domingo, 26 de mayo de 2013

El extraño (1946)



El gusto de Orson Welles por los engaños, por los trucos, por mostrar imágenes y ocultar su fondo o dejar ver su fondo ocultando la imagen entre las sombras, o bajo apariencias como la asumida por Charles/Franz en El extraño (The Stranger, 1946), son rasgos que personalizan su obra, desde su primer hasta su último film. 
Como cineasta, parece sentir interés por investigar quiénes son sus personajes; inicialmente no está del todo seguro, son desconocidos, incluso para él, y eso le fascina y le lleva a transgredir en la búsqueda de la identidad perdida. Sus personajes traicionan, son traicionados, viven al límite y se encuentran limitados frente a espejos deformantes, la mayoría sobrevive sin amor o con carencias afectivas, algunos se descubren perdidos dentro del sistema en el que se han ocultado hasta que alguien, quizá el propio autor (como autor de la mascarada), los descubre.


Según Welles, El extraño fue su peor película, no en cuanto a su calidad, sino a que en ella se sintió menos autor que nunca. Sin embargo, el film posee el sello inconfundible de su responsable, como se aprecia en la inclinación de los planos, en las sombras, en influencias expresionistas o en el “juego” entre el villano y el agente que lo persigue, dos personajes obsesivos, por momentos desorientados, atrapados en la idea que ocultan tras la ambigüedad y las falsas apariencias que ambos asumen en una típica población norteamericana donde se desarrolla la práctica totalidad de la acción. Aunque Ciudadano Kane (Citizen Kane, 1941) es oscura y negra, enrevesada y espectral, El extraño fue su primer contacto con el cine negro propiamente dicho, género al que regresaría en las magistrales La dama de Shanghái (Lady from Shanghai, 1947) y Sed de mal (Touch of Evil, 1958). En ella, jugó con las sombras, con la ambigüedad y con la identidad, tanto la del detective como la del nazi, responsable de un campo de muerte durante la guerra, que huyó tras la caída del régimen.


Franz Kindler (Orson Welles) se esconde tras el nombre de Charles Rankin. A primera vista, se trata de un individuo como cualquier otro, un habitante más del apacible pueblo de Connecticut donde espera su matrimonio con Mary Longstreet (Loretta Young). Ella es pieza clave para que las intenciones de Rankin/Kindler se cumplan. Ya desde el primer momento que aparece en pantalla, el espectador conoce la identidad del profesor Rankin, aunque esta cuestión no merma el suspense que se inicia antes de que la historia llegue a la tranquila población estadounidense. La intriga comienza con la primera escena, cuando varios hombres debaten sobre la necesidad de soltar a Meinike (Konstantin Shayne), antiguo colaborador de Kindler. Y en ese primer instante, conocemos al comisario Wilson (Edward G. Robinson), el otro extraño en la villa. Wilson asume la responsabilidad de la puesta en libertad del reo, pero lo hace con la intención de seguir sus pasos, convencido de que aquel le llevará hasta el hombre que realmente le interesa atrapar. Una sucesión de breves secuencias, en las que se observa al perseguidor y al perseguido -entre ellas, la espléndida confirmación del juego del gato y el ratón mediante la pipa de tabaco del primero-, sirven para conducir a ambos hasta la localidad donde se descubre a Mary y a Charles, el mismo día de su boda. Pero antes de dar el sí, quiero, Mary recibe la extraña visita de un enigmático visitante, Meinike, quien le pregunta por el novio y, ante la ausencia de este, abandona la vivienda. A Meinike le domina el nerviosismo, no en vano se ha visto obligado a deshacerse del hombre que seguía sus pasos, contratiempo que confiesa a Kindler cuando poco después se encuentran en el bosque, donde el objetivo de la cámara se va centrando cada vez más en la figura del profesor; recurso que Welles utilizó para enfatizar que su personaje ha tomado la decisión de asesinar a su viejo camarada, pues teme que aquel ponga en peligro su nueva identidad.


A pesar del escaso presupuesto y de la supuesta falta de autoría del director de Ciudadano Kane, El extraño goza de momentos memorables, como esa estancia en el bosque, los primeros planos de la pipa de Wilson, que le confirman inalterable en su empeño por capturar a su presa, o la siempre presente torre del reloj, en cuyo interior Rankin parece sentirse más cerca de su meta. Pero este individuo es consciente de que cualquier paso en falso podría delatar su verdadera identidad, la misma que el policía descubre en la oscuridad de su habitación, cuando recuerda una de las frases que el profesor dijo durante la cena en el hogar de los Longstreet. Rankin es Kindler, Wilson lo sabe, pues solo un nazi diría: <<Marx no era alemán, era judío>>, pero, a pesar de la certeza que acarrea la doble sentencia, el agente nada puede hacer sin pruebas, y para obtenerlas no duda en utilizar a la recién casada, aún a riesgo de la vida de ésta; no en vano, las palabras del oficial crean en ella el conflicto emocional que aquél persigue, el que enfrenta al amor con la verdad que Mary inicialmente se niega a creer, pero que acaba aceptando al tiempo que se convierte en víctima y en pieza clave en el juego del gato y del ratón que mantienen los dos extraños que han roto su, hasta ese instante, eterna inocencia.



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