martes, 28 de enero de 2020

Una tragedia japonesa (1953)


Cada época tiene su(s) crisis y cada época se enfrenta al que considera el peor momento de la Historia y, de hecho, quienes lo viven, así lo sienten. Más obvio que lo anterior resulta afirmar que los seres humanos existen y son en un tiempo concreto. Es una obviedad innegable, de modo que cuanto sucede afecta a sus vidas y genera impresiones que, a menudo, borra las que otros puedan tener. Ante dichas crisis, hay quienes piensan que nada se puede hacer, hay quien sí, y también quien afirma que, bajo distintas máscaras y regímenes, las crisis son la misma, la que remite a las insalvables diferencias socio-económicas. Durante el enérgico arranque de Una tragedia japonesa (Nihon no higeki, 1953) se suceden imágenes documentales y titulares de periódicos que apuntan la crisis que sufre Japón en los primeros años de la década de 1950. Keisuke Kinoshita introduce noticias del momento para recalcar la situación que se vive ocho años después de la conclusión de la guerra. Se trata de una crisis general, que se prolonga en la inestabilidad temporal que da pie a crímenes, alborotos y manifestaciones. El hambre, la presencia militar extranjera, la corrupción e inoperancia de la clase política también son señalados en esos breves e intensos instantes periodísticos que abren Nihon no higeki. Es la tragedia japonesa, es el presente que enlaza con el pasado inmediato, dos tiempos que el cineasta individualiza y humaniza en la cotidianidad de la familia Inoue, mediante sus privaciones y relaciones, mediante las distancias que separan a la madre de los hijos, al pasado del presente, y del futuro. El inicio, realista, crítico y contundente, señala una situación que afecta a toda la nación, pero Kinoshita centra su mirada en la realidad de Huroku (Yuko Mochizuki), la madre, de la hija Utako (Yoko Katsuragi) y del hijo Siichi (Masami Taura). Es un tiempo de desorientación, de búsqueda y de supervivencia, un tiempo en el que la familia amenaza romperse cuando Siichi decide ofrecerse en adopción a un matrimonio rico, porque este puede proporcionarle el futuro que desea y que siente imposible al lado de su madre (su pasado). En la escena en la que la acompaña a visitar la tumba del padre fallecido, durante o antes de la guerra, el joven da la espalda tanto a la tumba como a la madre. Su gesto físico enfatiza su postura existencial. Mira hacia adelante y le es imposible volver la vista atrás, al dolor y a los recuerdos desde los que mal juzga a quien le dio la vida, a quien sufrió el <<dolor más fuerte del mundo>>, aquel que <<solo pueden entender las mujeres>>. La tragedia de la guerra obligó a Huroku a sobrevivir trampeando, vendiendo en el mercado negro o sirviendo de entretenimiento a hombres que no dudaron maltratarla. Sus hijos o no conocen el alcance o son incapaces de comprender el sacrificio materno, su entrega, su amor, quizá porque ellos viven angustiados en sus problemas y les persiguen sus propios fantasmas. El de Utako la acompaña y asfixia desde el pasado hasta el presente en el que, buscando su independencia -acude a clases de inglés y de confección, gana dinero ejerciendo de modista y ahorra-, se ve acosada por la esposa de su profesor de inglés, y el de Siichi se encuentra en el mañana, en la apremiante necesidad de creer que su futuro será mejor lejos de la madre. Aunque se centre sobre todo en las experiencias de madre e hija, a lo largo de su metraje Tragedia japonesa vuelve a las imágenes documentales y a los titulares de prensa para insistir en el momento real que vive la familia (y todo Japón), pero también sirven para disminuir cualquier posible exceso de sensibilidad y dramatismo que conviertan al film en sensiblero, pues, Kinoshita, aunque consciente de establecer conexiones afectivas entre la protagonista y el público -testigo tanto de los hechos pretéritos como de los actuales-, no busca condicionar o jugar con la sensibilidad de quien contempla el film, sino que pretende exponer una realidad social general y cómo esta afecta a la realidad particular que singulariza en la familia Inoue, en su aflicción y la miseria que inevitablemente causa la ruptura del núcleo.

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