sábado, 25 de febrero de 2023

El curioso caso de Benjamin Button (2008)

Salvo el título y el decrecimiento/rejuvenecimiento anómalo de su protagonista, nada tiene que ver El curioso caso de Benjamin Button (The Curious Case of Benjamin Button, 2008), la película que David Fincher realizó a partir del guion de Eric Roth, con el tragicómico relato que Francis Scott Fitzgerald escribió en 1922. Fincher se decanta por desarrollar una historia de amor entre Benjamin (Brad Pitt) y Daisy (Cate Blanchett) que, en ciertos aspectos, guarda paralelismos con la expuesta por Robert Zemeckis en Forrest Gump (1994). El protagonista masculino de ambas películas es un personaje diferente y, por tanto, marginado, pero que descubre en una niña a su compañera de juegos y a la persona que cambiará su vida. Igual que Forrest y Jenny, Benjamin y Daisy se conocen en la infancia, les une la amistad infantil y les separa la adolescencia para, finalmente, reunirlos más adelante, cuando la “casualidad” decide que están preparados para reencontrarse y amarse. El tono subjetivo se introduce en ambas películas a través de la narración en primera persona; esa es otra similitud entre ellas y dudo que tales “coincidencias” sean fruto del azar. Se deben a que los dos guiones son obra de Roth. Si bien el tiempo es determinante, lo cierto es que más que mostrar la tragedia que implica ser diferente en cualquier entorno donde lo diferente trastoca y molesta el habitual devenir de las cosas y de las personas que adormecen en su seno, El curioso caso de Benjamin Button se decanta por otros temas.

El personaje literario solo puede abandonar su sensación de rechazo cuando se iguala al resto; es decir, cuando su edad física, que no la biológica, se adapta a la imagen de la biológica de quienes le rodean, observan o tratan. Fuera de ese falso equilibrio, Benjamin es marginado. A los demás, ya sea su padre, su mujer o su hijo, poco les importa los sentimientos y las emociones de quien nace anciano y muere como recién nacido. A ese resto con quien Benjamin solo comparte de igual a igual los instantes referidos, les interesa lo propio, y culpan al personaje que rejuvenece a contracorriente de sus males o le endilgan un egoísmo que les pertenece. En la película no hay nada de esto. Ya desde el mismo comienzo, Fincher pone tierra de por medio y filma su historia (y la de Roth), ajena a cualquier intento de adaptar el cuento de Scott Fitzgerald. Quiere filmar el suyo con libertad. Es decir, va por libre e introduce un tiempo presente que le permite ubicar la historia de Benjamin dentro de otra, la de Daisy, que en su lecho de muerte comparte con su hija. Caroline (Julia Ormond), que así se llama, lee a petición de su madre unas memorias extraordinarias. Son las de Benjamin, escritas de su puño y letra antes de que olvidase cuanto había vivido, pero también son las suyas, las de ambas.

La historia vital del Benjamin cinematográfico comienza el día que concluye la Gran Guerra (1914-1918), cuando nace y su madre muere después del parto. En ese instante, es un bebé avejentado y su padre (Jason Flemyng) siente rechazo hacia él y lo abandona en las escaleras de la residencia de ancianos que dirige Queenie (Taraji P. Henson), quien se hará cargo del bebé y así se convertirá en su madre —de nuevo la casualidad, que introduce otra similitud entre films en la figura materna protectora que además sirve de referencia al niño—. Benjamin es recogido por ella y su marido (Mahershala Ali) y crece entre gente que parece tener su edad, pero él todavía es un niño, piensa y vive como tal. Su edad adulta le lleva a recorrer distintos lugares y a conocer a personas diferentes, lo cual va marcando su filosofía vital. Para Benjamin (Fincher y Roth) la vida es una serie de existencias cruzadas e incidentes que escapan a nuestro control. Fincher desarrolla el aprendizaje del personaje al tiempo que va mostrando su evolución en el amor: el infantil, su primera experiencia sexual, su primer amor, el que le une a la mujer madura, e insatisfecha en su matrimonio, interpretada por Tilda Swinton, el amor de su vida, aquel infantil que en él despertó Daisy, la niña, y que se transforma en el pleno compartido con la mujer que al inicio del film ya anciana. Todo ello va dando forma a El curioso caso de Benjamin Button de cuento sobre el amor y el paso del tiempo, en el que resulta indiferente el sentido de su transcurrir, pues en ambos casos existe un instante de plenitud y de comunión que procura la felicidad (siempre efímera, así es su natural) de la pareja protagonista, lo cual depara que también sea una fantasía sobre la resignación ante la imposibilidad de detener o retener ese tiempo de plenitud en fuga, que une y separa, que aleja y acerca, vaya hacia adelante o hacia atrás —hacia la vejez de Daisy y hacia la infancia de Benjamin—, pero también es un canto a vivir lo imprevisible, esa casualidad que en sí ya es la vida misma.



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