Fotograma de la película El arpa Birmana (Biruma no Tategoto, Kon Ichikawa, 1956)
Cuando Michio Takeyama asistía a los funerales sin cuerpo de antiguos alumnos suyos, imágenes del pasado, la realidad del presente y las dudas del futuro se acumulaban cual semillas que germinarían en su mente, quizá inconsciente en ese instante de que, idea a idea, darían forma a El arpa birmana, su única novela y una de las grandes obras de la literatura japonesa contemporánea. Iniciada su escritura en 1946, con la guerra recién concluida, con la ocupación estadounidense de Japón y con un mañana incierto para el pueblo japonés, El arpa birmana superó sus problemas con la censura —en un primer momento, entre otras prohibiciones implantadas por la censura estadounidense, se prohibía escribir y filmar temas bélicos— y se publicó en 1947, convirtiéndose en uno de los grandes alegatos literarios pacifistas y antibelicistas de su época (y del siglo XX). En la década siguiente, en 1956, la novela de Takeyama sería llevada a la gran pantalla por Kon Ichikawa en su espléndida película homónima. La historia planteada por Takeyama se presenta como el recuerdo que un soldado de la única compañía que regresó con un talante optimista, el cual llamó la atención, pues eran el pesimismo y la tristeza las notas dominantes. Aquel soldado, que de ese modo se convierte en el narrador principal, les cuenta su historia y la del ausente, el cabo Mizushima, a quien el autor cede la palabra en el último tramo de la novela, mediante la carta que escribe a sus compañeros el día que estos serán repatriados. Lo que sigue es un fragmento de la misma, en la que el cabo, convertido en bonzo, ha recorrido Birmania…
<<Escalando montañas, cruzando ríos… mientras enterraba a los cadáveres que allí encontraba sofocados por la hierba o anegados en agua, yo sentía el tormento íntimo de estas dudas: “¿Por qué ha de ser que en este mundo existan tales miserias? ¿Por qué ha de existir tanto dolor, tan inexplicable? ¿Qué debemos pensar sobre todo esto? Y ¿qué actitud tomar frente a tales problemas?
He aprendido algo, enfrentado a estas dudas. He aprendido que todos estos “por qué” son al fin y al cabo irresolubles para la mente humana, por mucho que esta se ponga a pensar. Que sencillamente hemos de comportarnos como personas que aspiran a llevar un poco al menos de salvación a este nuestro mundo, lleno de pesares. Que hemos de tener ese valor. Por más aflicciones, por más sinrazones, por más absurdos a que hagamos frente, no nos rindamos nunca; mostremos la energía de los que testimonian con su vida que existe una paz más elevada.
[…]
Nuestro país ha hecho la guerra; la ha perdido, sufre. Todo por dejarse llevar de una inútil codicia. Porque, creciéndonos excesivamente en nuestras pretensiones, hemos echado en olvido los más importante para el ser humano. Porque la cultura a la que hemos servido respondía en cierto modo a un concepto muy superficial.>>
Michio Takeyama: El arpa birmana (traducción de Fernando Rodríguez-Izquierdo Gavala). Random House Mondadori, Barcelona, 2009.
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