<<Bueno, pero, ¿por qué escribo yo un cuento sobre un tío que se encierra en un retrete? Pues porque estoy convencido de que hoy el retrete es el único lugar en el que se puede leer tranquilo el periódico. Claro que una vez que has encerrado al tío, si no metes en el retrete un montón de gente aquello es un aburrimiento: en el de El anacoreta había más tráfico que en vuestra plaza de Cataluña un viernes a las dos de la tarde. Justificado, eso sí>>.1
Rafael Azcona
El original absurdo de El Anacoreta (1976) nace de la mente de Rafael Azcona y le da forma de cuento —publicado en la revista La Codorniz—, años después, escribe el guion que cobra imagen cinematográfica de la mano de Juan Estelrich, que encierra a su protagonista en el aseo de su casa y, desde allí, este delega responsabilidades mundanas y da la espalda al mundo que se empeña en entrar para arrasarlo todo con tentaciones y caprichos, con mediocridad y humanidad, con belleza y consumo de sucedáneos de felicidad en forma de abrigos de piel, piedras preciosas o una motocicleta. El anacoreta satiriza al individuo en su encierro voluntario, voluntariedad que implica la ambigüedad de romper con todo y al tiempo no hacerlo del todo, pues Fernando Tobajas (Fernando Fernán Gómez) depende de otros para sobrevivir en el aislamiento más concurrido. Su puerta siempre está abierta para quien necesite su servicio, para una partida con los vecinos o porque depende de que otros —Marisa (Charo Soriano), su mujer, Augusto (José María Mompín), el amante de esta, y Clarita (Maribel Augusto), la asistenta— cubran sus necesidades básicas (comida, techo, chándales) para vivir sin las responsabilidades a las que da la espalda. Y ese contacto con el exterior crea conflicto, contradicciones y comicidad, esperpéntica, ingeniosa, despiadada, que en suma dan forma de comedia a la idea del hombre atrapado, que no puede huir, aunque intente liberarse en su acuartelamiento en un espacio minúsculo de donde decide no salir. <<Un anacoreta laico>>, apunta Fernando cuando Arabel (Martine Audo), la tentación hecha cuerpo y mente, exclama <<¡Un anacoreta en un cuarto de baño>>, un anacoreta que también dice que se aburría fuera y que allí otros le aburrían. Así que hace lo único razonable que puede hacerse para librarse de que otros le aburran y para liberarse de la red que atrapa en imposiciones que minimizan al individuo y le someten a base de ataduras y de tentaciones materiales que, una vez logradas, pierden su atractivo o se transforma en nuevas ataduras.
Fernando ha construido su propio reino en el aseo donde desde once años atrás se desentiende de cuestiones materiales y maritales, que delega en Augusto, el amante de su mujer, mientras él se dedica a disfrutar de su pequeño universo higiénico, desde el cual lanza mensajes al mar, tirando de la cadena, y consigue dejar fuera las responsabilidades laborales, sociales y familiares, hasta que Arabel irrumpe como la tentación que ha de hacer salir al anacoreta. La acotación espacial, los personajes, el humor, la negrura, el esperpento, la reflexión, la soledad del individuo frente a la sociedad que le rodea, y a la que no desea pertenecer, la ausencia de ilusiones, que se han ido por el retrete, junto con las promesas y esperanzas, se equilibran para hablarnos de este individuo que escoge dar la espalda al exterior y vivir en la soledad interior, en su ciudadela, en su cuarto de aseo, adonde los de fuera quieren acceder, aunque solo sea para incordiar, para recriminarle que huye de las responsabilidades del mundo real, para divertirse, caso de Arabel, o demostrar que nadie escapa de las tentaciones mundanas que constantemente llaman a la puerta. Para dar forma a la insatisfacción de este curioso, atrapado y lúcido personaje, Juan Estelrich, su único largometraje como director, y Azcona, decidieron que la película discurriese en su totalidad dentro de ese aseo que representa la inconformidad del protagonista. La reducida ubicación espacial a priori podría resultar un lastre, sin embargo es el gran acierto de El anacoreta, una película presentada desde una perspectiva tan original como divertida, que enfrenta la individualidad que Fernando busca en el cuarto de baño y la sociedad que se representa en el resto del piso, por donde deambulan su mujer o el amante de esta. Que un individuo se encierre en su aseo durante más de once años es una situación que puede plantear muchos pensamientos enfrentados: locura, inconformismo, protesta, extravagancia, ¿genialidad?... Fernando es un hombre a quien el mundo que le rodea no le satisface, le aburre y por tanto decide que prefiere aburrirse a sí mismo a que le aburran los demás, pero todo cambia cuando una hermosa joven aparece en el aseo que ha convertido en vivienda, con el firme propósito de tentarle y hacerle salir. Hasta ese momento, su vida carece de complicaciones, ha delegado sus responsabilidades, tanto maritales como financieras, en el amante de su esposa (mujer con la que no guarda ningún aspecto en común). Este anacoreta laico pasa sus días divagando y enviando mensajes por las cañerías de su alcoba-aseo. Una de estas notas llega a manos de Arabel, una joven hermosa, que siente curiosidad por conocer a tan extraño personaje y, por capricho, sacarlo de su encierro, para lo que utilizará todos sus encantos (para Fernando será como la mítica reina de Saba). El anacoreta muestra las excentricidades de un individuo desengañado y aburrido, mediante una excelente puesta en escena y un sentido del humor inteligente y valiente. Además, destaca la magnífica interpretación de Fernán Gómez, recompensada con el premio al mejor actor en el festival de Berlín por su recreación de ese anacoreta laico que decide, como muestra de inconformismo, no traspasar la puerta del servicio donde ha intentado crear su mundo, en constante interacción con el que se encuentra de puertas a fuera.
1.Rafael Azcona, Nosferatu, revista de cine, número 33, abril de 2000.
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