lunes, 10 de febrero de 2020

1984 (1956)

<<Entonces, desapareció a su vez la monumental cara del Gran Hermano y en su lugar aparecieron los tres slogans del Partido en grandes letras:

LA GUERRA ES LA PAZ
LA LIBERTAD ES LA ESCLAVITUD
LA IGNORANCIA ES LA FUERZA>>1

Cuando George Orwell publicó 1984, el siglo XX acariciaba la mitad de su recorrido temporal. La humanidad había sido testigo de dos guerras mundiales, de la revolución soviética, del auge, asentamiento y derrota de otros totalitarismos, de los campos de exterminio nazis y el Gulag estalinista, de las bombas atómicas estadounidenses y, en su presente de 1949, lo estaba siendo de la división geopolítica en dos grandes bloques y un tercero, a la espera de su desarrollo. Las dos potencias dominantes se presentaban opuestas, en modos e ideologías, pero similares en su afán de control y poder. Esta ambición la asumen los tres Superestados que se reparten el futuro distópico orwelliano, aunque la narración se desarrolla en el Londres de la ficticia Oceanía. En su crítica a los totalitarismos, la más visible al estalinismo, Orwell da por hecho que los tres bloques son iguales. Da a entender que han aceptado el equilibrio y el reparto de poder, de manera oficiosa pero efectivo, a pesar de que perpetúen la guerra entre ellos. Junto a cuestiones como la supresión de significantes y significados (y el desarrollo de la neolengua, fundamental en la eliminación del pensamiento complejo), la alteración del pasado histórico, sustituido a conveniencia por otros que nadie puede poner en duda (porque no existen pruebas que demuestren la existencia anterior) o la propaganda mediática, el conflicto armado permite al Ingsoc imponer su estado policial, jerarquizado y represivo a una población que vive en la uniformidad, alienante, deshumanizada y sin fin. El país es una prisión y no hay posibilidad de escape, aunque el protagonista, Winston Smith, crea lo contrario. Pero no es una cárcel física, es intelectual, de ausencia de memoria y de imposibilidad de ideas que disientan de la ortodoxia del partido o, si se prefiere encontrar una referencia visible, del Gran Hermano. De ahí la importancia de la policía del pensamiento, el órgano encargado de velar por el sistema. La visión orwelliana es estremecedora porque ve cómo se erradica la libertad intelectual, por tanto, comprende la supresión de la capacidad de un pensamiento que genere abstractos, ideas y razonamientos complejos que permitan reflexionar y hablar con libertad (al menos, con lo que se entiende por libertad) desde una actitud activa y crítica que distinga al individuo dentro (y frente) del colectivo que, tanto en la novela como en sus versiones cinematográficas, solo importa como herramienta de producción. Sin embargo, ninguna de las adaptaciones cinematográficas ha logrado captar tal complejidad, ni establecer puntos comunes entre la realidad del momento y la ficción que trasladan a la pantalla. Poco importa que, como los personajes literarios, los de 1984 (1956), la primera adaptación cinematográfica de la obra, vivan atrapados sin ser plenamente conscientes de su inexistencia. No importa porque los personajes, y las situaciones expuestas por Michael Anderson y sus guionistas, no creen en su padecimiento ni en lo que cuentan. Liberarse de la sombra del autor de Rebelión en la granja resulta complicado, quizá por ello, en su libre adaptación, 1984 opta por la opción fácil, la de ser fiel a la apariencia de la novela, a su superficie. Pero el problema que lastra el film no reside en si debe o no ser fiel al relato, sino en que no transmite sensaciones y emociones, solo muestra una imagen carente de identidad y de fondo; de modo que los protagonistas y el ambiente son incapaces de comunicar opresión, represión, alienación o la destrucción llevada a cabo por totalitarismo en el poder. Miembro del partido exterior, por lo tanto un funcionario de bajo rango y títere del sistema, el Winston novelístico -y el de la versión realizada en 1984 por Michael Radford- escribe su diario <<desde esta época de uniformidad, de este tiempo de soledad, de la Edad del Gran Hermano, la época del doble pensar>>.2 El uso del cuaderno donde anota impresiones y pensamientos prohibidos lo convierten en un enfermo para el sistema, en alguien a quien destruir, a quien vaciar de ideas propias, y reconstruir llenando su mente con las directrices establecidas. Winston (Edmond O'Brien) es consciente de que su acto de rebelión silenciosa conlleva su muerte, pues da por hecho que solo es cuestión de tiempo que descubran su traición, su crimen mental que le posibilita la ilusión a la que se aferra. La lucha de Winston no se produce contra o en el exterior, se produce contra la manipulación de su interior, en pequeños gestos que le permiten el espejismo de libertad al que se aferra -al comprar objetos antiguos, al alquilar una vieja habitación donde cree encontrar una intimidad imposible o al jurar fidelidad a Julia (Jan Sterling), su amor por ella-. Solo son muestras del individualismo y de la privacidad que desea y sabe perdidos, puesto que ninguna puede existir en el entorno-colmena dirigido por el partido que asume el rostro del Gran Hermano, que no deja de ser la imagen física de la ideología que vigila, reprime, castiga y destruye a cuantos la ponen en duda, a todos aquellos que dejan de amarla o duden de ella. Es precisamente esta rebeldía interna, la de querer ser un individuo libre pensante, la que no tolera el Ingsoc, ya que la interpreta como la única amenaza que haría peligrar su poder. Como consecuencia resulta vital mantener el control mental de la masa que, como tal, no se plantea ningún acto de rebeldía, que acepta sin más las alteraciones temporales, el uso de un lenguaje reducido a expresiones simples, el adoctrinamiento o la presencia de la policía del pensamiento, guardiana de la ortodoxia y la uniformidad que seguirá el curso histórico trazado por los O'Brien, O'Connor (Michael Redgrave) en el film de Anderson, que ha de deparar que no exista más realidad que la establecida por el partido, la de dos y dos son cinco, tres o cuatro, según convenga en cada caso, pues <<quien controla el pasado, controla el futuro. Y quien controla el presente, controla el pasado>>.3

1,2,3.Orwell, George. 1984 (traducción Rafael Vázquez Zamora). Editorial Planeta DeAgostini, Barcelona, 2006

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