevo a la boca, con los pies y las manos, y por los ruidos que no me dejan dormir. Que pesados se ponen esos dos gigantes cuando me achuchan, babosean y me hablan con voz de pito. No sé qué quieren de mí; ni yo de ellos, salvo que me atiendan cuando quiera. Están ahí desde siempre, pero tampoco voy a gastar mi tiempo despierto en pensar qué significa siempre o que esa pareja que me encima se encuentre ahí por mí y para ella. Me gusta disfrutar mi mundo de sensaciones. Claro que lo mejor de todo es babear. La saliva no me refresca, aunque moja, y me divierte ver las babas resbalando de mis labios y manchándome la ropita que otros me eligen, pues todavía no tengo edad para decidir ni pensar por mí mismo. Ni siquiera puedo sentir que voy a vivir para siempre, tal como hacen los grandullones, incluyo a los que me atosigan cuando les parece y que, sin éxito, simulan olvidarse de mí cuando les llamo con mis llantos. A veces les dedico un silencio para comprobar sus reacciones y si les veo acudir, pataleo y sonrío como si no hubiera mañana. Ya tendré tiempo para reflexionar sobre el tiempo y para conocerme y exclamar quién diablos es ese desconocido que llevo dentro. Vivo estos días de descubrimiento, de impacto, de dolor a ratos y de risas fáciles e inexplicables, como jornadas de imágenes que todavía no logro discernir con claridad entre la luz y la oscuridad que veo cada vez que abro y cierro los ojos. Inmóvil, camino claroscuros. Ahí están a diario, me acompañan durante la brevedad que no logro precisar su principio ni su fin…
Se está tan protegido y a gusto aquí, entre las sábanas, los barrotes de madera y las cremitas hidratantes que los titanes me extienden cada dos por tres mientras me castigan con sobredosis de cursilería. Prefiero huir de mí mismo, hacer caca y pis en los pañales y aparcar cualquier otra realidad maloliente para días de mayores. Dejo para otros las cuestiones existenciales y las más comunes las paso por alto, incluso las triviales no las digiero porque aún no me conducen a interrogantes como qué tal día hará hoy, cuando ya se ve por la ventana el día que hace, o cómo alguien ajeno al guion de una película sabe que está bien escrito, sencillamente por lo que ve en la pantalla. Como nada me pregunto, nada busco. Me anclo en la aparente inmovilidad de los nueve meses de edad, cuando la escritura no es ni una idea por venir, puesto que todavía carezco de la habilidad que aúna la imagen y la palabra, una habilidad de la que los grandes presumen, pero que no muestran cuando se acercan y dicen algo que me suena a purrupurrupurrru. Aún ignoro que el audiovisual, lo que veo y escucho, difiere en expresión y lenguaje de lo que imagino, también de la lengua escrita, ya no digamos de la literaria. Supongo que algún día comprenderé lo que los demás dan por hecho y que “todo” será sencillo o complicado, porque “todo” tendrá el sentido adulto del que carecemos los bebés, que no podemos valorar el resultado ni siquiera de nuestros lloros ni de nuestras risas, aunque vamos viendo que llaman la atención de los mayores. Qué tontos son, dejándose engañar, tanto o más por sí mismos que por mí y por el resto. Pero mejor así… Ahhh Se me abre la boca, los párpados pesan más que antes, ahora se cierran sin que pueda evitarlo… Se está tan cómodo y tranquilo aquí, lejos de cualquier realidad que no sea mi pequeño mundo...
No hay comentarios:
Publicar un comentario