Fotografía desde el mirador de Belvís (Santiago de Compostela)
Acompañado por Virginia Woolf y su libro de ensayos literarios “El lector común”, me detengo en el mirador de Belvís y contemplo el panorama que se abre ante mis ojos. “Te conozco de siempre, aunque no eres la misma imagen de mi infancia ni de mi adolescencia”. La ciudad cambia constantemente, a veces sin que percibamos sus cambios. Sin embargo, el parque que veo no existía y ahora sí. Tampoco el campo de fútbol ni el aparcamiento; ni la cuesta de las Trompas estaba arreglada para el tránsito peatonal y automovilístico actual. Por ella acortaba a veces para llegar a casa, y un amigo se detenía e intentaba cazar renacuajos que nunca logró atrapar. Ahora es más cómodo para el paseo, aunque las pendientes siguen ahí para nivelarse en oposición. Algunas voces locales dicen que el nombre de Belvís proviene de su bella vista, la que se podía contemplar siglos atrás y también en la actualidad, aunque la estampa ha cambiado. Si es o no verdad, tampoco le resta a este lugar desde donde se puede contemplar una imagen de las rúas Virxen da Cerca, Ensinanza y Trompas, del parque de Belvís y del perímetro oriental de la “zona vieja” de Santiago de Compostela con el edificio de la universidad al fondo, el convento y colegio Compañía de María en la cercanía y las torres de la catedral en la distancia... Aquí, en este lugar por donde tantas veces pasé en bicicleta y a pie durante mi niñez, a mi espalda, la capilla, el convento y la iglesia de La Virgen del Portal, donde a los seis u ocho años vi la proyección del Jesús de Nazaret de Zeffirelli y donde, tal vez a los siete, viví una de las experiencias más llameantes de mi hasta entonces corta vida, la cual relato en “Rincones sin esquinas”…
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