miércoles, 20 de abril de 2022

Apolo 10 1/2: Una infancia espacial (2022)


Llega un momento en la vida de cada persona en el que le resulta más fácil y constante mirar hacia atrás que hacia adelante. El motivo es obvio, como también lo es que, generalmente, la niñez sea el tiempo de fantasear que todo lo imaginado es posible. En ese instante, la vida parece ilimitada, sin principio ni fin, y dicha sensación, que nace natural a la primera edad, depara libertad y el estado más feliz y emocionante del ser humano. Sin límites ni barreras, la infancia no atiende al paso del tiempo e incluso un niño puede llegar a ser astronauta y viajar a la Luna en un proyecto secreto de la NASA. Nacido en Houston en 1960, Richard Linklater así lo asume en Apolo 10 1/2. Una infancia espacial (Apollo 10 1/2: A Space Age Childhood, 2022), en la que recuerda su ciudad natal y los Estados Unidos de finales de la década de 1960. El narrador (Jack Black) rememora a su familia y el periodo de su niñez en cuarto curso, ofreciendo una imagen nostálgica de la época en la que los castigos corporales en la escuela eran aceptados como parte del sistema escolar y en la que las imágenes de la guerra de Vietnam asomaban a diario en los noticiarios. Aquel tiempo de terror atómico y guerra fría, de la carrera espacial que situaría al primer humano en el suelo lunar, de la televisión y el autocine, de The Beatles, Johnny Cash y Janis Joplin, de la serie creada por Dan Curtis Sombras tenebrosas (Dark Shadows, 1966-1971) —la misma que Tim Burton llevaría a la gran pantalla en 2012—, 2001: una odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, Stanley Kubrick, 1968), marca al protagonista que también recuerda la presencia cotidiana y no siempre aceptada de hippies, la pillería infantil y la ausencia de la tiranía de control y seguridad vigente en su madurez.



La constante insistencia de la voz de Stan adulto, su listado de series televisivas, juegos de mesa o de patio de colegio, comidas y un largo etcétera de objetos, modas y tendencias populares del momento en el que tenia nueve años, agudiza su tono nostálgico, que nunca abandona la pantalla. Dicha nostalgia se adueña de la película, a riesgo de resultar cansina, en su constante idealización del pasado, el cual, posiblemente, considere la época más fascinante de su vida; más allá del alunizaje fantaseado o del que se televisa el 20 de julio de 1969 mientras él duerme —quizá por el cansancio acumulado durante la jornada en el parque de atracciones o porque soñar difiere de la materialización de un objetivo concreto. Las palabras que nos llegan desde el presente no buscan las reflexiones del adulto sobre aquel entonces, sino recrearse en su libertad infantil y en la fantasía que le hace sentirse especial, y que al tiempo le permite abordar los cambios culturales y sociales sin necesidad de recurrir a una comparación directa entre el pasado y la actualidad, que no asoma en la pantalla porque está presente en la cotidianidad de narrador y en la del público. En su viaje a la infancia, Stan reconstruye su barrio, su colegio, su familia tal como era entonces, o como la recuerda, las costumbres y los gustos de la época, quizá el último suspiro de inocencia de una sociedad que, en la década de 1960, vivía el despertar a la realidad. La propuesta animada de Linklater es un ejercicio de memoria loable, entretenido, pero no deja de ser una repetición de tantos maravillosos años que han ido asomando en las pantallas cinematográficas y televisivas estadounidenses. La televisión y el cine son las principales señas culturales del país de Stan, de ahí que siempre estén presentes en su cotidianidad, que él rememora con la certeza de que fue especial, puesto que cualquier adulto mira al niño que fue y lo recuerda viviendo una infancia especial, porque, en condiciones favorables —de hogar, familia, amigos, entorno— cualquier niño evocado hace sentir al adulto, ya limitado a ser quien es, que en un tiempo pretérito su horizonte se abría a cualquier posibilidad, incluso a la de pisar la Luna e ir más allá de la mediocridad a la que la gran mayoría despertamos en nuestra madurez para empezar a evocar que algún día fuimos héroes, estrellas, piratas, inventores o conquistadores.




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