Nacida en Baltimore en 1887, Sylvia Beach, abandonó su Estados Unidos natal y se instaló definitivamente en París en 1916. En la capital francesa, donde ya había vivido de niña, conoció a Adrianne Monnier, fundadora en 1915 de la librería La maison des amis des livres (La casa de los amigos de los libros), situada en el 7 de rue de l’Odéon, que le animó a abrir su propia tienda de libros. Dicho y hecho o “culo veo, culo quiero”, en 1919, Sylvia abría las puertas de Shakespeare and Company al público, pero todavía no alcanzaba a ver que aquella acción la llevaría a formar parte de uno de los momentos que cambió la literatura mundial. Ni siquiera empezó a sospecharlo cuando su local, en el 12 de la rue de l’Odéon, empezó a ser frecuentado por la bohemia parisina, sobre todo por escritores angloparlantes, entre quienes se contaban los irlandeses James Joyce y Samuel Beckett, los estadounidenses Gertrude Stein, Ernest Hemingway, Francis Scott Fitzgerald, Ezra Pound y otros miembros de la llamada “generación perdida”. Hemingway, a quien le prestaba libros que no podía comprar, la recuerda en París era una fiesta, pero es el espacio literario y comercial que fundó tras la Primera Guerra Mundial (y que cerró con la ocupación alemana de Francia) donde la figura de Sylvia adquiere sentido cultural e histórico. Ella fue la librera que se arriesgó a publicar a Joyce su colosal Ulises, colosal en tamaño, un millar de páginas, y por la modernidad literaria de un autor influenciado por Homero y renacentistas como Giordano Bruno. A pesar del riesgo que suponía asumir la edición, Sylvia Beach echó el resto y se volcó de lleno con un escritor cuya modernidad narrativa rompía con la literatura previa.
Algunos capítulos de la novela de Joyce habían sido publicados en la revista estadounidense The Little Review, pero no tardaron en ser prohibidos, debido a que la obra fue considerada poco menos que pornografía. Vayan a saber qué ojos y cerebros leyeron aquellas líneas, si es que las leyeron o si la entendieron. Pero la librera sí leyó el manuscrito y asumió el reto de publicarlo. Siguiendo las instrucciones de Joyce, lo envió al impresor Maurice Darantiere, en Dijon, y el 2 de febrero de 1922, fecha del cuarenta cumpleaños del escritor irlandés, Ulises vio la luz en la parisina Shakespeare and Company. Aunque en algunos lugares tuvo una calurosa recepción, en otros pronto se vio amenazado por la sombra de la censura. La prohibición de la novela se hizo real en dos países democráticos como Estados Unidos y Reino Unido. En su Irlanda natal no fue prohibida, pero apenas fue leída. Allí, se vio como un insulto y una traición al catolicismo y al nacionalismo irlandés por parte del escritor, que llevaba años viviendo en el exilio.
En la actualidad, la obra ha sido traducida a más de veinte idiomas y tanto Ulises como su autor y su editora han pasado a formar parte de la Historia. En sus memorias, Sylvia Beach nos acerca el momento y, en su novela La librera de París, Kerri Maher hace de Beach su heroína y, entre otras historias, cuenta su relación con Adrianne Monnier y su época —también Monnier nos habla de su establecimiento y de aquel entonces en su libro Rue de l’Odeon. Esta librera estadounidense, enamorada de la literatura, vio arte y nuevas formas literarias en el famoso libro de Joyce, una novela alabada por muchos, aunque quizá no demasiada leída. La historia de James Joyce reduce su marco temporal y espacial a un día y a las calles de Dublín, pero se abre a un amplísimo número de situaciones y sensaciones, dando como resultado la odisea dublinesa y universal de Leopold Bloom, el héroe que busca su regreso a casa, al lado de Molly, la Penelope de un Ulises irlandés, judío, europeo y del resto del mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario