Un bar, una boda y una última jornada de caza sirven para alargar el tiempo antes de que Nicky (Christopher Walken), Steve (John Savage) y Michael (Robert DeNiro) abandonen el pueblo rumbo a Vietnam, cerrando de este modo un periodo de sus vidas durante el cual han compartido la cotidianidad de una comunidad similar a cualquier núcleo familiar. De ese modo, antes de su despertar a la cruda realidad y a la separación, se reúnen una vez más gracias al enlace de Steve y Angela (Rutanya Alda), donde darán rienda suelta a su amistad y a su afán por divertirse, a pesar de que Michael se muestre el más introvertido de los seis amigos. En ese instante de efímera felicidad, los tres reclutas son conscientes de que la guerra podría acabar con sus vidas, al menos tal y como la habían conocido hasta ese momento, cuestión que ninguno desea. Ante dicha idea, Nicky se siente asustado y arranca a Michael la promesa que marcará su futuro. Gracias a este preámbulo Michael Cimino pudo presentar a todos sus personajes sin prisa, bien dibujados, igual ocurre con las relaciones de amistad o de amor como aquel que se descubre en las miradas silenciosas de Michael hacia Linda (Meryl Streep), consciente de que ella corresponde a su amigo Nicky. Es inminente, el grupo se deshace, pero antes se reúnen para salir a disfrutar de su última caza juntos, ocasión que permite continuar conociendo el carácter de cada miembro de la pandilla, y sobre todo el de Michael, cazador y superviviente, como demuestra cuando la acción se traslada a Vietnam, donde se reencuentra con Nicky y Steve, momentos antes de caer en manos del vietcom. Pero, a pesar de su estancia en el conflicto armado, El cazador (The Deer Hunter) no es un film bélico, apenas muestra escenas bélicas, ya que se trata de un drama que ahonda en la pérdida provocada por la guerra, en la que los jóvenes pierden su inocencia y sus ilusiones para convertirse en cadáveres o en seres irreconocibles para ellos mismos, algo que en la película de Cimino se confirma cuando los soldados norvietnamitas utilizan a sus prisioneros como piezas de su juego, sádico y mortal, que les permite apostar, disfrutar y torturar a los presos, que se juegan la vida a la ruleta rusa. Si a este terrible entretenimiento se le suma la precaria situación a la que se ven sometidos, se comprende la transformación mental que mina su condición humana, convirtiéndoles en animales acorralados y desesperados. Michael sabe que sus amigos se derrumban, será cuestión de tiempo que él corra la misma suerte antes de morir por su propia mano o por las de sus captores. Quizá haya enloquecido o quizá comprenda que la única salida posible es una idea desesperada que podría acabar con ellos, aunque ¿qué pueden perder si ya les han arrebatado su humanidad? Con Steve encerrado en un pozo infestado de ratas, solo queda Nicky para intentar el plan de fuga. Pero este tiene miedo. ¿Quién en su sano juicio no lo tendría? Michael lo sabe, pero también es consciente de sabe que si no actúan, nunca saldrán de allí con vida. Esta realidad le obliga a mostrarse violento. Insiste y grita para obligar a su amigo a que se decida, al tiempo que indica a los apostantes que quiere más balas dentro del tambor del revólver. Solo quedan dos agujeros libres, demasiada presión para cualquier ser humano y Nicky lo es, por eso no puede evitar derrumbarse. Este instante de tensión extrema marca el destino de los tres amigos, permitiendo que escapen de los enemigos, pero no de sí mismos ni del infierno que llevan en su interior. La guerra les ha separado, cambiado y proporcionado una nueva realidad, en la que Michael se siente incómodo, Steve derrotado y Nicky perdido como muestra durante su estancia en el hospital y en su posterior deambular por las calles de Saigón. Cuando Michael regresa al hogar no se siente un héroe sino un ser derrotado que no encuentra ni fuerzas ni ganas para presentarse en la fiesta de bienvenida que le han preparado Axel (Chuck Aspegren), Stan (John Cazale), Linda y John (George Dzundza). La compañía de sus viejos compañeros de caza no calma su ansiedad ni permite que pueda aceptar que ha regresado a un lugar donde nada ha cambiado, salvo él y la ausencia de sus dos amigos. Para Michael nada es igual que antes, ni podrá volver a serlo, por eso le cuesta presentarse ante aquellos que permanecieron en la segura cotidianidad del pueblo, en quien no encuentra cambios, y solo en compañía de Linda parece sentirse a gusto, puede que por su amor hacia ella o porque reconoce en ella a otro ser perdido y necesitado de calor y comprensión. En su interior, Michael desea que todo vuelva a ser como antes de su marcha. Necesita que así sea para poder olvidar, aunque es consciente de que nunca lo hará. Su lucha no resulta sencilla, porque nace en su interior para enfrentarse al miedo a vivir que descubre en Steve, a quien localiza en un hospital de veteranos, y cuyas heridas de guerra lo han marcado física y mentalmente. Pero la pieza que se presenta más difícil para el cazador no es el ciervo que deja escapar cuando asume lo que debe hacer, sino aquel compañero perdido por las calles de la capital vietnamita, a donde regresará para encontrarle.
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