miércoles, 5 de febrero de 2025

Entrevista con el vampiro (1994)

Se dio tanto bombo en los medios especializados (y los no tanto) a la prehistoria y a la preproducción de Entrevista con el vampiro (Interview with the Vampire: The Vampire Chronicles, 1994) que ya antes de su estreno, de su rodaje, e incluso de que hubiese algo firmado, uno estaba más que harto de escuchar hablar de ella. Daba igual si habías o no leído la novela de Anna Rice para conocer el nombre de la autora y de su vampiro principal. Y aunque llevaba tiempo escribiendo, publicando y vendiendo, aquella “campaña” logró que el nombre de la novelista sonase con fuerza fuera del ámbito de sus lectores y de los aficionados a la literatura fantástica; lo que le supuso nuevos consumidores de sus Crónicas vampíricas. En definitiva, dudo que todo aquello fuese caprichoso, pues ¿a quién se le escapa que la constante aparición de rumores, desmentidos y noticias relacionadas con la futura (ya pretérita) adaptación no jugaba comercialmente a su favor? Antes de la campaña publicitaria llevada a cabo por la Warner (anuncios, premieres, entrevistas, titulares, etc.), ya se había hecho una promoción que, prácticamente, aseguraba el lleno en las salas, más si cabe por lo llamativo de un reparto que contaba con una súper estrella, Tom Cruise, y con una emergente que no tardaría en serlo, Brad Pitt, al que se unía una actriz infantil a las puertas de la adolescencia, Kirsten Dunst (por entonces, tenia 11 años). El trío protagonizó una historia de vampiros a la que se apuntaron, para roles secundarios, Antonio Banderas, Christian Slater y Stephen Rea, rostro asiduo en la obra cinematográfica de Neil Jordan, que fue el responsable de llevar a la pantalla el popular súper ventas de Anne Rice.

El éxito editorial de la novela, y de la serie literaria que inició en 1976, generaba expectativas entre los consumidores del libro, respecto a su adaptación cinematográfica, y no paraba de hablarse de que la autora exigía tener la última palabra en cuanto al reparto y otras cuestiones relacionadas con la posible adaptación. Exigió ser la guionista, tal vez esperando que la película fuese obra suya, o lo más fiel posible a la idea que tenía de sus personajes y de su mundo vampírico. Pero el resultado encaja totalmente en el cine de Jordan. Al no haber leído el libro, desconozco en qué medida se distancia del original literario; pero, aparte de la fidelidad que implica que la guionista sea la propia autora, asumo que lo suficiente para que el cineasta irlandés haga suyo el material del que parte y que da forma en la pantalla siguiendo su gusto por lo fantástico y los personajes que escapan de lo corriente y, consecuentemente, viven condenados a ser incomprendidos, cuando no perseguidos, o a tener que ocultarse y vivir en mundos alternativos donde poder ser. La historia se inicia en el presente, en la ciudad de San Francisco donde un periodista sigue a un tipo que le resulta curioso. Quiere entrevistarlo y aquel desea dejar constancia de su vida, pero no la humana, de la que solo apunta su desesperación tras la muerte de su mujer y de su hijo. Lo que Louis (Brad Pitt) quiere contar es su biografía vampírica, desde que se produce su encuentro con Lestat (Tom Cruise), con quien durante un tiempo forma lo que puede llamarse una familia feliz y enamorada de la no vida, hasta ese momento en el que se confiesa…



martes, 4 de febrero de 2025

Good Morning, Vietnam (1987)


