El cortometraje con el que Vera Chitylová se graduó en la FAMU atrapa a su protagonista en un entorno donde su imagen despierta el deseo masculino y la envidia de otras mujeres, pero su persona carece de identidad y de entidad —igual que los maniquís que observa al otro lado del escaparate donde las figuras, desnudas y con los ojos velados, son su reflejo—; se le niegan ambas, aunque no exclusivamente por ser guapa o por ser mujer, sino por el propio espacio cotidiano y urbano que parece adormecer y uniformar a sus concurrentes; sensación que Chytilová logra mediante el uso de los planos. Como la propia cineasta antes de iniciar sus estudios de cine, Martha (Marta Kanovská) trabaja de modelo y su belleza la convierte en objeto de deseo. Dicho atributo resulta ser el único al que su entorno parece conceder valor, lo cual la condenada a ser imagen y a ser maniquí más allá de la profesión por la que ha dejado sus estudios. Esto le afecta y agudiza la sensación de que le falta algo. Martha no se encuentra en su deambular por las calles y locales de Praga, tampoco en su trabajo ni en las no relaciones que establece en ese espacio que le niega ser sujeto. En Strop (1962), Chytilová denuncia la situación femenina hablando a través del montaje, de los encuadres, de los lugares y de los sonidos, más que con las palabras, que su protagonista apenas pronuncia, como si el propio espacio le negase la voz. El blanco y negro, el aislamiento de Martha, la música jazz y algún tema de rock, se mezclan con el tono documental y subjetivo que evoluciona en Sobre mujeres diferentes (O Nečem jiném, 1963), su primer largometraje —y del cual en Las margaritas (Sedmikrásky, 1966) ya no queda ni rastro, al romper totalmente con la narrativa convencional—, y el intimismo en las distancias cortas entre la cámara y la protagonista que, durante los cuarenta minutos de metraje, deambula su existencia mientras va tomando conciencia de ser.
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