lunes, 11 de abril de 2022

Gangster Squad (2012)



El uso que hacen los agentes de la ley en Gansgter Squad (2012) de la violencia para acabar con la criminalidad en la ciudad de Los Ángeles es más el reflejo de su intención de contentar al público menos exigente que el de crear una personalidad fílmica propia, lo cual no dice nada a favor de una película que, pretendiendo recrear una época, daría igual que su ambientación temporal se desarrollase en la actualidad o en la década de 1980. Habrá quien diga que se trata de un film de gánsteres, un neo-noir o un policíaco moderno, pero ni unos sombreros hacen al policía ni un gesto hosco al criminal, como tampoco pretender tapar los vacíos en la sala de montaje dota de modernidad a una película. El film de Ruben Fleischer repite los mismos fuegos artificiales que otras producciones que pretende ser y no son, pues tras su primera apariencia se descubre la ausencia de ideas. Quizá por ello, ante todo, Gangster Squad es una película de acción que vive de formas prestadas de otras producciones, de la violencia gratuita en explosiones, golpes, disparos y cualquier otro tipo de herramienta que no obligue a sus responsables ni al público a plantearse cuál es o cuáles son los temas que plantea. La impresión es que no lo hace, que prefiere y se decanta por exponer la lucha ruidosa entre el supuesto bien representado por los agentes incorruptibles, que asumen la violencia como única vía posible, y el mal encarnado de forma grotesca por el Mickey Cohen interpretado por Sean Penn. No importan los motivos ni las motivaciones de unos y otros, menos aún los aspectos personales, ni las relaciones humanas que apenas se vislumbran en John O’Mara (James Brolin) respecto a su mujer (Mireille Enos), a su trabajo, a su ideal de deber y honor, o la de Jerry (Ryan Gonsling) y Grace (Emma Stone), la chica del gánster mantienen como si con ello se cubriese un cupo necesario de romance. Nada de esto parece importar, solo interesa prestar atención a la acción expeditiva, lo cual provoca que la fuerza bruta nunca abandone un estado de irrealidad que provoca muertes irreales o heridas externas o internas que apenas signifiquen un rasguño en la mente de quien observa la trama.


En Los Angeles de Cohen y de O’ Mara no hay espacio para realidades ni para aspectos que nos remitan a algún espacio sombrío como el que sí hayamos en L. A. Confidencial (L. A. ConfidentialCurtis Hanson, 1997), quizá la película más acertada del neogansterismo cinematográfico ambientado en la ciudad californiana. La presentación de los antagonistas no puede ser más clara al respecto. Conocemos a ambos en dos secuencias en las que emplean la violencia para dos objetivos supuestamente distintos: el primero, Mickey Cohen, para indicarnos que es brutal y despiadado, más allá de que existan intereses como el controlar un espacio que hasta entonces estaría dominado por la mafia del este. El segundo, el sargento, emplea la brutalidad cual caballero andante para salvar a una damisela en apuros. Pero ambos son lo mismo, personajes vacíos, arquetipos que ya desde ese doble inicio apuntan la senda a transitar por un film que no deja de ser una sucesión de ideas y situaciones vistas con anterioridad y de personajes que se adaptan a las exigencias establecidas, del género en su estado más simple y políticamente correcto —en el grupo anticriminal hay un afroestadounidense y un hispano, aunque sus presencias resultan insustanciales y nada aportan a la trama. La misma falta de sustancia la encontramos en Jerry, personaje que posiblemente se debe a una doble finalidad: atraer a las salas a los admiradores y admiradoras de Gosling e introducir una historia de amor que se queda en terreno abonado para más tópicos.

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