jueves, 15 de diciembre de 2022

El último mohicano (1920)


Una de las grandes aventuras cinematográficas del periodo silente en Hollywood fue obra de Maurice Tourneur y Clarence Brown, su ayudante desde 1915, que tuvo que sustituir al primero cuando este cayó enfermo. Brown había trabajado para el director francés en más de una treintena de títulos. Conocía el estilo de quien fue su maestro. Evidentemente, estaba familiarizado con su forma de trabajar, pero también había desarrollado una personalidad cinematográfica propia que demostraría una y otra vez a lo largo de su carrera en solitario. En El último mohicano (The Last of the Mohicans, 1920), aventura restaurada en 1993 a partir de una copia hallada en la Cinemateca Francesa en 1957, el futuro realizador de Ana Karenina (Anna Karenina, 1935) asumió por primera vez labores de dirección. Fue un paso inesperado para él, pero afortunado; aunque los méritos, que también le correspondían a Tourneur, se los llevó este pionero cinematográfico francés —según se dijo le dejó indicaciones a Brown—, por aquel entonces un cineasta de gran prestigio y uno de los primeros directores europeos en triunfar en Hollywood, adonde había llegado en 1914. La historia de El último mohicano parte de la novela homónima de James Fenimore Cooper, pero se aparta de ella y se centra en Uncas (Albert Roscoe), Cora (Barbara Bedford) y Magua (Wallace Beery), siendo el resto de personajes apenas comparsas. Pero hay un cuarto protagonista: el paisaje natural que sirve de escenario para esta producción que, sin complejos, desarrolla a su manera la aventura escrita por Cooper y expone el amor interracial de Cora y Uncas, así como el doble deseo de Magua: destruir al hombre blanco y poseer a la mujer blanca, sea Cora o su hermana Alice (Lillian Hall). Ambientada en 1757, en la guerra que Inglaterra y Francia han llevado a sus colonias norteamericanas, la aventura dirigida por Tourneur, también fue quien la produjo, y Brown difiere de las adaptaciones realizadas por George Seitz en 1936 y Michael Mann en 1992, sobre todo en que apenas presta atención a Ojo de halcón ni al mayor Heyward, pero avanza algunas situaciones que se verán en las posteriores adaptaciones de este clásico de la literatura estadounidense publicado por primera vez en 1826.




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