He aprendido algo, enfrentado a estas dudas. He aprendido que todos estos “por qué” son al fin y al cabo irresolubles para la mente humana, por mucho que esta se ponga a pensar. Que sencillamente hemos de comportarnos como personas que aspiran a llevar un poco al menos de salvación a este nuestro mundo, lleno de pesares. Que hemos de tener ese valor. Por más aflicciones, por más sinrazones, por más absurdos a que hagamos frente, no nos rindamos nunca; mostremos la energía de los que testimonian con su vida que existe una paz más elevada.>>
Cuando Michio Takeyama asistía a los funerales sin cuerpo de antiguos alumnos suyos, imágenes del pasado, la realidad del presente y las dudas del futuro se acumulaban cual semillas que germinarían en su mente, quizá inconsciente en ese instante de que, idea a idea, darían forma a El arpa Birmana, su única novela y una de las grandes obras de la literatura japonesa contemporánea. Iniciada su escritura en 1946, con la guerra recién concluida, con la ocupación estadounidense de Japón y con un mañana incierto para el pueblo japonés, El arpa birmana superó sus problemas con la censura —en un primer momento, entre otras prohibiciones implantadas por la censura estadounidense, se prohibía escribir y filmar temas bélicos— y se publicó en 1947, convirtiéndose en uno de los grandes alegatos literarios antibelicistas de su época (y del siglo XX). En la década siguiente, en 1956, la novela de Takeyama sería llevada a la gran pantalla por Kon Ichikawa en su espléndida película homónima.
Michio Takeyama: “El arpa birmana” (traducción de Fernando Rodríguez-Izquierdo Gavala). Random House Mondadori, Barcelona, 2009.
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