El cine bebe de la realidad para escaparse de ella y así poder crear otra a medida de aquello que pretende conseguir: un entretenimiento, una buena recaudación o un discurso crítico (o puede que propagandístico). En el caso de Good Morning, Vietnam (1987) logra las tres metas arriba señaladas y, también, la del lucimiento de su estrella: Robin Williams. Obviamente, la película es para él o él la hace a su medida excesiva y tal como se expone en pantalla, aunque exista, la historia que Barry Levinson cuenta, desaparecería sin la forma que el actor confiere a su personaje, que se convierte en el centro de cuanto se ve en la pantalla. Inspirado en el locutor radiofónico Adrian Cronauer, el de Williams resulta distinto al real; tal vez porque se sitúe en una ideología en las antípodas o que el ficticio es la creación del actor que le da vida —su Cronauer reúne tics que se encuentran en la mayoría de los personajes encarnados por Williams—. Y ese distanciamiento del Cronauer real resulta necesario para el discurso de Levinson; el que emparenta su película con otras contemporáneas que abordan, desde una perspectiva crítica, la intervención estadounidense en Vietnam: Platoon (Oliver Stone, 1986), La chaqueta metálica (Full Metal Jackett, Stanley Kubrick, 1987), Nacido el 4 de julio (Born on the Fourth of July, Oliver Stone, 1989) o Corazones de hierro (Casualties of War, Brian de Palma, 1987). En estas historias los personajes centrales posibilitan el acceso al conflicto que se erige en protagonista; aunque, como apunto arriba, en Good Morning, Vietnam el centro de todo es Williams; ni la intervención militar ni la pérdida de la inocencia, ni las causas ni las consecuencias, ni las mentiras ni las verdades a medias, aunque algo de lo dicho asoma en momentos en los que el actor pisa el freno…


Por aquel entonces de la década de 1980, tal vez ya cansados del reaganismo, empezó a proliferar en el cine bélico estadounidense, esa postura incómoda que, años atrás, ya se expone en películas europeas como O. K. (Michael Verhoeven, 1970) o, hacia finales de los setenta, en Michael Cimino y Francis Ford Coppola, que habían iniciado con El cazador (The Deer Hunter, 1978) y Apocalypse Now (1979) las primeras producciones hollywoodienses que se adentraban en el conflicto para descubrir y desvelar aspectos sombríos de la intervención y de la guerra, aquellos que, sin duda, alguien como John Wayne evitó en la propagandística Los boinas verdes (The Green Berets, 1968) o que en Rambo (First Blood Part II, George Pan Cosmatos, 1985) no asoman ni por descuido. Pero el personaje de Williams no entra en contacto con el campo de batalla. Su Cronauer accede a un espacio mediático, la radio, donde la lucha se desata entre la verdad y la censura que la silencia. Para hacer hincapié en esto, el locutor da rienda suelta al histrionismo, que si bien obedece a su modo de entender su oficio de cómico radiofónico, sirve para remarcar el choque de opuestos que asoma desde el inicio, cuando ese aviador ficticio y dicharachero aterriza en Saigón, en 1965, desaliñado, sin el uniforme reglamentario, con actitud de quien llega para hacer turismo, que se antoja mucho más divertido y correcto que la ocupación militar de un país lejano, aunque esta presencia masiva de tropas se esconda detrás del eufemismo “pacificación”. La primera imagen del personaje no obedece a su traslado precipitado, de Grecia, su destino anterior, al Sudeste asiático, aunque apenas haya tenido tiempo de cambiarse, sino que sirve al propósito de Levinson, que busca mostrar algún rasgo que, ya en ese instante primigenio, defina la personalidad de su protagonista. Así, ya se comprende que se trata de un subversivo dentro del orden que revoluciona. No es marcial ni uniforme, ni piensa acatar las normas castrenses que el sargento mayor guarda con encomio, intransigencia y militarismo. Imagen que se confirma en la reacción del sargento mayor ante su llegada, pues el humor irreverente y la gracia de Cronauer le precede, motivo que irrita al suboficial, que teme que el orden al que sirve se venga abajo. Por otra parte, Cronauer llega para animar a los soldados estadounidenses con su estilo radiofónico desenfadado cuya gracia reside en el humor bufo, en la caricatura y el rock’nd roll, pero también en la certeza de que los medios han de decir la verdad de los hechos; postura que choca con la censura militar imperante, una censura que contradice la idea central sobre la que se sostiene cualquier país que presuma de defender la libertad…