El enorme éxito cosechado por El cazador (The Deer Hunter, 1978) posibilitó a Michael Cimino escoger su siguiente proyecto y desarrollarlo con todos los medios a su disposición y con absoluta libertad creativa. El resultado fue La puerta del cielo (Heaven's Gate, 1980), un film que significó la quiebra de la United Artsists y uno de los fracasos comerciales más sonados de la historia del cine hollywoodiense. Pero quedarse solo con esto sería desvirtuar el valor de una película que sufrió numerosos tijeretazos en la sala de montaje. Más de cien minutos del metraje original fueron eliminados para ajustarla a una duración que se alejaba de la idea que su director tenía en mente. Evidentemente esta circunstancia jugó en contra del western intimista, duro y pesimista pretendido por Ciminio, quien enfocó su historia de un modo cercano al expuesto en la película que le dio fama internacional. Por fortuna, años después, se recuperó el montaje del director y en la actualidad La puerta del cielo expone en su plenitud el final de una época a través de un triángulo amoroso condicionado por la violencia y la ambición desmedida de la Asociación de Ganaderos de Wyoming, en su pretensión de, bajo el amparo de la ley, deshacerse de los inmigrantes del condado de Johnson a quienes acusan de ladrones y anarquistas. La poderosa organización ha puesto precio a la cabeza de ciento veinticinco hombres y mujeres del condado, una aberración que cuenta con el apoyo de los políticos y de la clase dominante a la que pertenecen Billy (John Hurt) y Canton (Sam Waterston), el líder de los ganaderos que ha reunido a sus iguales en el club donde expone su plan, sangriento, irracional y feudal, pero efectivo, para quedarse con las tierras de los emigrantes rusos que, tras escapar del antiguo régimen que los oprimía, llegaron a Wyoming en busca del sueño americano. Pero el nuevo mundo no resulta muy distinto para esa comunidad que pretende salir adelante mientras la Asociación les acusa de anarquistas, ladrones y forajidos, tres adjetivos que permiten reunir legalmente a un grupo de mercenarios y asesinos a quienes se les ofrece una recompensa por la muerte de cada uno de los nombres que aparece en la lista negra. La puerta del cielo se inicia veinte años antes de los hechos que se producen en 1890 en el estado de Wyoming; así se descubre a James Averill (Kris Kristofferson), recién licenciado en la universidad de Harvard, disfrutando con sus compañeros del final de una juventud llena de vitalidad y esperanzas guiadas por la ideología del sistema elitista en el que se han educado. En ese instante de júbilo, Billy le dice que todo se ha acabado, premonición que se confirma cuando la trama avanza dos décadas y se descubre que, en la madurez de Averill, la promesa de juventud se ha convertido en el desengaño que ha ido acumulando con el transcurrir de los años. La historia de James Averill se encuentra ligada a la Ella (Isabelle Huppert), su amante francesa, y a la de Nat Champion (Christopher Walken), su amigo y capataz de la Asociación, también enamorado de Ella, quien tendría que elegir entre ambos si su destino se encontrase en sus manos. Los hechos que les rodean les afectan impidiendo que pueda existir una relación o una esperanza, porque la amenaza de violencia destruye la armonía del condado de Johnson, donde sus hombres y sus mujeres no saben cómo reaccionar cuando J.B. (Jeff Bridges) les comunica que la Asociación les ha declarado la guerra. Estos agricultores no son ni criminales violentos ni soldados, sólo son personas que trabajan la tierra aferrándose al sueño que América significa para ellos, sin embargo, cuando James Averill lee la lista con los nombres de los sentenciados, sus rostros se ensombrecen presagiando el comienzo de una pesadilla que aceptan sumisos. J.B. pretende hacerles reaccionar, motivarlos para que luchen y defienda lo que consideran suyo, cuestión que Averill apoya, a pesar de enfrentarse a los miembros de su clase social, los mismos que pretenden seguir dominando, aunque para ello deban asesinar a inocentes, amparados por una ley que manejan a su antojo. La exposición desmitificadora y violenta realizada por Cimino no fue comprendida ni por la crítica ni por el público, cuestión que afectó a su carrera como director, pues prácticamente acabaría con ella, aunque, dentro del ostracismo al que se vio condenado, en 1985 salió a la luz y filmó Manhattan Sur (Year of the Dragon, 1985), una nueva muestra de su capacidad narrativa.
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