Las películas de Costa-Gavras asumen riesgos y plantean cuestiones como la que se produce en Estado de Sitio (État de siège, 1972), en la que su protagonista aparece asesinado en un vehículo abandonado en las calles de una ciudad repletas de policías que le buscan exhaustivamente. Lo que podría ser el comienzo de un thriller al uso se aleja de inmediato de esa posibilidad al exponer una circunstancia que asolaría a muchos países latinoamericanos en las décadas de 1960 y 1970. El gobierno se opone a los movimientos de los estudiantes y de la intelectualidad que protestan por las diferencias sociales que se crean debido a la corrupción de unos líderes que anteponen sus privilegios y sus riquezas a cualquier idea de mejora. La inestabilidad domina en el ambiente, como se comprueba cuando la historia retrocede a la semana anterior a la ejecución de Philip Michael Santore (Yves Montand), marido, padre de familia y empleado de una empresa estadounidense que es secuestrado por un grupo terrorista que pretende canjearlo por más de un centenar de compañeros encarcelados; sin embargo, éste no sería el único secuestro que se produce, sino que sería uno más dentro del constante enfrentamiento entre las fuerzas del orden y una guerrilla armada que emplea medios reprochables y nada efectivos para lograr sus objetivos. La estancia de Philip Michael Santore entre sus captores permite comprobar por qué se le ha secuestrado; el hombre encapuchado (Jacques Weber) asegura que Santore no es quien dice ser, y que su empleo en la AID no es más que una tapadera tras la que se esconde su verdadera ocupación. Santore es acusado de adiestrar a las fuerzas del orden en el empleo de métodos contundentes con los que se pretenden impedir una alteración no deseada del orden establecido. Estado de sitio plantea la intervención de un gobierno extranjero en un país donde la mayoría de la población abogaría por un cambio de rumbo, pero que no se produce porque éste chocaría con los intereses de la clase dominante, la cual muestra un control autoritario, mantenido por la fuerza y la censura, que defiende sus privilegios a costa de una sociedad más plural y democrática, pero que podría derivar en un comunismo no deseado, ni para los intereses de Philip Michael Santore ni para quienes ostentan el poder. A medida que transcurre la semana se descubre el pasado del prisionero, un hombre que con anterioridad habría trabajado en otros países donde la inestabilidad derivó en golpes de estado; los secuestradores le acusan de haber sido parte importante en estos hechos, convencidos de que él fue el encargado de crear y adiestrar a los cuerpos de seguridad para tales fines, también se le imputa la práctica de métodos de tortura para sonsacar información a presuntos criminales (personas opuestas al régimen), así como de dictar las directrices a seguir por los escuadrones de represión creados dentro de la policía. Santore niega dichas acusaciones, y se reafirma en su declaración de ser un experto en comunicaciones que únicamente realiza su trabajo sin entrar en otro tipo de cuestiones. Estado de sitio muestra un país al borde del caos como consecuencia de un gobierno que no atiende a las necesidades de sus ciudadanos, y que los terroristas intentan debilitar con el secuestro de Santore. Pero la búsqueda y persecución que lleva a cabo el capitán López (Renato Salvatori) echa por tierra las pretensiones de un guerrilla urbana que se encuentra ante la disyuntiva de eliminar a su cautivo o dejarle en libertad, elección que conlleva una pérdida, ya sea de apoyo de la opinión pública, en el primer caso, o de credibilidad en cuanto a su oposición al gobierno, en el segundo. Es evidente que la postura elegida no sería la correcta para enfrentarse a un problema social, puesto que la violencia no es una elección justificable para buscar una mejora, sino que ésta produce mayor inestabilidad dentro de un entorno ya de por sí inestable. Costa-Gavras especuló desde un enfoque realista con las posibilidades que intervendrían en una situación límite como la que presenta Estado de Sitio, un buen ejemplo de thriller político en el que se podría reconocer un hecho sucedido en Uruguay alrededor de 1970.
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