lunes, 24 de febrero de 2020

En nombre del pueblo italiano (1971)


Mientras el neorrealismo miraba el presente de posguerra y el pasado inmediato, el Desarrollo y el consumismo caminaban sigilosos y carentes de rostro humano hacia un futuro de supuesto progreso y de bienestar social. Era la promesa de felicidad y prosperidad que la sociedad italiana abrazaba en la década de 1950 y que eclosionó definitivamente en el siguiente decenio, con el "boom" de la industria del ladrillo y de otras como las químicas, de las nuevas tecnologías y los medios de comunicación, con presencia estelar de la televisión —de su propaganda y publicidad—, de las modas importadas e imitadas, de la contaminación medioambiental... En definitiva, el consumo alentado por el sistema se desató sin freno y, en su desenfreno, también lo hicieron los tejemanejes que conllevaron mayor riqueza para una minoría y la pérdida de una serie de valores que el juez instructor Bonifaci (Ugo Tognazzi) echa en falta en su presente de 1971, cuando se encarga de la investigación que sirve de excusa a Dino Risi para satirizar el momento que vive Italia. Esto, por una parte; por otra, me ronda una pregunta y una afirmación respecto a En nombre del pueblo italiano (In nome del popolo italiano, 1971). ¿Por qué la sátira corre el riesgo de ser confundida con lo burdo, equívoco que no encuentro en las aportaciones de Risi a la comedia a la italiana? Y la basura, que se extiende sobre la arena de la playa donde charlan los antagonistas y que se acumula sobre la acera urbana donde Bonifaci se detiene a reflexionar, adquiere autenticidad.


Esa basura se aleja del simbolismo, aunque exprese el pensamiento del magistrado, aquel que concluye con su certeza de que <<esta sociedad da asco>>. La presencia de los restos no se fuerza, ni Risi insiste en ella. La muestra como parte del paisaje en dos instantes puntuales, al contrario que otras películas que la acumulan sin sutileza y la exageran para remarcar la metáfora pretendida por sus responsables. En ambos espacios, los residuos orgánicos e inorgánicos se encuentran ahí, sin que se pueda decir que forman parte de una ambientación premeditada, sino que alguien, muchos alguien, se hubiera desecho de ellos sin atender al deterioro que supone, y que ese mismo deterioro favorece al invisible que se asienta en sus vidas y en la sociedad dominada por Santenocito (Vittorio Gassman) y similares. Quizá quienes tiran los residuos, sobrantes de su prosperidad, no acepten responsabilidades; o quizá ya no sean conscientes del entorno, moral y físico, donde arrojan envoltorios, mondas, sillas u otros restos; o simplemente son incapaces de establecer una relación entre contaminación medioambiental y deterioro del individuo. Este desinterés apunta algo más que la incapacidad de pensar en esa suciedad que hiere el medio costero y urbano, esa suciedad <<que da asco>> a los polos que se enfrentan en el film —aunque por diferentes motivos—, y que se acumula mientras se desatan las fiebres de "bienestar" y de balompié. Esta indiferencia no se descubre en el juez, tipo serio y <<de cuidado>> —puesto que su integridad no está en venta—, cuando presencia la muerte de la gaviota que ingiere el pez que él mismo acaba de pescar y de arrojar al agua. En ese instante ve el manto cristalino cubierto de espuma; eleva su mirada y, a lo lejos, descubre la fábrica de plásticos de Santenocito, la cual vierte los residuos al mar. La imagen de la fábrica enlaza a los dos protagonistas, interpretados por dos actores de la talla y del talento de Tognazzi y Gassman, que asumen a la perfección los rasgos que definen a sus caricaturas de personajes reales. Ambos, frente a frente, mantendrán a lo largo de la película varios careos en los que expresan sus posturas antagónicas, posturas y enfrentamiento que En nombre del pueblo italiano se desarrollan a partir de un guion firmado por AgeScarpelli. Aunque lo haga desde la sátira, Risi expone una situación para nada cómica, aquella que desvela la oposición entre dos fuerzas que se repelen desde sus presentaciones por separado —el juez presidiendo la demolición de un edificio ilegal y el empresario en su lujoso deportivo, martirizando con su discurso neofascista al joven y "melenudo" autoestopista que recoge únicamente para expresar su postura ideológica—. Aunque, más importante que la oposición de estos dos personajes, resulta la consecuencia de dicha oposición, aquello que desvela, sea la ausencia total de escrúpulos por parte del empresario, la hipocresía que desvela el comportamiento del padre y la madre de Silvana —la fallecida que Risi revive en varias analepsis para establecer la relación con el empresario y mostrar los ambientes de lujo en el que este la empleaba como cebo para sus negocios— o el de la pareja de la exmujer del juez, la apatía o alienación que se ha asentado en la sociedad en la que el fútbol y la aspiración al lujo han sustituido al conflicto intelectual, social e histórico. Salvo el conflicto externo e interno de Bonifaci, su contrariedad ante el orden que descubre allí donde mira, ya nadie parece disconforme, ni distinguir ni distinguirse. Esto lo comprende el personaje de Tognazzi cuando se desata la "locura" entre la muchedumbre, momento en el cual solo puede ver el rostro de su opuesto, circunstancia que acabará enfrentándole a sí mismo: al funcionario que trabaja para el sistema (la justicia legal) y al individuo (la justicia moral) que no se identifica con los manejos de Santenocito —por lo que este no duda en afirmar que la suya es una persecución ideológica— ni con la alienación en la que ha caído esa población más preocupada por el partido de la selección italiana que por reflexionar sobre el presente.

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