sábado, 1 de febrero de 2020

¿Principio o fin? (1947)


Cualquier principio conlleva un final y, por fuerza, cualquier final tiene un comienzo. Esto elimina la posibilidad de separar dos extremos que, si bien no llegan a tocarse, no pueden existir el uno sin el otro. Pero si se trata de una disyuntiva, como la que da título a este film realizado por Norman Taurog para MGM, no ofrece continuidad en el tiempo, ni elección entre opuestos, sino entre dos inicios. ¿Principio o fin? (The Beginnig or the End, 1947) es la elección que la película lega a la era atómica, a su presente, en el que ya asomaba la guerra fría, y a su futuro, de ahí que se proyecte en 2446. Su disyuntiva apunta al uso de la ciencia, para crear o destruir. Aparte de la naturaleza, la ciencia también ha posibilitado creación y destrucción, pero, en realidad, no ha sido la responsable de su buen o mal uso; lo es la humanidad que la emplea. En este punto la disyuntiva del film adquiere su sentido, al plantear una cuestión ética y no científica; aunque en el caso que presenta no hay marcha atrás, la bomba atómica se construyó y se lanzó sobre Japón. Pero la reacción en cadena que arrasó el suelo de las ciudades de Hiroshima y Nagasaki se produjo mucho antes de probar con éxito el arma atómica en Nuevo México. Se inició en el mismo instante en el que Klaproth descubrió el uranio en 1789, aunque en ese momento el científico no comprendiese el alcance de su hallazgo. Era el primer paso hacia la era atómica. Con el tiempo, otros eminentes colegas —Thompson descubre el electrón; Becquerel, Marie Curie y Pierre Curie hacen lo propio con la radioactividad; Einstein y su famosa fórmula, Rutherford clasifica las partículas radioactivas en alfa, beta y gamma; el modelo atómico de Bohr; Cockroft y Walton, que parten el átomo; los Joliot-Curie y el descubrimiento de la radioactividad artificial; Enrico Fermi, que emplea neutrones para bombardear núcleos atómicos; Otto Hahn y Lise Meiner, la fisión nuclear...— se sumaron al estudio del átomo y el proceso siguió su curso hasta que, finalmente, Oppenheimer (Hume Cronyn), a cargo del desarrollo del proyecto Manhattan, y el resto del equipo supervisado por el General Groves (Brian Donlevy) fueron artífices y testigos en el desierto de Nuevo Mexico de la fuerza destructora del uso de algo minúsculo, invisible al ojo humano...


Aunque no expone el proceso desde sus orígenes, ni pormenoriza los detalles científicos, ¿Principio o fin? insinúa ambos —por ejemplo, muestra a Fermi (Joseph Calleia) en Chicago realizando la primera reacción en cadena controlada o a Einstein (Ludwig Stossel) en su casa, asegurando que no todo el mérito es suyo; por supuesto que no— mientras intenta advertir e informar a los humanos del siglo XXV del desarrollo del arma de destrucción más terrible que ha construido la humanidad. Como consecuencia de su supuesto carácter informativo, para los hombres y mujeres de 2446, el film dirigido por Norman Taurog asume su forma (semi)documental, pero también es un drama y, como tal, dramatiza situaciones y personajes; e incluso, si se tiene en cuenta la circunstancia de que las imágenes son exhibidas en el futuro, adquiere un rasgo apenas existente de ciencia-ficción. Pero lo que se verá en la pantalla, después de una introducción en el presente de 1946, no es fantasía, es la recreación del antes, el durante y el después del proceso llevado a cabo por los científicos y el resto de implicados en el proyecto de alto secreto al que el presidente Roosevelt (Godfrey Tearle) da luz verde, después de conocer que los alemanes intentan construir la bomba atómica. La noticia llega de Europa —fue Bohr quien lo advirtió— y supone la amenaza y el miedo que justifican el proyecto Manhattan. Lo que sigue forma parte de la Historia y esa es la historia que ¿Principio o fin? mostrará después de introducir las imágenes de un bosque donde varios oficiales y científicos rodean un placa conmemorativa, en cuyo interior introducen la cápsula temporal que contiene la película explicativa (que se verá a continuación) y otros documentos. Esos mismos personajes son los protagonistas, son algunos de los hombres que hicieron posible el arma de destrucción masiva que sería arrojada sobre Japón en agosto de 1945. Pero, en ese bosque, la guerra es un recuerdo reciente y la bomba una advertencia de que existe un poder tan destructivo que el siguiente conflicto bélico podría ser el último. En 1946 el mundo conoce la existencia del arma, pero desconoce cuanto rodeó a su construcción. Esto lo explica la película que los científicos y militares depositan en el interior del monumento, en cuya placa se concreta que se abra en 2446. Somos espectadores del siglo XXV, aunque no vemos nada de la época e ignoramos cómo hemos evolucionado, si es que lo hemos hecho. Solo sabemos que la cápsula ha llegado a su destino y que alguien proyecta el film. Oppenheimer se presenta e introduce cuanto se verá a continuación: parte del mundo está en guerra, poco después Estados Unidos sufre el bombardeo que lo implica en el conflicto o Hitler ha ordenado a sus científicos el desarrollo del arma que pueda darle la victoria definitiva, lo cual apura a los estadounidenses y a sus aliados a ganar la carrera armamentística. Pero su inicio documental adquiere tintes dramáticos, al introducir aspectos románticos y otra serie de intimidades que tienen una doble finalidad: humanizar a los personajes y ofrecer viabilidad comercialidad a la propuesta de Taurog, cuya dirección fue más que solvente, aunque por momentos el film se resienta tanto en su intención didáctica como en su vertiente dramática, en la que cobran protagonismo Anne (Beverly Tyler) y Matt Cochran (Tom Drake), el joven científico que explica al coronel interpretado por Robert Walker en qué consiste una reacción atómica. La acción se divide en varias etapas, las mismas que sigue el proyecto, desde su inicio hasta su final y, en este punto, no hay elección para los protagonistas. Salvo en la última parte, cuando los aviones vuelan hacia su destino, la presencia de Matt, idealista y humanista, es constante y remite a la conciencia humana del proyecto. Lo pone en duda, porque pone en duda la finalidad perseguida, el uso que se le dará. Para el joven científico existe lo correcto y lo incorrecto; existe la idea de la ciencia al servicio de la creación, de la humanidad, no de la destrucción, de la guerra; aunque no le queda otra que asumir que la decisión final no entiende entre un correcto o un incorrecto absolutos, resultan de mayor ambigüedad... Y en dicha ambigüedad encajan tanto el film como su pregunta, pues ni denuncia ni muestra conformidad, pasa la pelota a sus contemporáneos y a los habitantes del futuro, y deja en el aire que, si una vez se lanzó, bien podría volver a lanzarse.

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