<<Según las estadísticas, era el producto de un hogar deshecho, y criada por mi madre. Por pura suerte —la suerte de tener la cara y el cuerpo que tenía y que otros lo advirtieran en el momento oportuno—, tuve la oportunidad de alcanzar la cima a los diecinueve años. Howard Hawks había inventado una personalidad en la pantalla que iba bien con mi apariencia, con mi voz y con algunos aspectos de mí misma; pero aquella aparente experiencia sexual, independencia y habilidad para manejar cualquier situación no tenía entonces más relación conmigo que la que tienen hoy: ninguna. Y con aquel triunfo llegó también una vida personal más plena de lo que nunca había soñado, y no hace falta decir que la que tuve después. A los veinte años había llegado al cielo y tocado algunas estrellas. ¿Y quién sino alguien de veinte años podía pensar en que aquello duraría? Cuando todo se acabó —aunque la carrera propiamente dicha había ido cuesta abajo casi inmediatamente—, ¿qué me sostuvo? ¿Por qué no fui presa de los peligros más previsibles de la vida, la bebida, las drogas, la deserción? Yo diría que el amor incondicional de dos personas tuvo mucho que ver con esto. Mi madre me lo dio constantemente. Y su apoyo, la educación que me había dado y su aliento, junto con la unidad de nuestra familia y mi propio carácter, más mi capacidad de reírme de mí misma, hicieron posible mi relación con Bogie, un hombre con tres matrimonios a sus espaldas y veinticinco años más que yo…>> (1)
Así cuenta Lauren Bacall, de nombre real Betty Joan Perske, sus orígenes para el cine en Por mí misma, su autobiografía, pero también comenta el instante de su máximo esplendor cinematográfico. Parece incontestable que la personalidad inventada a la que se refiere, la que asume en Tener y no tener (To Have or Have Not, Howard Hawks, 1944) es la primera que regresa a la memoria popular cuando se habla de ella como actriz. Aparte de aludir su momento de máximo apogeo, a los diecinueve años, y afirmar que el resto de su carrera profesional fue un descenso prolongado durante décadas, habría que decir a su favor profesional que su carrera tuvo picos que la devolvían a la cumbre cinematográfica. Esos máximos son El sueño eterno (The Big Sleep, Howard Hawks, 1946), Cayo Largo (Key Largo, John Huston, 1948), Escrito sobre el viento (Written on the Wind, Douglas Sirk, 1956) y Mi desconfiada esposa (Designing Woman, Vincente Minelli, 1957). Pero, sin duda, lo que engrandece la carrera de Bacall es su capacidad de ser honesta consigo misma, honestidad similar a la que emplea para resumir su carrera cinematográfica y atribuir su éxito a la suerte, de la que precisa sus factores, al tiempo que alude que su mejor momento, tanto profesional como personal, fue al lado de Humphrey Bogart, con quien estuvo unida hasta la muerte del actor. Betty, como la llamaban conocidos y allegados, no duda en afirmar que lo demás no estuvo a la altura del personaje que la inmortalizó. Pero ahí creo conveniente matizar y decir que no se trata de que no estuviese a la altura, sino que es imposible competir con un mito; y eso fue en lo que se convirtió su “flaca” de Tener y no tener.
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