viernes, 31 de enero de 2020

Os días afogados (2015)


Al volver la vista atrás, no descubro nostalgia, descubro que muchas cosas y momentos se han perdido por el camino, que otras han llegado, pero no las sustituyen, sencillamente son y, por el hecho de ser, también se perderán. La memoria permite olvidarlas y recordarlas, hacer y rehacer imágenes más hermosas o dolientes, evocarlas en soledad o en compañía, pero, lo ausente nunca volverá. Dicen que los tiempos cambian, y nosotros con ellos, aunque la expresión remite a un concepto concreto, a los cambios físicos, políticos, sociales y humanos que se producen a nuestro alrededor y que afectan de distinta manera a nuestra cotidianidad, a nuestras costumbres, impresiones y relaciones, a nuestras vidas. Algunos van borrando parte de aquello que llamamos raíces, otros son tan sutiles que apenas llaman la atención mientras se producen, y los hay tan evidentes que llegan a ser groseros e hirientes, aunque, más que nada, lo son por indeseados, porque implican el final de algo amado o de algo a lo que nos aferramos conscientes de que, salvo resignarse, nada se puede hacer para evitar la pérdida. Os días afogados (2015) se abre sobre las aguas de un embalse y el avance de una embarcación que se detiene. Desde ella, el narrador y guía lanza un anzuelo que se sumerge en busca de su pasado, que descansa en la profundidad donde yace su hogar. Desde este imagen, que no puede recuperar lo perdido, César Souto y Luis Avilés hablan de las raíces y, en esta cercanía, su documento habría gustado a Carlos Velo y a Chano Piñeiro, pero también hablan de una realidad que, desde la perspectiva de los afectados, remite a los cambios que conllevaron el final de una época. Las imágenes hablan de las gentes de Aceredo, Buscalque (Ourense) y alrededores, porque son las gentes de los pueblos anegados quienes hablan a través de ellas; con sus expresiones, orales y corporales, con sus costumbres, vestimentas, trabajo y actitudes cotidianas. Pero, en el presente, solo son recuerdos. No hay "morriña", no puede haberla donde no hay esperanza de un retorno. Hay tristeza y llanto por el paraíso perdido, al que nunca podrán regresar, aquel que fue y ya no será más. Lo que hubo permanece en la memoria de quienes lo vivieron y en las capturas de las grabaciones caseras del narrador y otras del pasado donde la poesía de lo cotidiano, la honestidad y un rural gallego ya inexistente adquieren armonía. Lo que hay es recogido en el presente por la filmación profesional de Souto y Avilés, una filmación que busca, quizá por momentos fuerce, la poética de lo humano, de la soledad y de la nostalgia del hoy hacia el ayer. La película cobra su transitoriedad entre el ayer y el hoy en el montaje de Cristina Liz Graña, que alterna los dos tiempos, provocando el transito temporal que, a la par, resulta evocador -las imágenes pretéritas, las palabras del protagonista en el presente, aunque se antojan forzadas por la lectura de un texto, la música de Ramón Orencio,...- y realiza un ejercicio de memoria histórica, etnográfica y humana. Como tal, expresa y representa circunstancias del momento que vive una comunidad rural frente a la amenaza del Desarrollo, imparable y deshumanizado, que cambiará sus vidas. Son los hombres y mujeres que se vieron y ven afectados por el embalse de Lindoso (Portugal), cuyas puertas se cerraron el 8 de octubre de 1992, recuerda el protagonista. De ahí que sea subjetiva y emotiva, también que tome partido, no en vano su crítica apunta a ese fenómeno transformador que ignora o no quiere saber de las gentes a las que afecta, a todos los anónimos y anónimas con nombre y rostros que sufren la pérdida, material y de identidad. En ocasiones quizá erremos al definir progreso, palabra que repiten varios afectados: <<é o progreso, que se lle vai facer>> (<<es el progreso, que se le va a hacer>>) o <<progreso marcha atrás>>. En realidad, ¿puede haber progreso sin avance humano? Lo que hay son grandes intereses que no contemplan los pequeños, los de esas personas que, mientras no llega el final anunciado, son y no son realmente conscientes del impacto y del alcance que la presa tendrá en sus vidas. Solo entonces lo sabrán con certeza, y de nada les servirá agotar las vías legales o sus protestas contenidas por las fuerzas del orden, pero ¿qué y quién es el orden que se les opone?, incluso declarándose en huelga de hambre. Os días afogados habla de esos dos tiempos, recuperando uno desde el otro, a partir de las imágenes grabadas por testigos y protagonistas de la cotidianidad, de los hechos y del final que se avecina, de cómo este les afecta, de como afecta la sombra proyectada por la construcción que cerrará sus puertas sin pensar en términos humanos. El gigante de bloques y de cemento nada sabe de emociones ni de sentimientos, ni del miedo ni del rechazo que produce, miedo y rechazo a perder cuanto poseen y conocen, cuanto creen conocer, miedo a no saber el que será de ellos y de ellas en otro lugar, fuera del valle que asumen existencial: casa, amistad, difuntos, familia, vida, cuna... En Aceredo han vivido ajenos a las circunstancias que, décadas atrás, derivaron en la presencia de la maquinaria y de los bloques que dan forma al muro que altera sus vidas y el paisaje que, años después, ya en el presente, una pareja contempla resignada y triste, mientras hablan del ayer añorado que vive bajo las aguas, de momentos que han hecho de ellos quienes son, de instantes y fragmentos de vida, del paraíso que, idealizado en su memoria, nunca volverán a ver. Lo saben y les aflige.

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