Siete mujeres (1966)
El último largometraje de John Ford presenta a un grupo de mujeres inmersas en un conflicto más profundo que la amenaza física que significa la presencia del sanguinario Tunga Khan (Mike Mazurki) en los alrededores de la misión donde se desarrolla la acción. El verdadero interés de esta magnífica película reside en los comportamientos de los siete personajes femeninos que la protagonizan, sobre todo en dos de ellos: la directora del centro, Agatha Andrews (Margaret Leighton), reprimida y puritana hasta un extremo enfermizo, y la doctora Cartwright (Anne Bancroft), desencantada y marginal, pero con una idea de la vida más sincera que aquella que descubre a su llegada a la misión. Antes de que Ford presentase físicamente a este personaje, ya se apunta hacia su exclusión dentro de un espacio donde no encaja, como tampoco encajan en sus respectivos aquellos solitarios interpretados por John Wayne en Centauros del desierto (The Searchers, 1956) o El hombre que mató a Liberty Valance (The Man Who Shooted Liberty Valance, 1962), seres desarraigados que presentan una perspectiva más amplia y profunda que la de quienes les rodean, y por quienes se sacrifican. Esta similitud entre personajes es una constante en el cine del director de El sargento negro (Saergent Rutledge, 1960), atraído por este tipo de perdedores dignos y orgullosos que entran en contacto y en conflicto con un entorno humano en descomposición. Por ello, aunque a primera vista no lo parezca, la doctora de Siete mujeres (7 Women) viene a ser una variante de aquellos personajes masculinos fordianos, y como aquellos se caracteriza por un distanciamiento asumido, consecuencia de experiencias vitales fallidas, en su caso una relación amorosa que no llegó a buen puerto. La irrupción de esta antiheroína en la comunidad misionera resulta una sorpresa y una decepción generalizada, pues su miembros aguardaban a un médico varón y no a una mujer liberada de prejuicios y marcada por un pensamiento nihilista que provoca la antipatía de Andrews. El enfrentamiento entre ambas es evidente desde el primer momento, y se desarrolla a lo largo del metraje afectando y realzando las posturas de las demás mujeres allí presentes (la inocencia de Emma (Sue Lyon), la admiración sumisa de Jane (Mildred Dunnock) o la serena sabiduría de Miss Binns (Flora Robson)), al tiempo que remarca las carencias vitales de la misionera, temerosa de que se trastoque ese entorno creado a imagen de su intolerancia, un entorno que se desmorona definitivamente con la aparición del bandido.
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