Rebelión (1967)
En 1952, el mismo año que la revista Kinema Junpo premiaba la magistral Principios de verano (Bakushū, Yasujiro Ozu, 1951) como la mejor película japonesa del año anterior, Masaki Kobayashi debutó en la dirección con La juventud del hijo (Musuko no seishon, 1952). Era el inicio en la realización de uno de los grandes cineastas japoneses de posguerra, aunque su mayor reconocimiento le llegó a partir de la monumental trilogía La condición humana (Ningen no jôken, 1959-1961), a la que siguieron otras obras maestras como Harakiri (Seppuku, 1962), El más allá (Kaidan, 1964) o esta trágica historia coproducida y protagonizada por Toshiro Mifune, la única película de Kobayashi premiada por la prestigiosa revista como el mejor film del año. No fueron las únicas, pero estas cuatro joyas cinematográficas bastarían para posicionarlo entre los grandes directores del cine japonés.
En Rebelión (Jôi-uchi: Hairyô tsuma shimatsu, 1967), el responsable de la también espléndida Río negro (Kuroi kawa, 1957) expuso, al igual que había hecho en La condición humana y en Harakiri, un cine contra la intolerancia y el sinsentido, en este caso, igual que en la anterior, el de un sistema feudal que denigra a los individuos, al impedirles asumir decisiones propias y obligarles a acatar los caprichos de quienes, según la tradición y las leyes, deben lealtad. Esta situación se descubre a través de la familia Sasahara y de su relación con el daimyo del clan al que pertenecen, en un periodo (1727) durante el cual los grandes señores rigen los destinos de sus vasallos, entre quienes se cuenta Isaburo Sasahara (Toshiro Mifune), samurái sometido desde siempre al orden social que en el presente obliga a Yogoro (Go Kato), su primogénito, a casarse con la dama Ichi (Yoko Tsukasa), una víctima más del sistema autoritario que la ha convertido, contra su voluntad, en la amante de Lord Matsudaira (Tatsuo Matsumoto), quien posteriormente la ofrece en matrimonio a los Sasahara.
Suga (Michio Otsuka), la esposa de Isaburo, no ve con buenos ojos que su hijo se una a alguien que considera indigna por haber agredido al noble, sin plantearse los motivos que la condujeron a ello; por su parte, el cabeza de familia también muestra su malestar, aunque al contrario que su mujer no juzga el comportamiento de Ichi y sí la petición (mandato) del Lord, que obliga a su vástago a asumir un compromiso que le impide elegir y por lo tanto le denigra como persona. No obstante, Yogoro accede por el bien de los suyos (desobedecer un deseo del daimyo es una deshonra que implica un castigo) y no tarda en afianzar una relación amorosa con Ichi que despierta la admiración y el respeto de Isaburo (en ellos observa la felicidad que a él se le ha negado). Durante un breve periodo Kobayashi mostró la confianza y el amor que une a la pareja, así como la sensación de plenitud y de júbilo que invade al patriarca al observarlos, pero esta armonía se rompe cuando el hijo legítimo del señor del clan fallece y aquel reclama la presencia en palacio de Ichi, para que asuma el cuidado del nuevo heredero del feudo, una decisión que implica apartarla de cuanto ha construido al lado de Yogoro y que el trío protagonista califica como caprichosa y cruel, por lo que asumen rebelarse conscientes de que su lucha contra la intolerancia y el falso honor que crítica Rebelión conlleva pérdida, pero también la posibilidad de elegir.
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