El otoño de la familia Kohayagawa (1961)
Los inicios de Yasujiro Ozu se remontan al cine mudo, pero durante su vida solo dos de sus películas fueron estrenadas más allá de las fronteras japonesas, sin embargo, en Japón se le consideraba un maestro, algo que también ocurriría en occidente después de su muerte, cuando tardíamente (más vale tarde que nunca) se descubrieron las poéticas imágenes que conforman su filmografía. Su estilo lírico, silencioso, pausado, sensible, se descubre en El otoño de la familia Kohayagawa (Kohayagawa-ke no aki, 1961), exquisita reflexión sobre la decadencia de un entorno familiar, mediante el cual se descubre el choque generacional que se produce tanto dentro como fuera de su seno. Aunque no era habitual en su cine, Ozu combinó comicidad con momentos de gran profundidad emocional para ahondar en el enfrentamiento entre tradición y modernidad, el cual se observa desde los comportamientos, sentimientos y sensaciones de los Kohayagawa. Manbei (Ganjiro Nakamura), el patriarca, se descubre como un viejo pícaro, en él se representan las costumbres del pasado, aquellas que empiezan a desaparecer entre los neones luminosos, los trajes occidentales o los bares que podrían encontrarse en cualquier ciudad de occidente Sin embargo, antes de desaparecer definitivamente, Manbei disfruta con sus escapadas, que aprovecha para visitar a una antigua amante (Chieko Naniwa), pero su hija mayor, Fumiko (Michiyo Aratama), las descubre y se las reprocha, en un momento en el cual lo nuevo se impone a lo viejo. En El otoño de la familia Kohayagawa el ocaso y las emociones de sus personajes surgen de diálogos, rostros y posturas filmadas en planos medios, sin que éstas se fuercen más que por sus propias necesidades, como ocurre cuando el anciano visita a su antigua novia y se le descubre hablando con Yuniko (Reiko Dan), la hija de aquélla e imagen extrema de la modernidad occidentalizada, pues en ella, al contrario que en las hijas o en la nuera del señor Kohayagawa, no se percibe el menor rastro de la tradición en la que el simpático anciano se habría educado. Resulta notable comprobar la aparente facilidad de Ozu para crear un ambiente conmovedor que transita por la comedia para desembocar sin previo aviso en el drama, sin que con ello se perciba una ruptura brusca en el fluir de las imágenes, pero que agudizan el otoño de esa familia que se desmorona en un desgarrador final, cuando la figura paterna sufre el infarto que no tarda en confirmar que con su muerte también se produce la de un modo de vida que irremediablemente se extingue; y es entonces cuando la lírica de Ozu alcanza uno de sus puntos álgidos, del cual se desprende la fugacidad y la certeza compartida por todos, lo moderno y lo tradicional, el joven y el anciano, pues aquello que resulta novedoso se convierte con el transcurrir del tiempo en la imagen que representa el patriarca, y finalmente sigue los pasos de aquel.
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