jueves, 5 de junio de 2025

Asesinos natos (1994)


No hay romanticismo en Asesinos natos (Natural Born Killers, 1994), aunque haya un romance a flor de piel, ni justificación para la violencia de sus protagonistas más allá de los abusos sufridos en sus infancias traumáticas y de la explotación comercial de la violencia por parte de los medios. No es que la televisión los transforme en psicópatas, sino que los convierte en estrellas mediáticas, en figuras que festejar y en material que vender. Son fruto de una sociedad “enferma” que ha hecho de la violencia, de los criminales y los “superpolis”, productos de consumo de alta demanda y de no menor beneficio económico, aunque ¿cuándo una sociedad ha estado sana, libre de brutalidad, de vampiros, de asesinos, incluso de asesinos de masas como algunos de los líderes políticos que asoman por la historia humana? La de Mickey Knox (Woody Harrelson) y de Mallory Wilson (Juliette Lewis) parte del guion de Quentin Tarantino, que no participó en el de Oliver Stone, David Veloz y Richard Rutowski. De haberlo hecho, el film sería diferente, probablemente menos crítico y más predispuesto a que sus personajes soltasen parrafadas alejadas de cualquier intención socio-política. Stone ya no era un adolescente, como pudiera casi serlo el Tarantino de entonces, así que se decanta por satirizar y hablar de la sociedad del espectáculo sin poner freno a sus palabras; es decir, a sus imágenes. Así, imitando a la realidad en la que existen numerosos programas o películas que, con la excusa de tratar de entender a psicópatas famosos —porque los propios medios los han aupado a la fama—, hacen su agosto, crea entretenimiento de la violencia, reflejo de una sociedad mediática y sensacionalista que hace de asesinos como Mickey y Mallory ídolos de los consumidores de las risas enlatadas que les indican cuándo hay que reír, incluso en situaciones tan trágicas como la vida familiar de Mallory, cuyo padre, interpretado por el cómico Rodney Dangerfield, abusa de ella con el consentimiento de la madre (Edie McClurg)… La cámara de Stone, más que alucinada, se desquicia y la narrativa escogida por quien venía de realizar El cielo y la tierra (Heaven & Earth, 1993), película que mereció mejor suerte entre el público, bebe del espectáculo televisivo, genera polémica —hubo una parte de la opinión pública que la denunció como una apología de la violencia, cuando lo que pretende es denunciar la apología que hacen los medios y la propia sociedad—, emplea diferentes formatos y necesita un montaje frenético que agudice tanto la sátira como la locura en la que viven estos dos hijos de la televisión y de hogares rotos, que se inspiran en los personajes reales que ya Terrence Malick había tomado como modelos para su Malas tierras (Badlands, 1973), dos personajes que, a su vez, guardan parentesco criminal con Bonnie y Clyde, aquella pareja que alcanzó el estrellato en tiempos de la Gran Depresión —y que en 1967 Arthur Penn transformó en iconos cinematográficos en su film protagonizado por Warren Beatty y Faye Dunaway—, cuando la prensa tuvo a bien sacarles en sus titulares y colocarles la mediática etiqueta de “enemigo público número uno”; ay, suspiro, ¿y qué pasa con Dillinger, “Machine Gun” Kelly o “Baby” Face? ¿No eran también ellos números uno?…




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