viernes, 23 de marzo de 2012

Malditos bastardos (2009)



Dudo que alguien vaya al cine a aprender Historia; pues cualquiera sabe de antemano que una película no es la realidad ni las biografías o sus films “basados en hechos reales” son acontecimientos tal como sucedieron. De hecho, el cine no puede ser fiel a la Historia, porque ni ella es fiel a sí misma; ¿cuántas verdades oculta y cuantas mentiras como verdades han pasado a la Historia? Es labor de los historiadores esclarecerlo, no de los cineastas ni del cine. La del público es ser críticos y autocríticos; labor que se incumple a diario. Salvo excepciones, lo de menos para el cine, más si cabe para uno como el de Quentin Tarantino, es ceñirse a los hechos reales. ¿Para qué, si lo que quiere es humor, verborrea, violencia y espectáculo? Guste o disguste, en hacerlo a su gusto resulta infalible. Una prueba de ello la encontramos en Malditos bastardos (Inglourious Basterds, 2009), que comienza como los cuentos, pues eso es lo que es, uno en cinco actos. <<Érase una a vez… en la Francia ocupada por los nazis>> nos ubica en un momento histórico concreto, pero, a pesar de que la acción transcurre enteramente durante la Segunda Guerra Mundial y de que la mayoría de sus personajes son soldados, no se puede considerar fiel a nada que no sea el propio Tarantino. De tal manera, Malditos bastardos no es un film bélico propiamente dicho; más bien sería la reunión de gustos cinéfilos del cineasta que realiza una fabulación y una comedia repleta de violencia, y de guiños cinéfilos a Clouzot, Pabst o al spaguetti-western, en la que sigue las andanzas de individuos que no pueden negar su origen. Han sido ideados por el director que inicia Malditos bastardos en 1941, en una pequeña granja de la Francia ocupada, donde irrumpe el coronel Hans Landa (Christoph Waltz), un villano cínico, refinado, frío, letal. Conocido como “caza judíos”, apodo que inicialmente le enorgullece, Landa es despiadado, inteligente, capaz de conseguir cuanto se propone utilizando su palabrería y su falsa cortesía, la cual siempre implica una amenaza real. La entrevista alrededor de esa mesa, donde saborea un vaso de leche, sirve para exponer las características de este hombre sin escrúpulos ni moral, consciente de su poder y del miedo que provoca en sus oyentes: solo con sus palabras logra su propósito, que no es otro que descubrir el paradero de la familia judía que LaPadite (Denis Monechet) ha escondido bajo el suelo de su hogar. Instantes después, el rostro de Landa se destapa. No duda en dar la orden de ejecutar; aparte de lo dicho, parece gozar con su cometido. En este aspecto, podría decirse que es sádico y cruel. Sus hombres acaban con la familia escondida, excepto con Shosanna Dreyfus (Mélanie Laurent), que logra escapar mientras Landa, consciente de que se encontrarán de nuevo, se despide de ella con un <<Au revoir, Shosanna>> que tendrá su respuesta en 1944...


El capítulo dos de 
Malditos Bastardos se centra en el grupo de soldados estadounidenses conocidos como “los bastardos” por los alemanes, que sufren sus expeditivos métodos de combate. El pelotón liderado por el teniente Aldo Raine (Brad Pitt) se encuentra formado por soldados judíos y por el sargento Stiglitz (Til Schweiger), un desertor que, en solitario, se ha cargado a más de una docena de oficiales alemanes; la misión de este pelotón consiste en eliminar a todos los enemigos que encuentren durante su infiltración por el territorio ocupado. Raine no tiene la menor duda de como quiere que actúen sus hombres, por eso, haciendo gala de su apodo de Aldo “el apache", les exige cien cabelleras enemigas por cabeza; tampoco sorprende que uno de sus muchachos, Donny Donowitz (Eli Roth), sea temido y conocido por el sobrenombre de “el oso judío”, ni que se le presente tras aguardar a que su figura surja del túnel en el que la cámara se centra, alternándose con el rostro del soldado alemán al que poco después aporreará con su bate de baseball hasta reventarlo. Durante estos hechos se comprueba que el tiempo ha transcurrido, y como el alto mando alemán, incluido Hitler (Martin Wuttke), se encuentran desquiciados y amenazados por la presencia de ese grupo de peculiares guerrilleros que exterminan a todo aquel que cae en sus manos; a no ser que Aldo “el apache” les perdone la vida, a cambio de grabarles en la frente una cruz gamada para que no puedan ocultar su pasado. La acción abandona a estos genios y figuras para acercarse de nuevo a Shosanna (Melanie Laurent), quien, tras cuatro años, aparece dirigiendo un cine en el que proyecta películas de G. W. Pabst o de Henri Georges Cluzot. Shosanna ignora que el soldado alemán que la interrumpe mientras trabaja es Fredrick Zoller (Daniel Brühl), un joven que se ha convertido en héroe de guerra por matar a trescientos soldados aliados. La propaganda nazi ha filmado una película basada en la supuesta hazaña de un soldado que se siente rechazado por la joven; como último recurso para conquistarla, Zoller convence a Goebbels (Sylvester Groth) para que el pre-estreno se celebre en el cine de Shosanna, con la esperanza de que caiga rendida entre sus brazos, inconsciente de que le proporciona la oportunidad para vengarse por la muerte de su familia. Pero la figura del coronel Landa surge de nuevo, igual de amenazante e igual de cínica, para estudiar a esa joven a la que se le concede el “honor” de proyectar el film propagandístico aprobado y supervisado por el número dos del régimen. Posiblemente, el momento más Tarantino de la película se produce en la cuarta parte, después de que los ingleses envíen al teniente Archie Hicox (Michael Fassbender) al continente para que contacte con la actriz y espía Bridget von Hammersmark (Diane Kruger) y con los bastardos de Aldo Raine, con la misión de volar el cine donde se reunirán los líderes nazis. La taberna donde se citan el teniente, los dos bastardos que le acompañan y la Mata Hari de turno, se encuentra ocupada por un grupo de soldados alemanes que celebran la paternidad de uno de ellos; este accidental encuentro provoca una tensión que amenaza con estallar de manera violenta, sobre todo cuando un hombre que no habían visto, un mayor alemán, se sienta en su mesa, donde, una vez más, la verborrea, el humor, la violencia y el descaro del cine Quentin Tarantino se adueña de la escena; tras la cual se dará paso a una quinta parte, un final que no desentona con lo visto durante todo el film.

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