viernes, 17 de febrero de 2023

El buen amor (1963)


El primer largometraje de Francisco Regueiro confirmaba lo que había expuesto en Sor Angelina, virgen (1961), que se trataba de un cineasta diferente y con mucho que contar. Otra cosa sería que la censura y los intereses ajenos a él se lo permitieran, como sucedió con Carta de amor de un asesino (1972), que nunca llegó a estrenarse en cines. Pero esa es otra historia, la de El buen amor (1963), que toma su título de la obra del arcipreste de Hita, comienza en una estación madrileña donde, mediante un plano secuencia, Regueiro nos presenta a José Luis, el personaje interpretado por Simón Andreu, esperando e impacientándose. A nadie afecta su nerviosismo; ni siquiera a la cámara, que si bien le observa, se mueve al compás de la tranquila cotidianidad del lugar, hasta que aparece Mari Carmen, a quien da vida Marta del Val. Ambos corren hacia el vagón. Fundido en negro, sonidos de conversaciones y Regueiro muestra a la pareja protagonista en el interior del tren que les llevará a Toledo. Son novios desde hace casi un año, pero no se han besado, está mal visto, aunque él insiste durante ese corto trayecto que se hace largo, debido a las paradas y a la ausencia de intimidad, la que implica viajar en un vagón de tercera clase. Pero a nosotros, ese espacio nos da acceso a parte de la realidad de la época, la cual, evidentemente, afecta a los dos jóvenes enamorados que inician su esperado día fuera de la capital, lejos de aquello que les preocupa: el futuro, en un tren que les acerca y aleja. Él estudia Derecho, ella Filosofía y Letras; son jóvenes y guapos, tienen la vida por delante y la ilusión del amor para buscar la felicidad que pretenden acariciar en esa jornada que suponen de libertad, lejos de la castradora cotidianidad de una sociedad que ha perdido su juventud o que nunca ha sido joven. Pero una cosa es pretender hacerlo y otra lograr dejar atrás una tradición represiva que les sigue a todas partes. No son libres, ni siquiera están en disposición de elegir su futuro —él se plantea hacerle caso a su padre y presentarse a las oposiciones al banco—, pero ¿quien lo está, más allá de creernos dueños de una ilusión temporal con múltiples variantes que se nos escapan?


No me cabe duda del buen hacer de Regueiro en su primer largo, y en la mayoría de sus películas; de hecho lo considero uno de los mejores cineastas que ha dado el cine español. Aunque quizá actualmente olvidado por muchos, se trata de un cineasta con una filmografía difícil de catalogar, pero reconocible en sus rasgos fantasiosos, en su humor, a menudo negro, en su esperpento, en su personalidad creativa, la misma que provoca que la suya sea una obra tan corta. Salvo en Si volvemos a vernos (1967), un film más de su productor Elías Querejeta, Regueiro es un director fiel a sí mismo, al tipo de cine que deseaba hacer, y El buen amor es una espléndida carta de presentación, a pesar de que la crítica no la recibiese precisamente con aplausos —<<la pusieron como un estropajo>>, recuerda el director (1)—, pero sin duda es un título fundamental en el breve “nuevo cine español” de los años 60. La historia de El buen amor, en apariencia sencilla, íntima y con dosis de humor (que no de comedia), encierra la complejidad de toda una sociedad: la española. De igual modo, también es de los mejores acercamientos a la realidad de las jóvenes parejas, de chicas y chicos que heredan la represión y las ganas de liberarse, pero también les legan la imposibilidad de hacerlo. Siempre observados, lo mismo da el lugar, todo sigue igual, el mismo tedio y la misma sensación de no poder hacer, quizá por ello sea Toledo, ciudad que parece anclarse en el tiempo —y donde ellos intentan dar rienda suelta a su juventud corriendo y jugando por el museo, soñando por las calles, enfadándose, separándose, reencontrándose— el destino escogido por Regueiro para desarrollar la mayor parte de un film sensible que busca liberar a sus dos protagonistas de una sociedad controladora y aburrida de sí misma.


(1) Antonio Castro: El cine español en el banquillo. Fernando Torres, Editor, Valencia, 1974.


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