jueves, 21 de abril de 2022

Aurora de esperanza (1937)


Como todo gran centro urbano, Barcelona ha mantenido una relación continua con el cine, tanto como escenario de películas como lugar donde producirlas. Durante la guerra civil, el Sindicato de la Industria del Espectáculo (S.I.E.), productora cinematográfica dirigida por la organización anarcosindicalista CNT, tenía su sede y sus estudios en la Ciudad Condal donde se dedicó durante los primeros compases de la guerra civil a realizar dramas sociales entre los que destacan Barrios Bajos (Pedro Puche, 1937), ¡Nosotros somos así! (Valentín R. González, 1937) y Aurora de esperanza (Antonio Sau, 1937), quizá los films de ficción más reconocidos producidos por los anarquistas durante el periodo bélico; del bando sublevado quizá tal honor recaiga en Frente de Madrid (Edgar Neville, 1939). En el caso de Aurora de esperanza, el primero de los tres largometrajes dirigidos por Antonio Sau Olite, se plantea un conflicto todavía no resuelto: el paro y cómo el despido afecta a los trabajadores que, como Juan (Félix de Pomes), se quedan sin trabajo y con una familia a la que mantener sin poder hacerlo. La nueva situación laboral, la de no tener labor remunerada y ver reducidas a cero las opciones de una cotidianidad digna, depara las protestas y la búsqueda de soluciones y de justicia para el trabajador a quien se usa y se “tira” sin miramientos —en el caso del protagonista, con un despido de 200 pesetas que no llegan para cubrir los gastos mensuales familiares— porque ya no rinde beneficios a la empresa que cierra sus puertas sin que en la pantalla se explique el motivo. Sau Olite toma partido por el proletario y no explica la posición del empresario, explicación que, salvo excepciones que evidencian una conducta amoral que solo busca su beneficio —caso de El buen patrón (Fernando León de Aranoa, 2021)—, tampoco suelen darse en el cine de carácter social.



La situación de miseria e injusticia social y laboral se repite en el cine desde los tiempos de
Charles Chaplin, pasando por el cine soviético de la década de 1920, el King Vidor de El pan nuestro de cada día (Our Daily Bread, 1934), el neorrealismo italiano de posguerra —aquel que, salvo excepciones como El techo (Il Tetto, Vittorio de Sica, 1956), se produjo entre 1945 y 1952—, La sal de la tierra (Salt on the Earth, Herbert J. Birbaum, 1952), los títulos proletarios de Kaurismäki o Los lunes al sol (Fernando León de Aranoa, 2002), hasta la actualidad que corrobora o hace sospechar que en este aspecto no ha habido grandes avances, puesto que el problema sigue ahí, vivo, aunque los horarios laborales, las prestaciones sociales o las apariencias hayan cambiado. La historia propuesta por Antonio Sau Olite presenta unos diálogos forzados, teatrales más bien. No fluyen de la situación por la que atraviesan los personajes, sino que se nota la intención del autor que los emplea para denunciar una situación real: la falta de trabajo y sus consecuencias. El héroe de Aurora de esperanza es un tipo de su época, hoy sería mirado con otros ojos, que podrían ver en él una figura patriarcal —su reacción en la escena en la que ve a Marta (Enriqueta Soler), su mujer, en el escaparate de una tienda trabajando de maniquí en ropa interior es la reacción de un marido tradicional— y victimista; mientras que ayer, sería la víctima del despido, de la miseria y del sistema, que estaba apunto de saltar por los aires. La ausencia de oportunidades merma la esperanza de Juan, al tiempo que irá concienciándole de la necesidad de dar el paso hacia el cambio que el film apunta hacia el final, después de que el personaje central envíe a su familia al campo, a casa de los padres de Marta. Durante ese periplo, Juan mendiga un plato de sopa, duerme en la calle o en refugios, da el paso de la desesperación a la movilización de la masa obrera más desfavorecida y se convierte en líder de los parados y de la revolución que anuncia ese amanecer que ninguna revolución ha logrado llevar más allá de su primer rayo de esperanza o eso parece indicar el fracaso de las utopías revolucionarias: la marxista no logró el paraíso proletario ni la anarquista la acracia libertaria





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